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Un nexo temático une las dos partes en las que se divide 'Carreteras que brillan en el bosque', el libro con el que Ramiro Gairín ha obtenido el Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, 'Merecer los topónimos' y 'Lograr el fuego', y no es otro que el de la paternidad, la cual, aunque no esté presente explícitamente en todos los poemas, crea una atmósfera que envuelve y transforma la visión del poeta sobre la realidad, una realidad que, en toda la poesía de Gairín, está circunscrita a un espacio vital en el que la presencia de la naturaleza resulta determinante. Pero, en este caso, más allá de la contemplación y la comunión con lo creado, se impone una incursión en el terreno de la intimidad no como algo tangencial, sino esencial, que exige la entrega a ello de cuerpo entero, podríamos decir.
Del poema prologal proceden estos versos que se ajustan a lo expresado: «Levantar una familia / no es ninguna figura literaria. Es un trabajo físico / que ... solo puede hacerse con las manos, / con los pies en la tierra, / ofreciéndose al cuerpo». La necesidad de una conexión entre una vida nueva y lo ya creado se muestra aquí no como resultado de alguna convención general, sino como el fruto de la pertenencia del sujeto poético al mundo que le acoge. Con un lenguaje vinculado tanto al espacio físico de la cotidianidad como al ámbito metafísico de las ideas –muy visible en poemas como 'La lluvia sobre el zorro'–, Gairín articula la ya citada experiencia de la paternidad como una fuerza espectral que cambia la forma de amar a otra persona.
Autor Ramiro Gairín
Distinción XXVII Premio de Poesía Ciudad de Salamanca
Páginas 94
Precio 13,95 euros
Además, la escritura del poema parece ejercer la función de exorcizar no los miedos de la infancia, sino los temores del padre, las evidencias de la vulnerabilidad del ser: «Pido que llegues a viejo, / como la mayoría de los hombres; / que pases los otoños, ojalá, / bajo estas peñas, frente a la arboleda / que ahora te defiende». Afortunadamente, la visión optimista de los acontecimientos, como sucede, por ejemplo, en el poema 'Los dulces frutos del verano', neutraliza sus temores, que, si bien no desaparecen del todo, pasan a un segundo plano y hay que hacer notar que en ningún momento la ternura se convierte en afectación. Cierto es que no leemos apenas revelaciones inquietantes y que, cuando aparecen ―–«Desapareceremos antes / que las cosas de las que dependemos», escribe en el poema 'Los cerezos no son de nadie'–, la propia belleza de su dicción trata de impedir que al lector le asalte la incertidumbre vital, pero no es menos cierto que la fugacidad del presente se entrelaza con la precarias posibilidades del futuro, como ocurre en el poema 'Preguntas a propósito de la parcela III', del que entresacamos estos versos: «¿Recordará mi hijo / el día que lo traiga? / ¿Le sobrevivirá también a él? // ¿Alguna vez vendrá / a sentarse en mis manos / de sombra de morera?». Gairín ha sabido tejer hábilmente una tela de araña entre lo cotidiano y lo trascendente narrando las vicisitudes domésticas de la vida diaria al tiempo que reflexiona sobre los temas que más inquietan al ser humano.
Su experiencia particular encuentra un lógico eco en cualquier lector que comparta esas inquietudes, cualquier lector que se haya preguntado en alguna ocasión por el sentido de la vida o por el sentido de nuestra presencia en el mundo. Y esa complicidad procede, a buen seguro, de la forma de trasmitirla. Gairín utiliza un lenguaje sencillo que trasmite un sentido de realidad al poema difícil de ignorar porque transforma la manera del ver el mundo y convierte lo aterrador de algunas certezas, como la de la muerte, en un trámite no exento de belleza, porque «… somos solo eso, / animales con dioses. / A esta hora, nosotros, aquí afuera, / aún no lo sabemos». Por otra parte, acaso esta transformación no se hubiera podido llevar a cabo sin un elemento imprescindible, el amor, un amor que no precisa ser idealizado, ni siquiera nombrado, porque subyace en la emoción que trasmiten estos versos, versos que parecen ser una guía espiritual para transitar por una época tan temible y aterradora. Ramiro Gairín ha levantado en este libro un muro contra el oprobio y ha conseguido describir su amor a la naturaleza, su dedicación a la familia y el sentido de lo que significa ocupar un lugar en el mundo, un mundo que deberíamos dejar en el mejor estado a quienes vengan detrás de nosotros.
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