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Ilustración: Nick Fewings / Unsplash
Ya nadie está triste
Actualidad

Ya nadie está triste

La tristeza es una situación penosa que hay que eliminar rápidamente por cualquier medio

Rafael Manrique

Santander

Viernes, 4 de abril 2025, 07:26

«Creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que percibimos como paralización porque no oímos ya vivir nuestro sentir enajenado. Porque estamos solos con ese extraño que ha entrado en nosotros; porque se nos ha quitado por un momento todo lo familiar y habitual; porque estamos en medio de un tránsito donde no podemos quedarnos quietos».

Rainer M. Rilke

Ya nadie está triste. Se está deprimido o eufórico. La tristeza es una situación penosa que hay que eliminar rápidamente por cualquier medio, sea psicológico o farmacológico. En nuestra cultura, se ha perdido la conexión de la tristeza con la propia existencia. Ha desaparecido su vinculación con el mensaje que cuerpo y mente nos envían a través de ella. Hoy la tristeza, transmutada en depresión, es un síntoma médico codificado en el Diagnostics and Statistical Manual, que debe ser tratado. Hay ocasiones en las que el componente biológico es muy importante y exige una intervención psiquiátrica. Otras muchas veces se trata de una situación existencial que debe ser comprendida y aprovechada. Esa tristeza puede darnos nuevas pistas para el desarrollo de nuestro vivir. A la vez que nos aleja de una conformista felicidad de baratillo.

La tristeza nos recuerda que estamos afectados por nuestra naturaleza humana. La tristeza, y la risa, son una forma de aceptar lo absurdo y limitado de esa condición. Existen razones para estar triste y se puede estar triste sin razón. Es un estado de sensibilización mental que nos pone en contacto con realidades que la vorágine de la vida no nos permite experimentar. La mayor parte de las veces, con las precauciones necesarias, no hay que eliminarla rápidamente ya que casi siempre nos indica que tenemos alguna cuenta pendiente. Los tristes, los melancólicos no son seres llorosos, deprimidos o cenizos. Cantan, beben, bailan, ligan, hablan y, al tiempo, sienten las pérdidas, la frialdad y el desamor. El melancólico príncipe Hamlet descrito por William Shakespeare es dubitativo y razonador, pero no inactivo y sin empuje. Recuérdese todo el plan para desenmascarar a su tío y a su madre.

Dos caras del vivir

La tristeza con frecuencia mejora nuestra capacidad de hacer juicios, de comunicarnos claramente y de mostrarnos empáticos. Nos coloca en un estado de alerta y de atención a los detalles. La nostalgia, el lamento por lo que perdimos, no es buena. La melancolía, el lamento por lo que nunca tuvimos, nos aboca a la acción y al futuro. En este caso no se trata de una tristeza que nos conduce a la agonía de la muerte, sino a una situación que alberga la esperanza de vencer la desolación. La depresión, reina de la psiquiatría, es algo diferente. Se trata de una incapacidad de estar triste y una renuncia a reconocer la historia y significado que pueda tener. Por otro lado, un exceso de alegría suele ser símbolo de una ausencia, de una carencia que no se quiere afrontar, afirmaba Aldous Huxley. Es como si temiéramos mirar a Medusa y quedar petrificados. Para evitar ese hecho, corremos como desesperados sin comprender que no puede haber alegría sin tristeza. Representan las dos caras del vivir. La psicología positiva, el constructo de la inteligencia emocional hace que estemos tan obsesionados por conseguir una felicidad absurda que nos convierte en ansiosos y depresivos. Advertía Friedrich Nietzsche que «tras alcanzar lo deseado, tan solo queda anhelar el deseo de lo anteriormente anhelado». En su lugar dejamos de lado a esa otra parte de nuestra vida que corre en paralelo para poder decirnos algo y nunca nos alcanza. La tristeza se convierte en depresión cuando nos empeñamos en ignorar o despreciar todo aquello que nos produce dolor. En vez de atender la demanda de la tristeza, huimos amedrentados de ese estado sentimental que vivimos como una amenaza. Decía Khalil Gibran que cuando nació su tristeza la crió con cariño y la cuidó con amorosa ternura para amar el mundo que los rodeaba. La pérdida, el desamor, el dolor nos recuerdan quienes somos y cómo hemos llegado hasta ahí. Nos invitan a pensar que haremos en adelante. ¿Acaso la melancolía sea un lujo psicológico?

En la Historia

Para el mundo clásico griego algunas tristezas procedían de un exceso de bilis negra. En la Edad Media el catolicismo, ¡cómo no!, llegó a considerar la tristeza un pecado capital. Tomás de Aquino, hombre mesurado, afirmaba que era el resultado de la frustración de un deseo, de la perdida de un bien o de la presencia de un mal. Y entre los remedios proponía el placer, el desahogo, la compañía de los amigos, el sueño y el baño. Todo ello añadido a la contemplación de la verdad. Curiosamente las teorías de Sigmund Freud sobre este tema no diferían mucho del Aquinate.

El constructo de la inteligencia emocional hace que estemos obsesionados por conseguir una felicidad absurda

La psiquiatría biológica actual insiste en alteraciones neuroquímicas o neurobiológicas como causa de las depresiones. Las pruebas al respecto no son concluyentes, pero cabe admitir que en alguno de esos estados anímicos esa causa revista importancia y sea necesario intervenir. Eso no significa que los humanos seamos seres exclusivamente biológicos ni únicamente un cerebro. En todo caso somos una mente compuesta de cerebro, lenguaje, historia, relaciones, responsabilidad y cultura. Y en ese conjunto que constituye nuestra existencia y nuestra biografía se inserta la posibilidad de curación. Albert Durero, Robert Burton, Johann Wolfgang von Goethe y todos los autores románticos, particularmente los alemanes, se regodearon en la melancolía. Hasta el spleen de Charles Baudelaire se relaciona con ese estado. Pero la tristeza es otra cosa. Se trata de algo consustancial a lo humano. Para Margareth Mahler forma parte del proceso natural del desarrollo del niño que desde la simbiosis materna temprana ha de transitar a la independencia y el desapego. Un sano proceso que se realiza en medio de una cierta decepción y tristeza que no empaña el enorme logro emocional, intelectual y conductual que los infantes realizan. Siempre queda una cierta huella corporal, psicológica y cultural de esa imaginaria pérdida del paraíso.

Distancia con la depresión

La tristeza es un problema cuando se conjuga con factores como la culpa, la soledad, la injusticia y sobre todo cuando supone un encierro de la mente y el cuerpo sin proyección al exterior. Llegando a producirse una quiebra de la personalidad que deja de operar en todas sus dimensiones: corporal, sexual, intelectual y relacional. Ahí puede hablarse de una depresión muy alejada del concepto existencial y creativo de la tristeza. Por el contrario, los autores que han hablado de la tristeza han solido alcanzar notable belleza poética. De la depresión se ha escrito mucho menos, pero sí podemos destacar dos ensayos: 'Los fantasmas de mi cerebro', de José María Gironella y más aún el de William Styron 'Esa visible obscuridad'. Es notable que socialmente se tolere mal al triste y mejor al deprimido. El triste nos recuerda a nosotros mismos, nos interpela. Al deprimido le compadecemos como a quien sufre una enfermedad, pero nos sentimos ajenos a su situación con tanta frecuencia egoísta. La tristeza nos sitúa como extranjeros de nosotros mismos. Ese descentramiento, esa posición nómada, contiene el germen de la transformación, aunque con frecuencia hable una lengua muerta no fácil de entender.

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