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N acida en Bilbao en 1986, Jimena Alba forma parte de ese proyecto pluripersonal de Julio César Quesada, creador de varios heterónimos, con los que, al modo pessoano, dialoga permanentemente. Este antecedente lo vemos ya en el primer poema: 'Introducción a La tabaquería de Fernando Pessoa', en que Alba escribe: «Nos crearemos una comunidad literaria porque / la Literatura es mentira», afirmación que no esconde cierta contradicción con la que expresan estos versos del mismo poema: «Y haremos que el poema salga de sí (no tomen en serio la heteronimia, / la poesía es una expresión verdadera; / individual e intransferible…)», tal vez solo entendible si partimos de la poesía no es literatura. Por continuar con los poemas referidos al ámbito literario, mencionaremos el titulado 'El movimiento literario que nunca existió', un alegato contra las «mafias poéticas», que, al generalizar y recurrir a lugares comunes, resulta un tanto cansino: «Digamos que la Literatura es cuestión de amistades, que usted, si es aspirante a escritor debe salir de su provincia / o si no hágase neorrural con un papá que tiene una finca […] / El pacto de los mediocres se cerrará en alguna antología, / en algún grupo, en alguna generación». Curiosas afirmaciones que rozan el victimismo y que obligará a pensar a algunos en el dicho: «aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra», de hecho, al final del poema citado, se reivindica una poética otra, en cuyo planteamiento teórico y grupal no apreciamos apenas diferencias con lo anteriormente criticado. La cita es necesariamente larga: «Y desarrollaremos una forma de pintar, esculpir, poetizar: / reverberación, fugas y multiplicaciones en abismo. / Variaciones sobre variaciones. / Esfumato y especular, non finito, / profundidad rizomática y plumeo de sombras: / obras que se van haciendo cuando el otro las lee o las ve, / obras colectivas, anónimas, procesuales / (fuera el individualismo, la distopía, el envanecimiento). / Obras abiertas, obras en fuga, estelas infinitas de la Belleza». Como se ve, al margen de las contradicciones evidentes a nuestro juicio –contradicciones que, por otra parte, alimentan la ambigüedad poética–― en las que se reivindica la obra anónima desde la heteronimia, se postulan además algunos presupuestos en continua revisión, como el de que la obra la va creando el lecto/espectador en su propio transcurso.
Autor Jimena Alba
Editorial Los libros del Mississipi.
Precio 13 euros.
Páginas 92
Junto a estos poemas cuyo asunto central es, podríamos decir, la teoría poética, conviven otros más centrados en diseccionar la realidad social desde una postura iconoclasta que vincula, por ejemplo, política y poesía: «La decadencia política (democrática) tiene su reflejo / en la decrepitud de la ... poesía», escribe en el poema 'Eskorbuto a las elecciones'. Esta afirmación se sostiene en versos como estos: «También me encantan los escritores que están en política / porque son tan cabrones / como los políticos. // Está el artista revolucionario subvencionado, / está el carita de ratón que sabe el poder que da el sexo, / el de inteligencia puntual que sabe dónde estar, con quién y cuándo. / Está el de Amnistía Internacional que con un clic mueve el mundo, / está el de la barra del bar que eructa el yo de la actualidad» Pero, esta digresión que, en su prosaísmo, nos recuerda las consignas anticapitalistas del 68 o las de nuestra Transición, propias de otras generaciones, no se ocupa solo de la literatura, un asunto marginal, si se compara con los grandes problemas de nuestra sociedad, como el liberalismo económico desaforado, la violencia, el consumismo o la degradación ambiental. El poema, cuando trata estos asuntos, se convierte en eslogan, pese a contar con las herramientas necesarias para abordarlos sin caer en la trampa ideológica: «Pase a la acción, compre menos y piense más», «Cuando el estado delinque, uno tiene derecho a delinquir» o «Y suicídense, uno mismo o con los demás, o todos juntos. / Pero suicídense para hacer el mundo más bello». No sabemos si el lector seguirá o no estas proclamas radicalizadas y ya un tanto anquilosadas por el efecto devastador de la experiencia y por su propia formulación, aunque supongo que, como artefacto verbal que es, el poema busque solo efectos estéticos y emocionales en la conciencia de un lector familiarizado con corrientes y tendencias de todo tipo, y no llame a una amenazante insurrección cívica que, tal y como se expande la desidia, está condenada al fracaso. Por lo demás, da la sensación de que cada poema es parte de otro poema que está por escribir, suponemos que con las observaciones del lector. Ciñéndonos a los que integran 'Maldita épica salvaje', en los poemas que preferimos se da una combinación de narratividad y distanciamiento sintáctico, de tal manera que las historias que narran tienen un comienzo, un desarrollo y un final, pero este final no es concluyente y el tono de denuncia produce en los mejores casos un distanciamiento que aumenta la fuerza del poema.
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