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Sin el menor ánimo sensacionalista o especulativo –lo último es echar las campanas al vuelo– cabría presuponerlo así a la vista de la consignada fecha de ejecución del retrato de medio cuerpo del Conde de Floridablanca (c.1791) obrante en el recién reinaugurado MAS (Museo de Arte Contemporáneo de Santander y Cantabria), tercera planta, en cuyo 'Catálogo Sistemático' figura como obra de encargo del Ayuntamiento de Santander, de autor anónimo. A efectos historiográficos, importa resaltar que en dicho año nuestro Ayuntamiento abonó por el encargo de un retrato del conde de Floridablanca la significativa cifra de 120 doblones al pintor de Madrid que lo realizó. Registra el recibo de la obra, pago de su importe y demás circunstancias el acta municipal, cabildo extraordinario de 23.12.1791, presidido por el procurador general y el conde de Villafuerte. Despistado el correspondiente recibo, si la fortuna quisiera que tan valioso documento se localizara en algún legajo municipal sería determinante. Sobre todo, si llevara al pie la rúbrica autógrafa del pintor de Madrid que lo realizó por encargo del consistorio santanderino, cobrando 120 doblones por su trabajo. Equivalente a 240 escudos o 3.840 reales. Precio muy en consonancia, por su menor tamaño, con los ocho mil reales que Goya cobró diecisiete años más tarde por el retrato de Fernando VII (1808).
1. Antecedentes. En el año 1791, el ilustrado don Antonio Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, (1728-1828), de 63 años de edad, destaca por ser el político más próximo al monarca reinante, el rey Carlos IV. A quien sirve con plena lealtad y manifiesta gran desenvoltura, diligencia y eficacia. La madura edad del efigiado se evidencia en el retrato objeto de comentario. Lo que prueba su realización contemporánea. Puntual. Por entonces, Floridablanca se hallaba en la cumbre de su máximo poder político: con funciones propias de primer ministro de la Monarquía y presidente de la Junta de Estado. Por su alto rango y muchas ocupaciones, de cajón es que fuese harto difícil y complicado acceder a él. Lo normal es que tan significado y activo personaje no aceptara de buenas a primeras posar (en una larga sesión) para el primer pintor que se lo solicitara. Y menos, para un pintamonas. En el año de realización asignado a la obra, largamente fallecido el pintor neoclásico Antón Rafael Mengs (1728-1779), rivalizan en prestigio cortesano: los Bayeu (Rafael y Francisco) y Goya, emparentados por el matrimonio de éste con Josefina Bayeu, su Pepa del alma. En aquel entonces, ningún pintor de Madrid gozaba de la aureola artística de Francisco Goya y Lucientes (1746-1828). Quien con 45 años cumplidos coronaba su primera gran etapa de plenitud creativa. Nombrado académico de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1780, tan sólo tres años después logra que el conde de Floridablanca pose en su despacho para él. En el conocidísimo retrato de 1783 (actual colección del Banco de España) el pintor aparece, empequeñecido, ante el gran hombre. Y la firma del retratista consta en el billete situado junto a su pie izquierdo. La edad no perdona. Ocho años no pasan en balde. De un cuadro a otro salta a la vista que Floridablanca ha cambiado la juventud por la experiencia. En el retrato del MAS destaca la severa huella que el tiempo y las preocupaciones han tallado en el rostro del personaje. Su apostura, de medio cuerpo ahora, es menos enérgica, más rígida, más solemne, más depurada, más oficial. Ha envejecido. Acreditado que aquél es de Goya, está por ver que éste lo sea. De momento, se impone la máxima cautela. Como mera hipótesis de trabajo.
2. Reconocimiento. Notorio es que Santander recibió infinidad de mercedes de Floridablanca. Por lo cual, la Corporación le manifestó reiteradamente su reconocimiento. Con todo rigor, así lo expresa José Antonio del Río Sainz en sus 'Efemérides de Santander'. Especialmente en la de 29.05.1897, con motivo del traslado de la R. O. del rey Carlos IV para la reparación del puerto por mitades entre el Ayuntamiento y el Consulado. Tan pulcro cronista llega, incluso, a resaltar la benevolencia del conde para con Santander, recién ascendida de villa a ciudad. Notorio también es el apoyo de Floridablanca al jurista Pedro Ceballos, natural de Buelna, a quien llama a su lado y le confía notables cargos. Y más aún: la carta que Benito de Agüera Bustamante dirige a la Corporación municipal santanderina, pidiendo que se reconozca a Floridablanca que más que él lo merece. Conforme con lo así expresado, en el cabildo extraordinario del 18.12.1790 se nombra al conde Regidor Perpetuo de la ciudad. Todo va cuadrando. De aplastante lógica es que el Ayuntamiento quisiera tener un buen retrato de su regidor perpetuo para colocarlo en lugar destacado en el edificio consistorial. A tal efecto, la Corporación cursa el correspondiente encargo a su agente en Madrid, José Carlos González. O a su inmediato sucesor, Antonio Norberto Cordero y Vargas. En las cuentas que éste presenta por 4.604 reales y 10 maravedís contra el depósito de caudales «se incluyen (...) los 120 doblones que pide el pintor de Madrid que ha hecho el retrato del conde de Floridablanca». Lo expuesto está plenamente documentado. Aunque hasta la fecha no se haya enarbolado tan elocuente pieza de convicción. Del pago del cuadro se ocupa Cordero y Vargas, agente de Santander en Madrid, constando así en acta municipal de 23 de diciembre de 1791. Hasta aquí, cuanto se conoce. Sin perjuicio de que a lo sabido y probado pueda añadirse cuanto se intuye como posible y probable.
3. Estudio técnico. Con los medios disponibles, insensato sería ir más allá de cuanto queda expuesto. Sin tener acceso a la obra y sin contar con una foto en color, grande y fiel, todo nuevo paso al frente es improcedente y puede mover a equívocos o levantar temerarias falsas expectativas. La investigación es un master de paciencia y de especialización. Con los datos disponibles, que son indiciarios, corresponde a los técnicos (restauradores, expertos, especialistas) analizar el lienzo a fondo para atestiguar su antigüedad (lo más indiscutible de todo) y determinar si los materiales, pigmentos, tonos, trazos, etc. se corresponden con los considerados como propios de Goya. Desde luego no estaría de más que los expertos –que en España abundan los sobresalientes– sometieran el cuadro a una sesión de rayos equis con vistas a despejar dudas sobre si encierra algo imposible de percibir por el ojo humano. A tal fin, muy de apreciar sería contar con la intervención del taller del Museo del Prado, previo acuerdo institucional en la forma que proceda.
4. Conclusión. Entiéndase lo expuesto sin alharaca alguna. En el sentir popular, la prudencia es la madre de todas las ciencias. Afirmar para indicado retrato la autoría de Goya puede ser tan descabellado como negarla de plano. Pruebas mediante, corresponde a los técnicos decir la última palabra al respecto. Aquí, modestamente sólo se señala como una posibilidad. Que ojalá se confirmara. Pues venturosamente, de la noche a la mañana, Santander pasaría de tener un Goya a tener dos.
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