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Con un soneto en alejandrinos comienza este libro que, a partir de ese poema, se desarrolla en poemas escritos en versículos, preferentemente, siguiendo la senda de poetas admirados por Pedro Luis Casanova –nacido en Jaén, en 1978 y autor de libros títulos como 'La anatomía del eco' (1999), 'Café' (2001) y 'Fósforo Blanco' (2015)–, como Antonio Gamoneda ―autor del prólogo de 'Azar ileso'―y Juan Carlos Mestre. La influencia se extiende no solo a la forma sino al propósito retórico vinculado a un restringido surrealismo.
Autor Pedro Luis Casanova
Editorial Siltolá Poesía
Precio 14 euros
Estamos ante una poesía torrencial, plagada de imágenes exuberantes, como vemos en estos versos del primer poema: «Sabed / cómo tala su brote la niñez cuando alzo la visión sobre las cúpulas / y el aire vuelve las bóvedas con el súbito juego de enterrar en mí ... su vieja espiga, ya sin grano. / Oh, porvenir del latifundio, ¿quiénes ostentarán / las profesiones metalúrgicas, los oficios acuáticos, el sucio adiestramiento de la cópula?». La profusa adjetivación contribuye a enriquecer el detalle con el que están descritas las sensaciones, aunque en otras ocasiones basta con la elección de sustantivos que connoten la idea motriz, ya insinuada en el vocativo inicial: «Oh aurora rizada de las ingles / donde dejan su vómito los niños que tocan / el pezón de la muerte una tarde sin Dios, / lamiendo barro y miel / en la oscura sandalia de una virgen dormida». Ese erotismo trascendido, el regreso a la infancia o la complicidad de un yo que se subleva y contradice se acentúa con los paralelismos y las aliteraciones frecuentes: «Soy el azul y el pájaro de los teléfonos. / El que está en paro y todavía ambiciona un subsidio en la violenta / caridad de sus cómitres. / Soy el que bebe y calla. El que un día habló y ya no bebe. / El abandonado por la incertidumbre / y el que deja de ser / constantemente / soy». El efecto desconcertante de los poemas se debe, fundamentalmente, a la densidad expresiva, a la intersubjetividad y a la técnica narrativa empleada. La segunda sección, 'Tallar la niebla', comienza con otro soneto, esta vez construido en endecasílabos. Después se repite el esquema de versicular acumulativo y temático. Hay quizá algo más de contención expresiva y las imágenes producen unas comparaciones menos imaginativas, más evidentes: «Los días, como párpados que nadie visitara, no tienen gravedad / sino en la altura, y ellos miran, yo les miro, / y devoran los ángeles del mundo / en la niñez del pan. En la tensión del frio», aunque esto probablemente no sea más que un espejismo, porque enseguida reconocemos una especie de vuelta al origen estético, como manifiestan estos versos: «Qué amor / da un destello infiel sobre los fármacos / que anudan sin moral / los dedos de la incertidumbre, / y la lejía y el cáñamo ligero / de pértigas suicidas, / la calavera del azul que se despeña / entre barrancos maternales / y no germinará / donde mis cartas dieron tierra a su propósito». 'Sala de vértigos' es el título de la tercera y última sección. Las imágenes sorprendentes ―–«la metalurgia de la nieve», «las bicicletas violaban el árnica de los cipreses», «alta exhumación le la melancolía»–― y arbitrarias se cuelan de nuevo en un discurso que, por momentos, gracias probablemente a un cambio de punto de vista, ofrece referencias concretas y reconocibles, como, por ejemplo, el poema que reinterpreta versos de Rafael Alberti ―–«Creíste que todo lo azul había sido verde. / Que lo verde era gualda y lo amarillo blanco. / Y que lo blanco, blanco»–― y tiene como protagonista a Antonio Machado en su éxodo: «Tu ibas con ellos, Don Antonio, a la estación que endurecía las sienes. / Cuidabas el enjambre con los ácidos que perforaban la niñez. / Tú soñabas con jaulas abierta al mendrugo del beluario, / soñabas en los rostros la claudicación como elixir de nuestra patria». El «sobresalto» del que habla Antonio Gamoneda en las palabras que preceden a los poemas, es permanente. El autor duda en el último poema del libro de si está o no soñando y concluye de forma negativa: «No estoy soñando. / No», sin embargo, el lector, después de salir a la superficie, de emerger de la lectura de estos poemas que le sumen en algo parecido al sonambulismo, parece despertar a una nueva realidad, a una realidad otra, más rica por más expuesta a las interpretaciones casi alucinadas de quien ve más allá de lo evidente.
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