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La dedicatoria a su madre, Emilia, es tan elocuente como cualquier cita y fragmento de su nuevo libro. Un recuerdo imborrable de quien «guardaba las llaves del primer jardín». Y esa custodia, con sus indagaciones y sus latidos, es lo que lleva haciendo Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) con su literatura desde hace casi medio siglo, con un primer despertar plasmado en 'Luz usada'. «Ninguna pareja es feliz, le dijo Paulina mientras los veían alejarse por uno de los paseos. Y sin embargo se empeñan en vivir juntos. El amor nos hace desgraciados, pero no podemos prescindir de él. Es extraño, ¿verdad?».
Autor: Gustavo Martín Garzo.
Editorial: Galaxia Gutenberg.
Colección: Narrativa.
Páginas: 176.
Precio: 18,5 euros.
El Premio Nacional y Premio Nadal, entre otros, regresa estos días con 'El cuarto de los sombreros', dos historias que son un novelar que se desdobla, dos trayectos de revelación y descubrimientos, de hallazgos y alumbramientos, de regresos inesperados. El autor de 'El lenguaje de las fuentes' vuelve a transitar el asombro. La propia declaración de intenciones, la esencia que subyace en la obra, lo deja claro: «No hablan de lo perdido estas historias, sino de lo que regresa a nosotros misteriosamente intacto, como los cuerpos de aquellos amantes que encontraron abrazados bajo la lava de Pompeya. Nos enseñan que el don de la vida, como afirmó Nabokov, es fundamentalmente el don del pasado. Merecerlo es abrirse al asombro de que nada de cuanto hemos amado puede perderse del todo». Narrar, esa identidad fundacional del cuento, la reflexión sobre la escritura también está en la esencia de Martín Garzo como se aprecia en 'El cuarto de los sombreros'. En su discurrir, en una primera historia, dos mujeres jóvenes viven un tiempo en la misma casa, comparten paseos y proyectos, todo se lo cuentan. Después, una fractura y un descubrimiento. Lo que no sucedió se antoja más real. En la segunda historia, 'La mentirosa', una niña cree ver en la oscuridad de una cueva algo que cambiará el entorno. «Hablaron entonces del oficio de escribir. No era verdad que ese oficio te acercara a los demás, te alejaba de todo, te transformaba en un paria. El escritor era el extranjero por excelencia. Ni siquiera encontraba refugio en el libro que escribía. La escritura era un oficio de tinieblas, le dijo».
En ninguna de esas dos historias, como pasa en los cuentos, «las cosas son lo que parecen». El autor de 'Las historias de Marta y Fernando', como en toda su obra, escudriña en esos pliegues de luz y oscuridad y se adentra en el milagro de vivir, en los lugares y visiones «que hablan de esas regiones de naturaleza intangible y sagrada que aún perviven en el mundo». Dos sentidas convicciones del escritor, Premio Delibes, subyacen en su nuevo libro: «Hay momentos en la vida que necesitamos agarrarnos a algo y por eso recurrimos a ese mundo de las certezas, porque dan tranquilidad y dan serenidad». Y «el arte de contar creo que en gran parte se basa en saber contar las cosas siendo capaz de respetar lo que de complejidad hay en ellas y lo que de contradictorio hay en nosotros».
En estos últimos años su escritura reconocible, el universo y la atmósfera que alumbran de forma decidida la construcción de una atalaya desde la que ver el mundo para hacerse preguntas, ha tenido numerosos frutos en muy poco tiempo. 'El último atardecer', 'El país de los niños perdidos' y 'El árbol de los sueños' han precedido a este nuevo desembarco narrativo entre Valladolid y Comillas, de 'El cuarto de los sombreros'. Y estos trayectos comparten un pensamiento común: «La gran cualidad de la imaginación es vincular realidades que la razón separa: el mundo de lo real y el sueño; establecer puentes entre lo humano y lo animal, los vivos y los muertos. Y la literatura fantástica nos permite viajar a todos esos mundos perdidos, y uno de ellos es la infancia, y otro, el mundo anterior al lenguaje».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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