

Secciones
Servicios
Destacamos
Teresa Soto, en el texto que prologa estos poemas, nos ofrece algunas claves de su lectura: la asunción de la pérdida y la necesidad de expresar las consecuencias de esa pérdida, aunque, como veremos, no son estos los únicos ejes sobre los que gravitan los versos de 'Cancelación del ruido', dividido en dos secciones muy desiguales en cuanto a extensión. La primera de ellas, 'Morfología de la nieve', un título que encierra casi un oxímoron, pues la nieve no tarda demasiado en mudar su forma sólida por la líquida simboliza sin duda la pérdida, lo irrecuperable
Para escribir estos poemas Yasmina Álvarez se ha tomado su tiempo. Ha seguido el consejo de Wordsworth quien recomienda dejar que la emoción repose para ... recrearla con tranquilidad. Parece innegable que el paso del tiempo mitiga el dolor, y el «ruido» que enturbia la relación con la realidad se va desdibujando. En ese momento es cuando la escritura se erige en emblema del dolor: «Para alzar el vuelo cada día / es necesario antes levantar el duelo. // Pero duele mucho».
Autor Yasmina Álvarez Menéndez
Editorial Bajamar
Precio 12 euros
Los versos, como vemos, ya no lamentan lo perdido, configuran, por el contrario, un nuevo escenario en el que desarrollar la vida cotidiana porque «Todo es, una vez más, al fin, principio». Las emociones más atemporales como el amor, la esperanza, la pena o la mortalidad se materializan en los poemas de este libro, pero, nos gusta pensar, prevalece el deseo de pasar página y soñar con un futuro más halagüeño pese a que su mundo, el mundo de sus emociones, está al borde del desastre, pero no adelantemos acontecimientos. Antes de llegar a esa conclusión, Yasmina utiliza la escritura para entablar una conversación con ese «él» agazapado, a quien le dice: «Has de saber: estos versos nacen / al calor de tu silencio […] no busques entre líneas, / no quieras ir más allá de sus palabras», sin embargo, y llevado la contraria a la autora, esta intención carece de convicción porque cómo no buscar otro sentido en la palabra poética, fertilizada por sus múltiples significados (el poeta Tomás Q. Morín, por ejemplo, se pregunta «¿qué poema no contener una o dos mentiras?»). La presencia de un poeta como Ángel González es testimonio de ello, y sirva de ejemplo, en el que comienza con estos versos: «A veces al amor le faltan tiempos y lugares…», que nos recuerda a «Inventario de lugares propicios para el amor» del ovetense.
Para estar alerta y amurallarse frente a los embates de la vida, frente a las reincidencias, conviene «de vez en cuando, / renombrar la vida; / desprenderse / apenas por un tiempo / de las pequeñas muertes / en las que nos atrapa el invierno», y este afán no entra contradicción con el deseo de refugiarse en la infancia, en ese pasado mitificado en el que se encuentra la razón de todas las cosas, una infancia en la que la autora sentía el amor de los suyos como un escudo frente al mundo. Surgen así poemas dedicados a sus abuelos, a quienes no conoció, pero de los que atesora recuerdos compartidos y una tutela vital que le ayuda a sortear las trampas de la vida.
Uno de los mejores poemas del libro es el que comienza con este verso: «Ha de ser este un poema lento» y finaliza con esta estrofa que parece ser un compendio existencial: «Un poema recorrido, del primer verso al último, / por las huellas de todos los que en algún momento / se detuvieron, abrieron bien los ojos, / contemplaron la vida, la escribieron conmigo», un poema en que la función metapoética se equilibra con la función emotiva del lenguaje de un modo preciso y elocuente y que, además de celebrar de forma convincente el amor y la amistad, trasmite una especie de placer lírico, un placer en el propio ejercicio de la escritura, que se sustenta en el comienzo anafórico de las sucesivas estrofas. Tal vez como anticipo de lo que nos encontraremos en 'Diciembre o el aullido', última sección del libro, algunos de los poemas finales de esta primera sección están teñidos de melancolía, de la rememoración de una pasión ya extinta que parece haber adormecido sus sentidos.
Esta identificación entre quien escribe y lo escrito nos desvela la profundidad de una herida que solo nombrándola se cauteriza. Pese a ese tono sombrío en el que la autora desfallece y se adelanta al futuro imaginando un tiempo post mortem, la sensación final que nos queda después de leer estos poemas esencialmente narrativos, pese a mantenerse fieles a un ritmo intimista, es que el yo se reafirma en el sufrimiento y la mejor respuesta ante el infortunio, de la clase que este sea, es afrontarlo, plantarle cara y cancelar el ruido porque 'No es necesario alzar la voz'.
Basta con observar con los ojos bien abiertos para percibir que otra belleza está esperando ahí afuera.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La palygorskita, los cimientos del vino rancio en Nava del Rey
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.