Borrar
Un tipo vacilón
Poesía

Un tipo vacilón

No puede ocultar Ángel Guache un extremado respeto por el oficio de poeta, que se manifiesta en el rigor puesto al servicio de la ironía

Viernes, 17 de enero 2025, 07:32

Han pasado ya muchos años desde que, en 1989, publicamos en la ya desaparecida colección de pliegos poéticos Scriptvm, un cuadernillo con poemas de Ángel Guache (Luanco, 1950) titulado 'Las sombras del bosque'. Desde entonces, no me han faltado ocasiones de seguir su particular trayectoria, la cual abarca no solo la poesía, sino la música y el arte.

  • Autor Ángel Guache

Cursó estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, donde se licenció. Colaboró como profesor en la Escuela de Arquitectura, en un ... Liceo y en varios institutos de Madrid. En 2001, el Museo Reina Sofía le dedicó la muestra 'Poemas geométricos', que recogía cuadros de pequeño formato y espíritu constructivista cuya única salida parecía el blanco total. En lo que respecta al ámbito poético son más de cuarenta títulos los publicados, entre ellos 'Apariciones (1979)', 'El viento en los árboles' (1986), 'Vals de Bruma' (1987), 'Canciones para interpretar con maracas» (1990), 'Los adioses'(1991), 'Diario de un buzo'(1991), 'Piano, piano', etc. En 'Cantos de carraca y traca', su nueva entrega, recoge, según informa la solapa, «algunas canciones humorísticas funambulescamente comprometidas con la vida, donde conviven el travieso y alegre desenfado eutrapélico y sonriente con la abierta risotada, con la parodia y con un disolvente frenesí». De hecho, los textos de algunos de estos «sonetotes» están acompañados de un código QR en el cual puede escucharse la canción. Una variada relación de referencias poéticas que van desde Quevedo a Valle Inclán, pasando por san Juan de la Cruz o Fernández de Moratín sirven de pórtico a los poemas propiamente dichos. Y no es preciso adentrarse mucho en la lectura para comprobar la certeza de lo afirmado en la solapa promocional porque ya en el primer poema, «[A modo de prólogo]. Anarcopoeto» escribe: «Quiero cantar en verso recio y fiero / lo que me da la gana y porque quiero». Como se ve, es toda una declaración de intenciones que se corrobora en la página siguiente, con estos versos del poema «Poética»: «Prefiero que mi verso sea chirriante, / cacofónico, afónico, ligero. / Que tenga suelta impronta de jilguero / ―aunque soy pajarraco bien tunante. // Que suene con estruendo retumbante / cual petardos de ardor de mi tintero. / Me importa un bledo recibir un cero / del profesor o del censor pedante. // No soy santo ni sabio ni soy cura. / ni erudito ratón de biblioteca. / No hago al verso sesión de manicura. / Mis versos no son versos de manteca / ni del rollo de la poesía pura. / Yo escribo como un terco Karateca». Evidentemente, hay en este tono iconoclasta y descreído mucho de irónico desenfado que, sin embargo, no puede ocultar un extremado respeto por el oficio de poeta, respeto que se manifiesta en el rigor rítmico, métrico y estrófico que solo puede conseguir quien conoce perfectamente las herramientas de que dispone para trasmitir esa heterodoxia conceptual. Solo desde un profundo conocimiento de la tradición se puede, como hace Ángel Guache, torcer y retorcer la palabra: «Lo grotesco, lo cómico y sonriente, / lo adverso a la razón y al buen decoro, / y todo lo que pasa por mi mente, // van por boca en palabras que desfloro / al ritmo impuro del tambor demente, / pues repudio ser circunspecto loro», y es que solo esa palabra, dúctil, maleable y, a la vez, precisa, construye el poema, lo demás es ganga, residuo, retórica innecesaria: «La palabra es ave que al aire embiste, / es música que en tropel se atropella, / un rústico rumiar rumiando alpiste // de la pigmea idea y la querella / en tanto en cuanto el canto se desviste / y sin freno da vuelcos y se estrella». Pero no solo debemos fijar nuestra atención en el exigente dominio de la forma ―más patente si cabe en el poema en el que homenajea a Rubén Darío―, sino en la nostalgia por la pérdida y el erotismo ―teñidos ambos también de un sarcasmo casi amable―que alienta muchos de los poemas de este libro, así, por ejemplo, «Fluyendo con el verbo más fecundo / entre el buen recuerdo que no se olvida, / girando sin parar, como este mundo. / Buscando perlas en lo más profundo, / fluyendo voy, fluyendo va mi vida, / vida eléctrica jamás abatida» o estos otros en los que aflora un contenido deseo transformado en erotismo de herencia quevediana: «Tu cuerpo que un inmenso sol ha sido, / las caderas que tanto fuego han dado, / los ojos que al mirar siempre han ardido… / No olvidaré belleza ni cuidado, / te daré amor en el mejor sentido: / polvo seremos, polvo apasionado». A veces los árboles no nos dejan ver el bosque. Con la poesía de Ángel Guache sucede algo similar. El dominio estrófico y rítmico puesto al servicio de la ironía, del humor ácido, puede dejar―a un lector no muy avisado― en un segundo plano la esencia de una poesía con un alto componente biográfico, con todo lo que esto conlleva: desencanto existencial, conciencia del paso del tiempo, de las pérdidas, de la necesidad de disfrutar el día a día, en resumen, de todos los tópicos que durante siglos han conformado el espíritu del ser humano.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Un tipo vacilón