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Su iconografía es inconfundible. Y lleva implícita una invitación reflexiva, entre la fascinación y la necesidad de descifrar la inquietante ternura de sus criaturas. Pero Yoshitomo Nara (Hirosaki, 1960) es mucho más que esa sucesión de imágenes de niños de gran cabeza y ojos ovalados, desafiantes, pero poseídos por una extrañeza melancólica que parece interrogar al espectador. El artista japonés deja abierto un resquicio para habitar esos espacios donde se muestran a la intemperie sus figuras y animales. La experiencia, los recuerdos, la infancia, el conocimiento de la música, el arte y la sociedad constituyen territorios cómplices que conviven en sus creaciones. «Desvelar y explorar el fascinante mundo del artista» es el doble objetivo de la retrospectiva que alberga el Guggenheim Bilbao desde el inicio del verano y hasta noviembre. Ese trayecto por la evolución de su creatividad desde los orígenes de sus ideas, se presenta al visitante dando prioridad a los temas de su universo, más que cronológicamente o según la técnica y los materiales. En el itinerario afloran los procesos conceptuales y formales del artista japonés. Una ingente selección de casi 130 obras donde confluyen pinturas, dibujos, esculturas e instalaciones creadas durante cuatro décadas, de 1984 al presente año, a modo de «reflejo de su empática respuesta a las personas y los lugares que ha ido conociendo a lo largo de los años», según expresa la comisaria Lucía Agirre. Aunque se ha intentado etiquetar y encasillar su obra, la singularidad de su imaginario se impone. El concepto de hogar, los brotes de hierba, el fuego, el cuchillo, la casa de tejado rojo, el charco, la caja, el barco azul y el bosque, más allá de ser símbolos de su mundo particular, articulan la evolución de su estilo. A través de préstamos internacionales se ha forjado esta primera gran muestra del artista nipón en un museo europeo. «Hay algo que me hace pensar que la ubicación no importa. Me encanta ver a personas que viven plena y felizmente en las áreas rurales, que están orgullosas del lugar donde habitan o que regresan porque tienen un hogar al que volver: verlas me da algunas pistas sobre lo realmente bueno de la vida», reflexiona Yoshitomo Nara. En ese vínculo entre experiencia y obra cabe destacar el impacto que tuvo en el artista la sucesión de siniestros y tragedias en 2011, como el gran terremoto seguido de un tsunami y el accidente de Fukushima.
Nara decidió «fomentar proyectos artísticos locales en su región natal, Tohoku, cuyas áreas rurales habían sido afectadas». Esos desastres tendrían su huella en obras como 'From the Bomb Shelter' ('Desde el refugio antiaéreo'), 'Blankey' (2012) o 'Midnight Tears' ('Lágrimas de medianoche', 2023). El artista plantea un bucle, un viaje circular: «Por fin sentí que tenía las cosas que había echado en falta, que todo lo que pudiera necesitar estaba al alcance de la mano, y fui capaz de vivir en provincias. Pero creo que tuve que dejar mi ciudad natal durante un tiempo para entenderlo». Lo humano, las emociones, las relaciones sociales, el hogar están tras sus piezas, pero busca sobre todo que se revelen sin límites sus vínculos con lugares y personas. Un artista de ida y vuelta entre Europa y su país natal. O lo que es lo mismo la infancia de aislamiento en Japón y su estancia en Alemania. Son quizás las referencias de músicas y sonidos, del folk al punk o el new wave, las influencias notorias en su obra. Cuando no sabía inglés, trataba de percibir los temas a un nivel sensorial, dejándose llevar, igualmente, por los sentimientos que deducía de las portadas de los álbumes.
Yoshitomo Nara Comisaria: Lucía Agirre. Patrocina: Fundación BBVA. Organizada por el Museo Guggenheim Bilbao en colaboración con el Museum Frieder Burda, de Baden-Baden, y la Hayward Gallery, de Londres. La muestra viajará a ambas sedes.
Contenido. Son 130 pinturas, dibujos, esculturas e instalaciones creadas a lo largo de las cuatro últimas décadas.
El artista, que ha confesado a menudo que no sabe explicar por qué dibuja esos niños de gran cabeza y ojos grandes, dijo en la apertura de su muestra que «cada vez que me preguntan al respecto podría dar una respuesta al uso, como que enlaza con mi cultura japonesa, pero no saldría del fondo de mi corazón». Y aún más claro: «No sé expresarme con palabras, por eso me expreso a través de mis obras». Su trayectoria se ha prolongado más de 40 años en un recorrido por el mundo entero. Una frase confesional resulta transparente y elocuente: «Soy mayor, pero aún me queda mucho por madurar. De joven dibujaba de forma impulsiva, 120 obras al año. Ahora hay años en los que solo hago dos, porque tengo más tiempo para pararme y pensar».
En febrero de 1980, siendo aún un estudiante de veinte años, Nara viajó a Europa por primera vez. Esa visita le permitió contemplar, de primera mano, las pinturas altomedievales y renacentistas, con sus temáticas bíblicas y sus narraciones religiosas, y la obra de los maestros modernos europeos. Estas ejercieron una inmensa atracción emocional sobre Nara, que experimentó «un despertar, una revelación a través de esas vivencias». Aprendió mucho de los impresionistas y expresionistas, así como de los artistas asociados a la Escuela de París. Se inspiró en su filosofía, su espiritualidad y sus técnicas para replantearse todo lo que había aprendido hasta entonces. En palabras del propio Nara: «Al salir de Japón, me di cuenta de que ver las cosas desde el monte Fuji es totalmente distinto a verlas desde el Everest». La exposición abarca los cuarenta años transcurridos desde el segundo viaje de Nara a Europa hasta la actualidad y demuestra que la marcha de Nara de Hirosaki y su estancia fuera de Japón «fueron cruciales para él, pues le proporcionaron las herramientas necesarias para replantearse su papel como artista y reevaluar su relación con las comunidades de Japón, sus interacciones con la gente y con la naturaleza».
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En 1995, Nara celebró su primera exposición individual en Estados Unidos, donde llamó la atención de un público más amplio y los críticos destacaron la «inquietante mordacidad» de su obra. Tres años más tarde fue invitado a la Universidad de California como profesor visitante de pintura. Durante tres meses compartió apartamento con su compatriota y también artista Takashi Murakami, lo que propició la participación de Nara en varias exposiciones comisariadas por Murakami en 2000. La obra de Nara empezó a figurar así en colecciones norteamericanas. La muestra supone una inmersión en sus claves personales y emocionales, un contacto con su razón de ser como artista, así como las ideas que le interesan y resultan fundamentales en su proceso creativo. De las cuestiones recurrentes al desarrollo de su enfoque formal y la variedad de técnicas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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