Un veneno sublime
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Cuatro Lunas recupera en edición bilingüe las dos obras fundamentales de Rimbaud, el 'enfant' más terrible del siglo XIXDice Manuel Vilas en su prólogo que Rimbaud fue el poeta más guapo del mundo. Seguramente se basa en las apreciaciones de Paul Verlaine, quien era todo lo imparcial que puede ser un amante enamorado hasta más allá de los límites del código penal. Pero dice aún más: que fue el primer artista moderno, «sin valores morales reconocibles». Y que fue un James Dean, un Elvis Presley y un Bob Dylan «antes que todos ellos juntos».
Es evidente lo hondo que ha calado en la cultura contemporánea Arthur Rimbaud, prototipo donde los haya del artista adolescente. Pero también del antiartista –sus coetáneos le llamaban «el canalla», se cuenta en el epílogo de René Char–, el hombre que abandona la literatura con ... apenas veinte años obsesionado con hacerse rico a cualquier precio. En su caso, como traficante de armas en África. No es que resulte demasiado poético, pero desde luego más posmoderno no se puede ser. Pero ¿por qué se muestra Vilas tan encendido en sus elogios al que define como «el primer artista pop»? ¿Es posible que lo sobredimensione? Para comprobarlo, lo mejor es juzgarlo uno mismo con una relectura de sus dos obras capitales, 'Una temporada en el infierno' y 'Las iluminaciones', que acaba de reeditar Cuatro Lunas –un sello paralelo de Kalandraka que últimamente nos da muchas alegrías, de Lorca de Atxaga–.
Autor: Arthur Rimbaud.
Editorial: Cuatro Lunas, 2024.
Páginas: 216.
Precio: 18,00 euros
Y decimos relectura porque a Rimbaud siempre se vuelve, aunque sea la primera vez: su obra caló tanto en la literatura posterior, que todo nos resulta familiar.
Cuando escribe «Los salvajes bailan sin cesar en los festejos de la noche», o «Acabé por considerar sagrado el desorden de mi alma», habla por su boca no el XIX, sino el siglo XXI. Tanto, que el lector duda si es que era el poeta el moderno o si es el mundo el que ha acabado por parecerse a Rimbaud: descreído, irónico, marginal por voluntad propia, pero sin embargo apasionado hasta el delirio.
Como en el tópico –«vive rápido, muere joven»–, se diría que el poeta se atropella porque quiere vivir todas las vidas en una, y pasa de la métrica clásica a la prosa poética como en «la quiebra de la gracia atravesada por la nueva violencia». Y para «reinventar la lectura de Rimbaud» sus traductoras nos sirven, en versión exquisita, este «veneno sublime».
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