Ignacio Pajón-Leyra
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Ignacio Pajón-Leyra
En la casa familiar de Ignacio Pajón Leyra, eran frecuentes sesudas reflexiones sobre temas «profundamente interesantes» de las que aprendió muchísimo, reconoce. Hoy en día, el filósofo, profesor e investigador, director de Ediciones Antígona y dramaturgo, transmite con calma y entusiasmo sus propias enseñanzas en ... múltiples trabajos divulgativos que tienen el pensamiento clásico como eje. Hoy disertará sobre el sofismo en el ciclo Pandemia Filosófica (Tabacalera, 19.30 horas)
–Ha pasado un año desde su anterior visita a Santander, en este mismo ciclo. ¿Ha cambiado en algo el panorama filosófico?
–Realmente, y más en mi especialidad, que en filosofía antigua, un año es un suspiro, no da tiempo a nada. En mi campo de trabajo pensamos más en siglos y la perspectiva filosófica requiere tiempo, pausa. Se trata de dar una oportunidad a la reflexión.
- ¿Qué ha sido lo que en este tiempo le ha hecho pensar?
- A nivel de publicaciones estoy en una actividad casi frenética y quiero relajarlo un poco, teniendo yo un poco más de pausa en el ritmo de trabajo. Pero estoy contento con el trabajo desarrollado. A principios de año publiqué en Alianza 'Epicteto, el arte de vivir en tiempos difíciles' y está funcionando muy bien. Epicteto y el pensamiento estoico en general son un material muy interesante de reflexión para épocas convulsas. Nacieron en una época desubicadora para la ciudadanía y el momento actual refleja muy bien ese contexto.
–¿La gente tiene ganas de que les ayuden a entender cómo pensar?
–Sí. Todos tenemos la inquietud respecto al pensamiento. Todos tenemos el gusanillo filosófico metido dentro y nos hace falta encontrar medios para aclararnos con nosotros mismos. Para eso vale la filosofía. Es un material interesante para todo el mundo.
-Aunque no lo sepan.
-Aunque no lo sepan y piensen de partida que la filosofía es eso aburrido que les enseñaban hace años y como asignatura era un infierno, pero cada vez que se hacen una pregunta personal profunda, es una pregunta filosófica, cada vez que tienen una inquietud vital, es filosófica. Nada es más útil a nivel personal que reflexionar sobre el propio contexto de cada uno.
– ¿Qué tendría de interesante sentarse a charlar hoy en día con un sofista?
–Muchísimo. A pesar de ser una rama de la filosofía muy menospreciada, que ha recibido mala fama, hoy en día sería muy interesante una conversación calmada con los principales sofistas de la antigüedad. Sobre todo teniendo en cuenta que fueron filósofos que intentaron situar el diálogo en el centro del campo de la política. Lo más importante era que nos interrelacionaramos a través del diálogo, algo que hoy tiene una gran importancia.
–Cualquier planteamiento que hoy en día llevara al diálogo sería bastante útil.
–De hecho, ese es uno de los principales problemas a nivel político: una ruptura constante del diálogo, de los canales no solo de la política institucional sino de la que se hace en las cafeterías o los encuentros familiares. Cada vez estamos menos abiertos a dialogar con los que tienen ideas diferentes a nosotros. Nos centramos más en las ideas que coinciden con lo que ya pensamos que en cotejar nuestra realidad con la del vecino. Eso es justamente lo que los sofistas no querían. Aspiraban a tender puentes, dándonos la oportunidad de convencernos los unos a los otros.
–En un artículo de este mismo suplemento, a cargo de Jorge Villasol sobre los sofistas, afirmaba que no sólo fueron grandes pensadores, sino también los primeros teóricos de la más prodigiosa invención política de los griegos: la democracia. ¿Les debemos parte de nuestro sistema actual?
–Leí ese artículo, me encantó y estoy totalmente de acuerdo con él. Una gran parte de la fundamentación del sistema político en el que hoy nos ubicamos, se lo debemos a los sofistas. Fueron los creadores conceptuales de la base sobre la que se sostiene la primera democracia como tal y establecieron el primer modelo de política democrática. Un modelo que tenía sus ventajas y deficiencias, como tiene el contemporáneo, pero quizá ese es un motivo más para tratar de recuperar la vigencia de la sofística; centrarnos en estudiar lo que pudieron ser sus aciertos y sus errores y aprender de ello para nuestro contexto.
–¿Hacen falta más encuentros como Pandemia Filosófica?
–Está empezando a ser habitual encontrar este tipo de espacios de diálogo en los que salir del academicismo y volcarse en la sociedad, pero hacen falta aún más. El trabajo intelectual no vale para nada si se encierra en las paredes de un aula y no pretende salir al mundo real. Es para la sociedad y tiene que ver con la calle. Cuanto más se vuelque en intentar comunicarse, mejor; tanto para comunicar en la calle lo que hacemos en el aula, como para incorporar al aula las discusiones que aparecen en la calle. Hay que cuidar estos espacios y fomentar que surjan. Todos los ayuntamientos deberían intentar que se generen en sus ciudades y los partidos políticos apoyarlos. Y, desde luego, todos los integrantes de la comunidad académica tendrían que intentar participar en ellos todo lo posible, porque es la única manera de que ese esfuerzo que hacemos por intentar entender lo que nos rodea, cumpla su función social, no solo teórica.
–¿Para lograrlo no hace falta una base educativa que ayude a entender esos procesos?
–Sí, y a eso es a lo que dedicaban sus esfuerzos los sofistas. Pensaban que lo más importante para la producción de una sociedad armonizada es la educación. No solo la de los niños, sino lo que podríamos llamar hoy educación superior; la que no termina nunca y continúa durante toda la vida, aprendiendo siempre un poco más.
–Viene a hablar precisamente de las contradicciones y peligros del sofismo. ¿No cree que tendemos a quedarnos siempre con una de las partes?
–Sí, o ponemos el acento por completo en lo positivo o en lo negativo. Eso tiene como consecuencia dos visiones que me parecen peligrosas: la excesivamente laudatoria y la excesivamente crítica y menospreciadora.
-¿En este planteamiento es más difícil hacer reflexionar a adultos formados o a estudiantes que no saben bien qué pensar?
-Diría que son enfoques muy distintos. Un grupo de estudiantes de dieciocho años como los que tengo en la universidad, están todavía buscando su manera de ver la realidad y quieren sobre todo cambiar la realidad, una visión, entre comillas, revolucionaria. Y por eso tienden a valorar lo que choca con lo establecido solo por ese hecho. Echar una mano en el proceso de valorar lo que merece la pena es muy constructivo y divertido. El público adulto, que según el tópico, tiende a ser más conservador, tiene un recorrido vital más profundo. Ha tenido más tiempo para reflexionar y plantearse alternativas en su modo de conocer la realidad. El diálogo con ese tipo de pose intelectual es atractivo por lo que aprendo yo en el proceso.
–En las redes sociales se atribuyen a los grandes pensadores citas tergiversadas. ¿Podría Marco Aurelio haberse imaginado convertido en influencer?
–Ni muchísimo menos. Le habría sorprendido pensar que su cuaderno de notas hoy fuera un producto comercial. Sí habría comprendido que eso es sintomático de la sociedad contemporánea. Que se convirtiera en material buscado por una sociedad, significa que esa sociedad se está viendo a sí misma acuciada por preocupaciones, inquietudes, inseguridades y que busca respuestas en el planteamiento personal que alguien, mucho antes, podía estar buscando. Es muy diferente lo que hoy entendemos como producto intelectual a lo que se entendía en la antigüedad. La concepción que el filósofo antiguo tenía de sí mismo era mucho más vital, más práctica, menos convertida en objeto de museo, como la hemos tratado.
-Hace poco se ha llevado el accésit del XVI Certamen Internacional de Teatro Mínimo AnimaT.sur con 'Setecientos sacos' que define como un canto a la humanidad en tiempos de guerra, algo muy de actualidad.
-Escribo teatro desde hace mucho tiempo y uno de los temas que más he tratado es el de la guerra. No le veo ningún aspecto positivo, como consideraban algunos autores del XIX, afirmando que era un crisol que mostraba la verdadera valía de los hombres. Yo creo que es un proceso destructivo sin nada que rescatar en el que, cuando viene sobrevenida, uno debe intentar mantener su humanidad tanto como sea posible.
-Su madre imparte cursos sobre mitos y relatos clásicos. ¿Las sobremesas de su casa se asemejan a un ágora?
-(Ríe) Sí, es cierto. Cuando vivía con mis padres, lo que me encontraba en casa era casi un seminario permanente en el día a día. Siempre discutían sobre temas profundamente interesantes y aprendía muchísimo. Casi tanto en la facultad como en casa. Mi madre ha publicado un texto sobre las figuras mitológicas griegas que trata del papel de las mujeres en ese contexto, que no tienen elementos en común, sino que tienen papeles muy diversos y que nos hablan a nuestro presente y sirve para entender qué se gestaba en la mentalidad griega antigua, que hoy hemos heredado.
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