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Truman Capote fue muchas cosas, desde un excéntrico escritor o un controvertido polemista hasta una de las primeras estrellas mediáticas del pasado siglo, pero si algo de su legado permanece en la actualidad con auténtica vigencia, eso es el género narrativo que inventó en los años sesenta: el 'true crime', la literatura sobre crímenes reales.
Claro que, para entonces, Capote ya era Capote: un escritor reconocido, que en apenas quince años había pasado de chico de los recados –eso sí, nada menos que en la revista New Yorker– al éxito novelesco, en especial el de 'Breakfast at Tiffanys' en 1958. Mucho antes, en 1948, ya había desafiado a la América más conservadora con su primera novela, 'Otras voces, otros ámbitos' (1948), una de las primeras de obras de temática abiertamente homosexual.
Pero volvamos a 1958, cuando un Capote en plena efervescencia creadora lee en el New York Times la noticia de un macabro crimen cometido en Holcomb, un pequeño pueblo del oeste de Kansas, donde los cuatro miembros de la familia Cutter habían sido asesinados en su propia casa, en plena noche. Todavía no se había descubierto a los culpables, pero la atrocidad del suceso fascinó a Capote, como a muchos millones de estadounidenses. Él, sin embargo, fue más allá: junto a la escritora Harper Lee –que más tarde alcanzaría la fama tras publicar 'Matar a un ruiseñor– viajó hasta el lugar de los hechos, donde entrevistó a testigos y a familiares y vecinos de las víctimas y habló con los policías que llevaban la investigación del caso.
Pasarían varios meses hasta que lograran dar con los culpables y esclarecer un crimen tan trágico como incomprensible –cuatro asesinatos de extrema crueldad sin motivo, pues los apenas cincuenta dólares que robaron no parecen un móvil suficiente para semejante suceso–, y cinco largos años hasta que Capote decidiera aprovechar el trabajo de campo y convertir toda su documentación en algo completamente diferente a lo que se había escrito hasta entonces: un relato periodístico, pero utilizando las técnicas de la novela; por ejemplo, un narrador omnisciente. Así, su intención no es solo relatar los hechos, sino analizarlos desde todos los ángulos y proyectar además no solo sus consecuencias sino también sus causas, para lo que estudia la personalidad de los asesinos, de las víctimas y, también, el medio social en el que todos ellos se desenvuelven, el llamado 'Medio Oeste' norteamericano.
El resultado sería 'In cold blood' –'A sangre fría' en la traducción española–, la primera novela de no ficción de la historia, que resultaría un éxito absoluto e instantáneo cuando finalmente se publicó en 1965, unos meses después de que los asesinos de Holcomb hubieran sido ejecutados.
Inicialmente apareció en el New Yorker dividida en cuatro capítulos, y en enero de 1966 Random House la editó en formato libro, que se convirtió en un best seller de inmediato. No logró, sin embargo, un premio Pulitzer que parecía cantado; no olvidemos que en aquella época la crónica negra carecía de prestigio literario, al igual que las novelas detectivescas y, en general, cualquier género criminal.
Capote realizó una profunda investigación de campo a partir del asesinato de cuatro miembros de la familia Clutter en Kansas.
Colección de magistrales semblanzas que reúnen su capacidad de observación y el dominio de las formas breves.
Philip Seymour Hoffman interpretó al escritor en el biopic a partir de su trabajo para crear 'A sangre fría'. Logró el aplauso de la crítica.
Una situación que empezaría a cambiar gracias, precisamente, a libros como este. Y no solo por su éxito en las librerías, sino por la intervención inmediata de otro fenómeno de la época: el cine. La novela sería rápidamente llevada a la gran pantalla, donde siguió conquistando al público con la versión dirigida en 1967 por Richard Brooks.
Sin embargo, no solo el texto sino el propio proceso de creación de la novela llamaría la atención de Hollywood, de manera que no una, sino dos películas reconstruyen la investigación de Capote y su escritura de la novela: 'Infamous' (2007), con Toby Jones y Sandra Bullock, y sobre todo 'Capote' (2005), con Philip Seymour Hoffman interpretando al escritor. Reconocida con el Óscar al mejor actor principal, la labor de Hoffman fue encomiable, logrando una recreación muy reconocible del creador.
Claro que la mejor creación de Truman fue él mismo. Que, para empezar, ni siquiera se llamaba Capote, sino Truman Streckfus Persons, nacido en Nueva Orleans en 1924. Tomó su apellido del segundo marido de su madre, José García Capote, un cubano de origen canario que influyó decisivamente en despertar su vocación artística. Truman tenía entonces once años, pero ya empezaba no solo a escribir, sino a esbozar una personalidad tan controvertida como fascinante, pero siempre basada en un dominio exquisito de la palabra en todas sus formas.
El propio escritor se definió a sí mismo en 'Música para camaleones': «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio». Capote fue un tipo tan particular, que acabó adoptando a Kate Harrington, hija de su amante y antiguo mánager, que le acompañó en los últimos años de su vida y es una gran fuente para descifrar algunas claves de su personalidad y su proceso creativo.
«Aunque era malvado, era divertido», «era un cabrón, pero era inteligente», opinan sobre él distintas voces en el documental 'The Capote tapes', estrenado en 2019, y en el que Harrington desvela, por ejemplo, cómo el escritor le encargaba que en las cenas de sociedad tomase notas de todo lo que hablaran en su mesa, para contárselo después. «Era su entretenimiento», sostenía Kate; en realidad, Capote aprovechaba todo, bien para utilizarlo en sus artículos y relatos o en otro de sus géneros literarios preferidos: los cotilleos. De hecho, su último libro iba a ser 'Plegarias atendidas', donde pretendía desvelar muchos secretos de famosos y personalidades de la alta sociedad neoyorquina. La publicación de los dos primeros capítulos en la revista Esquire había levantado tanta polvareda como expectación –parte de la 'jet set' le cerró las puertas, lo que pudo precipitar un fallecimiento en 1984 cuyas causas no están demasiado claras, pero que siempre se han asociado a sus excesos con el consumo de drogas–, pero después de su muerte el manuscrito nunca apareció, aunque se llegó a publicar una versión inconclusa en 1986.
¿Por qué tanto miedo y tanta curiosidad? Lógico: en Nueva York, su hábitat natural eran las fiestas, aunque pronto acabarían siéndolo también los platós de televisión, donde daba rienda suelta tanto a su rapidísimo ingenio como a una lengua más que afilada. Contra todo pronóstico, su voz atiplada y su risa gutural conquistaron al público norteamericano casi tanto como su crítica despiadada. A saber, pues, qué contenían esas páginas perdidas.
Además de inventar la novela de no ficción y anticipar en medio siglo la actual fiebre pasión por el 'true crime', Capote es considerado también uno de los padres del 'nuevo periodismo'.
Además de inventar la novela de no ficción y anticipar en medio siglo la actual fiebre pasión por el 'true crime', Capote es considerado también uno de los padres del 'nuevo periodismo'. Esta escuela, en la que el adjetivo 'nuevo' se ha quedado fosilizado –los académicos también lo llaman 'higher journalism', como si tuviera cierta superioridad moral o cualitativa frente al periodismo 'viejo'–, tiene ya en realidad más de medio siglo.
Surge en los años sesenta en el ámbito anglosajón, con éxitos tan sonados como 'Los ejércitos de la noche', de Norman Mailer en 1967 o 'Los que sueñan el sueño dorado', de Joan Didion en 1968, si bien como padres de esta corriente suele reconocerse a Tom Wolfe, Guy Talesse y Truman Capote.
El propio Capote explicaba su técnica de manera gráfica: proponía aunar el «movimiento horizontal» del periodismo –que narra los hechos de principio a fin– con el «movimiento vertical» de la novela, que investiga el contexto y las causas de esos mismos hechos.
Sin embargo, había algo más que esa pretensión de que las historias reales pudieran ser leídas con la emoción de una novela. Y es que la verdadera revolución periodística del momento fue la irrupción que supone la transposición al periodismo de lo ocurrido en la literatura con la llegada del romanticismo de un nuevo concepto de autor, con el que el 'yo' pasa a un primer plano.
Como ya señalara Félix de Azúa, «los nuevos periodistas son aquellos que se muestran personalmente».
Así, explica el profesor José García Berlanga, «la historia del periodista supera en emoción a la del propio protagonista». Tengamos en cuenta que estamos en los años sesenta; si para Marshall MacLuhan el medio era el mensaje, para autores como Truman Capote el periodista era también la noticia. O, al menos, una parte importante de ella.
La particularísima personalidad de Capote encaja así a la perfección en esta corriente. Tennessee Williams, con quien mantuvo una íntima enemistad, diría de él que era un «fabricante de mitologías». Empezando por su propia figura, por supuesto. Y con bastante éxito; en realidad, sobre su vida se han escrito muchas más páginas que sobre su obra.
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