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Tom Cruise, en una escena de este filme basado en la novela 'Relato soñado', de Arthur Schnitzler. DM
Un sueño americano

Un sueño americano

Se cumplen veinticinco años del estreno de la enigmática 'Eyes Wide Shut', última película de Stanley Kubrick, protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman

Viernes, 6 de diciembre 2024, 07:44

Stanley Kubrick falleció el 7 de noviembre de 1999 en su residencia de Harpenden (Reino Unido), apenas cuatro días después de culminar el montaje final de 'Eyes Wide Shut'. Un infarto, mientras dormía, terminó con el misterioso Kubrick, obsesivo creador de obras de gran calado, como 'Lolita' (1962), '2001, una odisea del espacio' (1968) o 'El resplandor' (1980).

Como es sabido, el de Kubrick fue un cine de autor, pese al eclecticismo temático y a su manejo de grandes presupuestos. Hay una mirada Kubrick, un ritmo y un lenguaje propios, capaces de cubrir las más apasionadas historias bajo un velo de aparente frialdad y geometría de la imagen. Es también el caso de su testamento cinematográfico, donde la huella es, una vez más, perceptible y eficacísima.

La pulcritud de la propuesta y la rigurosa puesta en escena de 'Eyes Wide Shut' contrastan con su devastador argumento. Basada en la novela 'Relato soñado', de Arthur Schnitzler, publicada originalmente en 1925 y disponible en español (en Acantilado, con traducción del gran Miguel Sáenz), la carga erótica de la película y el morbo de penetrar en la intimidad del matrimonio que, por aquel entonces, formaban Kidman y Cruise, funcionaron como cebo para atraer al personal. Incluso la brevísima escena de ambos intérpretes, desnudos, besándose frente al espejo, genera una distorsión sobre las verdaderas intenciones de Kubrick que, por supuesto, trascendían la mera carnalidad del adulterio.

Y es que esta película extraña, subyugante producto final de quince meses de rodaje (un auténtico récord), ha pasado a la historia gracias a sus elementos más frívolos: el centenar de veces que Cruise tuvo que repetir una secuencia aparentemente nimia, como era la entrada en un hotel, la orgía de la siniestra sociedad secreta o el intercambio de reproches sexuales entre sus protagonistas. Todo esto, qué duda cabe, tiene su importancia en el entramado, pero no es el corazón de 'Eyes Wide Shut'.

Despojada la cinta de sus capas más superficiales y escandalosas, esta obra ambiciosa y enigmática aborda el gran malentendido de las sociedades capitalistas -de grandísima actualidad en nuestros días-: la imposibilidad del individuo de escalar a la más alta cumbre del orden social mediante la acumulación e indecorosa adoración de las posesiones materiales.

Billetes

No es, por lo tanto, casualidad que el nombre de pila del doctor Harford (encarnado por Cruise) sea Bill (billete, en inglés). De hecho, durante todo el periplo de este personaje, hay dos gestos que se repiten mecánicamente: la exhibición de su carnet de médico, como si tan sólo con ello se le abriesen todas las puertas y el ofrecimiento de dinero como medio preferido de comunicación con el resto de la humanidad. Ambos gestos son siempre recibidos por sus interlocutores con una leve mueca de burla y cinismo.

Bill es un médico capaz, trabaja en una clínica privada y sus pacientes son, en su gran mayoría, representantes de la alta sociedad, como Lou Nathanson o, principalmente, Victor Ziegler (a quien interpreta Sydney Pollack). Esta último, con un papel fundamental en la película, invita siempre a sus fiestas al matrimonio Harford a pesar de que, como dice Alice (Nicole Kidman), «aquí no conocemos a nadie».

El matrimonio lo tiene todo a favor. Son jóvenes, atractivos y exitosos. La carrera de Bill proporciona a la familia una estabilidad desde la cual atacar la cima de Nueva York, es decir, del mundo. Seguro de sí mismo, Bill tiene que quitarse de encima los dólares como tiene que quitarse de encima a las mujeres, particular y tenazmente interesadas en acostarse con él. Familia y poder: esos son los dos sueños de Bill. Las dos motivaciones que han forjado su mente de joven profesional urbano.

Tras la célebre conversación con su mujer, en la que esta le confiesa haber fantaseado con la infidelidad, a Bill se le comienza a desplomar el atrezo. Hasta ese momento, todo estaba bien medido; cada cosa, en su lugar. Los éxitos, el hogar viento en popa, una hija sana y educadísima y la mujer despampanante como trofeo que mostrar en las grandes ocasiones.

Pero, esa confianza ciega en sí mismo y en el lugar que habita es irreal, un espejismo de poder. El errático deambular de Bill por un Nueva York frío y navideño lo conduce a la mansión donde tiene lugar la famosa orgía, la fiesta de máscaras. Atraído por los cantos de sirena del poder máximo, toma un atajo para acceder a las capillas donde verdaderamente se deciden los asuntos del mundo. Bill se convierte en un intruso y es rápidamente detectado, a pesar de mantener su rostro oculto. Hay algo en él, un olor, un movimiento, incompatible con la élite.

El doble fracaso de Bill (familiar y social) se agrava con su querencia de investigador. Dispuesto a desvelar lo secreto, a dar forma a lo meramente intuido, no deja de merodear, durante los días siguientes, por los escenarios de aquella noche espectral. Pero, su curiosidad, revestida por un torpe e insuficiente latido moral, es aplastada una vez y otra. El doctor sabe ahora que existe un mundo más allá de este y mucho más allá del bien y del mal, donde los comportamientos y los ritos son distintos; donde, para comprender la vida y la muerte, no basta con manejar algo de dinero ni encarnar la gran fantasía del sueño liberal.

Tampoco se explica el erotismo ritualizado, frío, de los enmascarados. Recuerda los salones interminables, el silencio y la quietud de los participantes que observan los actos sexuales con siniestra indiferencia. ¿Qué está pasando ahí? Nunca lo sabrá. Es urgente, por lo tanto, una rápida vuelta al mundo de la mediocridad y la supervivencia. Se acabó el sueño de la promesa americana. Ya sólo quedan Bill y Alice, emergiendo de sus respectivas quimeras. Ahora ya conocen la distancia insalvable que los separa de lo más alto. «Tenemos que hacer algo cuanto antes -concluye la esposa-. Follar». Y dejarse de pamplinas.

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