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Como se enseña en las facultades de comunicación, la noticia nunca es el periodista ni el informador tiene que ser protagonista de nada. Por las mismas razones, lo importante son las películas no quienes las comentan o critican. Aunque a una figura singular de la crítica de cine norteamericana se le ha dedicado hace poco un documental — 'Pauline Kael: el arte de la crítica' (Rob Garver, 2018)— no es lo habitual, de ahí que sorprendiera el titulado 'El crítico' (Juan Zavala y Javier Morales Pérez, 2022), así, por antonomasia, y referido a Carlos Boyero en el que no quedaba claro hasta dónde él mismo ha hecho un personaje de sí, aunque se manifiesta su honradez, lo que no es incompatible con sus contradicciones. Los directores de este trabajo evitan la hagiografía y buscan cierto equilibrio, pero no abundan en el tipo de critico que es Boyero y las limitaciones que tiene para apreciar estéticas alejadas del cine clásico.
Se suma ahora un libro que, más que memorias, son unas confesiones y convicciones recopiladas por su amigo y colega de profesión Borja Hermoso. 'No sé si me explico' (Espasa, 2024) se cierra con el reproche que Carlos (persona) le hace a Boyero (personaje), lo que proporciona al lector una clave para su lectura cabal: nunca hay que tomar demasiado en serio al comunicador —él no se considera crítico, y parece más cómodo en el rol de agitador cultural o, simplemente, provocador mediático— que pone por delante su omnímoda subjetividad y estado de ánimo particular, sus filias y fobias a la hora de escribir sobre cine. Y, desde luego, no tiene en cuenta al lector u oyente de radio que espera una valoración ponderada con que elegir una película o un juicio estético que le ayude a analizarla y profundizar en ella.
Autor: Carlos Boyero.
Editorial: Espasa, 2024.
Páginas: 200.
Precio: 19,90 euros.
Una vez más, en este libro Carlos Boyero reitera que sus opiniones son libérrimas y a nadie pide estar de acuerdo con él. «Yo veo las películas y cuento y escribo de ellas lo que me parecen, con el «yo» por delante para que quede claro que se trata exclusivamente de MI opinión». Por si cabían dudas al respecto, en el capítulo 23, titulado sin disimulos 'Mi mundo soy yo en primera persona. El ego' llega a definirse como «un ególatra sin causa, un narcisista de manual». Explica que está en contra del cine de autor potenciado por los festivales y defiende que «un autor es John Ford. Luis Buñuel. Alfred Hitchcock. Sam Peckinpah. Woody Allen. Steven Spielberg. Billy Wilder. Coppola. Lubitsch». Ese rechazo y hasta menosprecio agresivo de cineastas —singularmente de Medio y Extremo Oriente— y de un tipo de películas abiertas a la renovación del lenguaje cinematográfico y a cierta experimentación estética supuso en 2008 la publicación de una carta colectiva de rechazo a las crónicas de festivales de Boyero: Víctor Erice y José Luis Guerín encabezaban una lista de firmas a la que se adherían cineastas como Chantal Akerman, Lisandro Alonso, Mercedes Álvarez e Isaki Lacuesta, pero también críticos cinematográficos como Miguel Marías, Carlos Losilla, Àngel Quintana o Santos Zunzunegui.
También ha sido sonado el desencuentro del crítico salmantino con Pedro Almodóvar en los últimos años, en que el periódico El País se veía obligado a publicar un artículo a favor de cada estreno tras el demoledor comentario de Boyero, muy frecuentemente con un talante visceral que parecía anular su capacidad crítica. No obstante, nobleza obliga, hay que reconocer que, como recuerda en este libro, a Boyero le han gustado títulos de Almodóvar como '¡Átame!', '¿Qué he hecho yo para merecer esto!', 'Mujeres al borde de un ataque de nervios' y 'Volver'. En el caso del cineasta manchego, que concitaba un sospecho aplauso unánime en los medios mientras el público se dividía cuando no daba la espalda manifiestamente —pasa de 3 millones de espectadores de 'Mujeres…' a menos de medio millón con 'Julieta' o 'Madres paralelas'—, la voz de este crítico queda como modelo de independencia en un contexto cultural reticente a cualquier disidencia.
Dejando de lado cuestiones ajenas al cine, aunque revelen la convulsa vida del periodista, con sus, así llamadas, enfermedades del cuerpo y del alma, adicciones y desintoxicaciones, sus pasiones gastronómicas, cultivo de la amistad, ternura hacia los niños, memoria amarga del internado, gustos musicales y literarios, postureo antitecnológico o conflictos y prácticas profesionales, es evidente que su figura pública ha tenido un peso en la crítica de cine en nuestro país. Y me atrevo a decir que ese peso ha sido mayor en el público general que en el cinéfilo y en los espectadores frecuentes, pues estos saben de las limitaciones de Boyero.
Ante una crítica cinematográfica tan pobre en los grandes medios y ante un periodismo cultural tan 'incondicional' en nuestro país, Boyero se erige como referente de opinión insobornable, clara y directa. Para quien no lee análisis de películas ni busca una información rigurosa y tampoco trata de profundizar en la experiencia cinematográfica, Boyero es suficiente: se pronuncia sin matices si una película le aburre o no se la cree o, por el contrario, le emociona y le divierte. Es la crítica visceral de un 'narcisista de manual', una crítica sincera —como si la sinceridad fuese un valor intelectual–, una perspectiva que, en la sociedad posmoderna del opinionismo igualitario, tiene un acomodo natural.
A los aficionados de verdad, a las personas con hábitos culturales consolidados que buscan en las películas —como en las novelas, fotografías, obras teatrales, conciertos, pinturas o ensayos— la experiencia estética que combina la emoción con la reflexión, el placer del texto con una visión del mundo, la fabulación con la crónica sutil del tiempo que se nos escapa, a esas personas Boyero no les basta. Sus escritos rara vez dan pistas para un visionado creativo de una película, ofrecen un análisis sucinto o argumentan sobre los aciertos y errores del filme.
El comentario crítico debe ayudar al espectador a pensar la película, verla con ojos inteligentes, apreciar aspectos que pasan desapercibidos, valorar hallazgos argumentales, aplaudir buenas interpretaciones, advertir sutilezas… En fin, una buena crítica ensancha y enriquece el visionado, proporcionando generosamente el segundo placer de la recepción estética: la reflexión sobre la obra de arte. Rara vez una crítica de Boyero logra este objetivo, aunque le reconocemos su independencia que no se subordina a modas ni discursos dominantes.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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