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Sálvese quien pueda
La seguridad humana. Al hilo de Israel y Palestina (3)

Sálvese quien pueda

Tendemos a refugiarnos en esferas privadas, a la vez que deseamos vender en la pública la personalidad como si fuera una mercancía

Rafael Manrique

Santander

Viernes, 2 de febrero 2024, 07:24

Estamos viviendo en un mundo de creencias cambiantes, de religiosidad banal, de espiritualismo comercializado, de un individualismo que uniformiza las opiniones y diferencias. Un mundo en el que se pueden distinguir dos grupos: uno egoísta y paranoico que se considera rico y poderoso; y otro de gente común y empobrecida que temen estar cayendo cada vez más abajo. En ambos se genera un «sálvese quien pueda» que crea una tensión que puede llevar a situaciones mezquinas o deprimentes: desde un consumo excesivo de alcohol hasta el desarrollo de una existencia vivida vicariamente a través de los hijos, pasando por la construcción de una asfixiante e hiperprotectora familia. Con ello se obtiene una seguridad enfermiza que se trasladará a las relaciones sociales y a las posiciones políticas. Tendemos a refugiarnos en esferas privadas, a la vez que deseamos vender en la esfera pública la personalidad o las emociones como si fueran una mercancía de la que se puede obtener seguridad económica, pertenencia e identidad. En ese momento la racionalidad puede desaparecer y cualquier extremismo o populismo resulta consolador.

En la naturaleza el dilema ante los peligros y amenazas es luchar o huir, pero en mundos culturales como los humanos será preferible adquirir una posición un tanto distanciada desde la que pensar y actuar, sin dejarse anegar por lo económico, lo religioso, lo estúpido, lo despiadado, lo ignorante o lo costumbrista. Necesitamos recuperar el pensamiento y el juicio para poder incorporar una seguridad no cobarde ni imprudente. Disponemos para ello de la educación, la crianza o el bienestar económico que no llegan a ser antídotos definitivos contra la agresividad, aunque sí pueden ayudar a su control. Lo decisivo en nuestra especie no fue la velocidad ni la fuerza ni la lucha. En eso nos superan casi todos los depredadores. Ha sido el desarrollo de estrategias de cooperación y colectividad las que nos hicieron humanos y eficaces. Es lo cultural lo que nos dio seguridad, no la barbarie.

Las experiencias humanas capaces de generar seguridad son básicamente tres: independencia, autoridad y autonomía. Se aplican tanto a las dimensiones psicológicas como a la geopolítica. Las tres nos permiten desarrollar una forma propia de intereses, deseos y valores. Si estos procesos no son interrumpidos y se encuentran con otros sistemas personales o estatales similares se producirá un equilibrio pacífico. Estaremos en el terreno de la seguridad compartida. Esta evolución no es una idealización ingenuamente positiva. Es una posibilidad que se puede implementar en lo personal, en lo cultural y en lo político. Ha funcionado numerosas veces a lo largo de la historia. Por el contrario, la inseguridad crónica puede trastornar el pensamiento de muchas personas y llegar a crear sistemas delirantes que conducen a conflictos severos. La insatisfacción, pobreza e inseguridad del hidalgo Alonso Quijano produjo un sistema de creencias y conductas con las que estaba intensamente comprometido. Él las llamó 'Caballero andante Don Quijote'. Al no ser reales, ni compartidas le llevaban al enfrentamiento con la realidad. Y al fracaso. Posiciones menos floridas pueden encontrarse con facilidad en muchas personas creando un caldo de cultivo violento y peligroso.

Se habla a veces del concepto de resiliencia como la capacidad de mantenerse firme frente a las dificultades. Esta característica propia de los materiales físicos puede aplicarse, metafóricamente, a las personas y organizaciones. No se trata de una propiedad permanente o misteriosa, sino de una capacidad que se desarrolla en sistemas personales o sociales en contacto y aceptación de otras realidades semejantes. Se obtiene por la movilización eficaz de relaciones, actitudes e ideas que crean un entorno que nos protege y refuerza y al que cuidamos, ya que dependemos de él. No es la poción mágica de Astérix. El intercambio de debilidades siempre ha sido una forma eficaz de gestión de la vulnerabilidad. No genera escaladas conflictivas. La seguridad no se obtiene por la construcción de un universo autista. Se logra a través de consensos y pactos con uno mismo y con el mundo. La seguridad personal y geopolítica siempre es una interseguridad y una interdependencia.

Emocionalidad exacerbada

El pensamiento de la izquierda ha acentuado la idea de libertad y se ha olvidado de la seguridad. El pensamiento de la derecha ha acentuado la idea de seguridad frente a la de libertad. Sin duda necesitamos conceptos y prácticas personales y políticas que no nos obliguen a optar entre esos dos valores. Se hace necesario un sistema que desde la seguridad nos dé libertad y desde la libertad, seguridad. De forma real, no meras palabras y discursos que veces son bien intencionados y otras no.

En los últimos años la emocionalidad exacerbada y la crítica de la racionalidad han sido decisivas para crear el estilo narcisista, consumista y poco reflexivo de vida actual. En muchos tipos de sociedades arraigan los mismos sentimientos de falta de horizontes, trabajo, hogar y seguridad que afligen a tantos hombres y mujeres. La realidad de la vulnerabilidad ante el dolor, las privaciones y las amenazas se hacen más palpables al comparar la promesa mercantil de que podemos tenerlo todo con la realidad de las numerosas limitaciones y riesgos en los que vivimos. Es muy probable que se genere entonces un sentimiento de insatisfacción, disgusto e incluso ira. Esos estados tienden a la descarga. En personas y sociedades de corte narcisista lo harán sobre el cónyuge, el hijo, el vecino, el rival, el emigrante o sobre otras grupos sociales o naciones que se definen como obstáculos o enemigos. La inseguridad está ya cerca y la posibilidad de la violencia también.

Las experiencias humanas capaces de generar seguridad son: independencia, autoridad y autonomía

Desde una perspectiva geopolítica todo conflicto, todo peligro y por lo tanto toda seguridad tiene tres fuentes: el factor humano, el estatal y el internacional. El primero nos resulta más comprensible. El segundo entra en el campo de nuestra experiencia y podemos llegar a intervenir en él. El tercero, el factor internacional, describe una situación global de estructuras que no suelen estar al alcance de una comprensión o de una intervención personal. Un terreno muy complejo que nunca nos permitirá estar completamente seguros de nada. Las estrategias del miedo son escuchadas porque siempre tienen algo de razón. La única alternativa viable es que personas y estados cedan parte de su libertad para establecer un contrato social que evite la violencia permanente. Al tiempo que se dotan de instrumentos políticos, económicos y militares que puedan evitar que estados o grupos lo cuestionen por la fuerza. Los sistemas de seguridad colectiva se basan en el derecho internacional pero también en la concienciación ciudadana y las prácticas educativas. La asociación voluntaria para la seguridad colectiva dentro del derecho internacional ha sido y es, con todos sus lamentables defectos, una buena idea.

Una política y una realidad social de seguridad eficaz ha de tener en cuenta los elementos geopolíticos, pero también los personales. Los poderes públicos y las fuerzas de seguridad se apoyan, al final, en la seguridad personal que para sus vidas elaboran los ciudadanos y pueden asumir como propias. Una construcción en definitiva cultural. Seguridad sin fuerza o fuerza sin seguridad crearán situaciones peligrosas, violentas o totalitarias.

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