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Junto al Puente de Segovia, en Madrid, nació Mariano José de Larra, un escritor que se pegó un tiro. Con el paso del tiempo, ese lugar, a cuya sombra se encontraba el bar Esperanza, se convirtió en el último suelo sólido para quienes decidían terminar ... con su vida. Hasta ocho personas al mes. Alfonso J. Ussía terminó de corregir el libro 'El puente de los suicidas' (Círculo de Tiza, 2023) el día que se celebraba el aniversario del suicidio de Stefan Zwig y su mujer Lotte. Más allá del romanticismo adherido a algunos casos, el escritor centra su última novela en un creciente problema social, en las personas anónimas y en los bares, espacios refugio. Presentará el libro mañana, a las 19.30 horas, en el Ateneo en un nuevo acto organizado por el Aula de Cultura de El Diario Montañés.
-¿La vida sería mejor teniendo un bar de confianza como el Esperanza?
-Hombre, desde luego. Más que mejor, yo creo que el bar, como lo hemos conocido toda la vida, es una extensión de nuestro hogar. Todos tenemos uno donde nos refugiamos. Nos sirve de eso, de lugar donde conseguir las cosas que no teníamos, de despojarnos de la ansiedad del día.
-A veces es una prolongación del hogar, pero otras el lugar al que huir de ese hogar.
-Exacto, digamos que es lo que te llena el alma cuando algo te falta. Y, sobre todo, es algo que está demasiado a mano. A mí me encantaba el concepto de bar en el que podías fiar un café o cuando te falta una barra de pan, el tabernero de confianza te daba media. Es el sitio donde todos nos reunimos, solos o acompañados, para ser un poco más felices.
-¿Le fiaban más en Madrid o en Comillas?
-Mucho más en Comillas (ríe). Madrid es una ciudad mucho más egoísta en todos los sentidos y en los sitios pequeños al final al día siguiente te vuelves a encontrar, y las deudas siempre se han pagado antes.
-Si el bar es el sitio donde se llena el alma, en España, que tenemos el ratio de bares por persona más alto de Europa, ¿tenemos el alma vacía?
-Es verdad, pero en las grandes ciudades, todos esos bares están mutando, porque no se pueden sostener. Ahora mismo, la legislación, las franquicias y esta especie de turismo desbordado que es nuestra única fuente de ingresos, está haciendo que perdamos el alma de ese bar original que fuimos.
-Habla de ese cambio social, uniformador, mirando pantallas, lo que hace que mirar al siglo XX como hace en este libro, parezca mirar a un pasado lejano. ¿Lo siente así?
-Sí, es así. Creo que la pandemia ha tenido mucho que ver. Hemos borrado de golpe todo lo que pasó ayer. De la pandemia hacia atrás no nos queda más que una pesadilla y sin embargo, ahí está la esencia de lo que somos, pero estamos dejando que la destrocen, que se acabe, por un ansia de ganar más dinero, tener más franquicia, menos identidad. Cada vez todo se parece mucho más en todas partes.
-¿No hablamos del suicidio porque no hablamos de la muerte en general o por el componente de incomprensión?
-No hablamos de suicidio porque no entendemos nada. No sabemos cómo funciona la química de nuestra cabeza que para evitar eso del efecto llamada se convierte en un tabú de nuestro desconocimiento. Y con nuestra tradición religiosa, más aún; es un pecado.
-¿Efecto llamada de algo de lo que no hablamos pero repetiremos si nos lo cuentan?
-Es algo que no se ha enfocado bien. El miedo al efecto llamada supone que de las 3.000 personas que murieron en el año 1998, en 2022 hayan sido 4.000. Hay más gente que se ha suicidado mientras seguimos llamándolo efecto llamada y demás sandeces que usamos para paliar nuestro desconocimiento.
-En base a esas cifras, ¿nos suicidamos poco o mucho teniendo en cuenta la realidad?
-Atendiendo a la realidad, nos suicidamos mucho más. Es la primera causa de muerte no accidental. Mucho más que el tráfico, mucho más que la violencia entre iguales o la machista... Es el gran mal que padece la sociedad, pero cómo estamos totalmente narcotizados, vamos como pollo sin cabeza sin atender a los problemas reales.
-No hablamos del vecino que se tira por el puente, pero romantizamos suicidios como el de Virgina Woolf.
-(Ríe) Es que hay una cosa que debemos distinguir. Antonio Escohotado tiene una frase que dice que de la piel para dentro es territorio soberano. Cuando una persona no quiere esperar a que la vida le maltrate con un pañal o una enfermedad terminal, también es digno decidir cómo acabar con tu vida. La estadística habla, sin embargo, de pocos casos así y muchísimos más que tienen una solución. Lo único que no tiene solución es morirse. El amor, la economía, la soledad, sí la tienen, pero los políticos y el resto de instituciones están mirando para otro lado porque no da votos. El teléfono antisuicidios, que es lo único que se ha hecho, ha recibido 130.000 llamadas de socorro este año.
-¿Elige escribir sobre por la mítica del lugar o porque los datos estadísticos le llevan a profundizar?
-Pues mira, la verdad es que lo primero es a nivel literario. Madrid siempre ha buscado en el Puente de Segovia, porque no hay sitios tan altos, la manera de acabar con la vida de alguien que se quiere suicidar. El bar Esperanza existió de verdad y era el punto más cercano al viaducto, con lo cual la novela estaba hecha. Solo había que ir allí y tirar un poco del hilo, de las historias de la gente. Las mamparas que se colocaron en 1999 para evitar los ocho saltos al mes que se producían, lo consiguieron el dueño de un bar, el del kiosco, el portero que ponía mantas cuando un cuerpo caía... Ahí se cruzaba el aura literaria con poder rescatar a quienes solo buscaban construir una sociedad mejor.
-Habla en el libro del sacrificio humano que Madrid exigía a sus habitantes. ¿Es un territorio que necesita ofrendas?
-Sí, al final es como una especie de: todos los que no sirvan que se sacrifiquen aquí porque así todos los demás podremos seguir viviendo tranquilos. No lo queremos mirar, es demasiado molesto, demasiado grotesco.
-¿Cuántas veces, desde que ha publicado este libro, le han preguntado cómo se suicidaría?
-Soy un cobarde y amo la vida demasiado. Sería casi imposible que de una forma voluntaria me quitase del medio. Sería la última opción, antes de hacerle eso a los míos.
-Menciona la cobardía; ¿tomar la decisión de acabar con la propia vida implica ser valiente?
-Es una mezcla entre valentía y oscuridad. Tienes que tener todo tan negro a tu alrededor para que ganes esa valentía, con mucho hartazgo y mucho dolor.
-¿A qué sabe el miedo que dice que necesita para contar?
El miedo es fundamental. Te eriza la piel. Es una emoción que a veces te desborda, a veces te ahoga. Yo lo he conocido cuando he sido padre. Hasta entonces había sido menor. Pero ese miedo que te produce hasta arcadas, está muy relacionado con el amor. Es donde el cabrón coge más fuerza y te sacude.
-¿Plantea una lista de canciones paralela para amenizar la lectura si se hace escarpada?
-Sí, aunque hay una canción de Leonard Cohen, 'Anthem', que me enloquece, pero que no he incluido en la lista, no sé por qué, que dice algo así como que la luz se cuela por las grietas de la oscuridad. Y el bar Esperanza es una de esas grietas. Uno de esos lugares que pueden habitar en el infierno, pero una vez que pasas la puerta, te da un halo de esperanza que impedirá que te lances.
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