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El patio central del Parlamento de Cantabria acoge, durante, aproximadamente, los tres primeros meses del año 2025, una exposición de la colección de arte contemporáneo Bragales. Esta exposición exhibe la obra de gran formato de dieciséis artistas. Gran formato quiere decir que muchos de los lados de los cuadros sobrepasan con creces los dos metros, y pocos lados son inferiores a los dos metros. Las dimensiones son apropiadas al espacio. Y este no es cualquier espacio, es el claustro o patio central del Parlamento de Cantabria, en el edificio del antiguo hospital de San Rafael, una construcción del siglo XVIII de sobria y un tanto herreriana pureza de líneas.
El arte no es indiferente al espacio, al entorno. Es parte solidaria de ambos. Tómese como ejemplo la Capilla Sixtina. Durante largo tiempo, ha sido sede de diferentes ceremonias papales. En la actualidad, desde tiempo atrás, es el lugar donde se reúne el cónclave, el Colegio Cardenalicio. La representación social y política, por una parte, y el arte, por otra, se realimentan recíprocamente. La colección Bragales y el Parlamento de Cantabria se unen para compartir espacio y entorno. El sentido de esta unión es más fácil de entender que de explicar. El arte, las artes visuales, añaden algo a la vida social que no siempre puede expresarse con palabras. Y el Parlamento es el lugar donde se negocian los términos de la vida colectiva y de la convivencia, es el lugar de la palabra, donde el arte no tiene una presencia necesariamente exigible. De forma intuitiva, se comparte, en general, la idea de que el contacto entre el diálogo que regula la vida colectiva y las artes, el contacto entre la palabra y la imagen, ha de ser necesariamente positivo. Los parlamentarios, que representan la voluntad popular, se relacionan con obras de arte que han merecido los elogios y aplausos de críticos y coleccionistas. Que el arte llegue a estar presente ante la representación de la ciudadanía, y que los representantes de los ciudadanos incluyan entre sus ocupaciones la de prestar atención al desarrollo de las artes no puede ser sino testimonio de un sentido de la sociabilidad política que no concluye en los acuerdos, sino que se expresa, además, en el interés y el respeto explícitos por las manifestaciones del arte y la cultura.
La exposición reúne obras de dieciséis artistas: cántabros, del resto de España y de otros países. Esta triple referencia vale también, en parecida proporción, para las tareas del Parlamento. Los representantes políticos, los trabajadores, y los visitantes se enfrentan con una experiencia visual en el lugar al que se asiste para hablar y para oír. Y los cuadros comunican su mensaje mudo, pero elocuente y expresivo, y presentan el relato de lo que los artistas han visto en el mundo actual. Lo que han visto, vale decir, cómo lo han visto.
Deconstrucciones del mundo en forma manipulación del color o de la forma geométrica (Grau, Broto, Förg, Louro, Marcaccio, Palmero), dramatizaciones (Alcolea, Muntean-Rosenblum, Plensa), interiores tal vez inquietantes (Gruber, Iglesias, Vázquez), paisaje natural (Brandl) y paisajes urbanos más o menos abstractos (Navarro Baldeweg, Sicilia), enigmáticos juegos de la imaginación (Uslé). No hay géneros puros, la dramatización puede incluir el paisaje, el paisaje puede manipular el color y la forma. En conjunto, los géneros son híbridos.
El rumor de estas imágenes nos comunica algo que, en varios ejemplos, es poco complaciente sobre el estado del mundo. Las obras se dirigen más a la capacidad de interpretar del espectador que a su capacidad de reconocer. Pero el mundo es así, y los artistas no hacen otra cosa que dar testimonio de lo que ven, mejor dicho, no dejan de traducir a imágenes la forma en que ellos ven el mundo.
Y las lecturas pueden ser ambiguas, o hacen de la ambigüedad su recurso retórico favorito. La dramatización de Eduardo Gruber, que escenifica una desaparición, puede ser un aviso sobre cómo las gastan los servicios secretos con los agentes con los que se enfrentan, o puede ser una mirada irónica hacia un subgénero literario popular, o puede ser ambas cosas. 'La fiebre del heno' es una representación dramatizada de la crisis de una enfermedad arropada por una visualización en cierto modo onírica. Muntean-Rosenblum presentan una escena que tanto pudiera ser el desenlace de una tragedia como un ensayo para su representación. Es relativamente fácil hablar de lo que se ofrece a la vista como un relato. Es más difícil penetrar en el silencio de lo que se ha reducido a abstracción, ¿Qué convulso desasosiego se ha reducido o resumido en '1994', de Grau? ¿Cómo empezar a entender la supresión de cualquier referencia interpretable en 'Todo rojo', dominado por una explosión de color rojo, de Broto?, ¿cómo leer la historia de Marianne Faithfull, Mick Jagger y Bianca Jagger en 'Blind Image', de Louro?, ¿son incomunicables la crónica social rosa y el mundo del arte, ¿indiferentes?
El visitante abandonará la exposición enriquecido con un conjunto de estímulos que destilarán en reflexiones sobre el estado del mundo y su formalización artística. La exposición de la colección Bragales cumple sus objetivos al mostrar la relación entre el mundo de la representación y la atención a lo que el arte dice a los ciudadanos sobre el mundo.
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