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El Palacio de Festivales cierra esta noche la doble presencia escénica del fin de semana. Una obra de esas que hacen pensar: '¡Ay, Carmela!'. Algo ... que, según Pepón Nieto (Málaga, 1967), es una de las obligaciones inherentes al teatro.
-Dice que interpretar a Paulino es un regalo.
-La verdad es que lo siento así. Lo estoy disfrutando mucho. Es un personaje que me generaba muchas dudas, porque lo han hecho muchos compañeros, muchos actores estupendos a los que yo admiro profundamente y siempre me preguntaba qué podía aportar yo de nuevo al personaje y qué sentido tiene hacerlo ahora.
-¿Y qué sentido tiene?
-He encontrado que el Paulino que yo hago es mi Paulino. Es totalmente distinto al de otros compañeros y la verdad es que es un disfrute, porque el personaje es muy poliédrico, pasa por muchos sitios en la función, está maravillosamente escrito y además de la tragedia, el dolor, la culpa y las cosas terribles que sufre, también tiene muchos momentos de desahogo, de comedia, y me permite llegar a muchos sitios.
-Plantean la obra como una reivindicación de la bondad. ¿Hace más falta que nunca?
-Hay muchas cosas. Lamentablemente está muy de actualidad en el sentido de que las cosas siguen siendo más o menos las mismas. Pasa el tiempo y no está la Guerra Civil, pero hay otra guerra muy cercana en Ucrania, donde la muerte y el terror lo vivimos en el telediario y parece que estamos como inmunizados. La sociedad y la política están muy polarizados en nuestro país. Los discursos fascistas que escribió Sanchez Sinisterra y que se vivieron en aquella época, son los mismos que podemos escuchar ahora mismo y la gente no se inmuta. Por eso creo que la función es necesaria. Y también reivindica la figura del actor. Es un canto a la dignidad del actor, de ese pobre alma que trata de agradar todo el rato y cuyo cometido es hacer felices a los demás en unos tiempos terribles.
-¿Siente que ese cometido también es el suyo a día de hoy?
-Yo creo que el actor ahora mismo es muchas cosas: un transmisor de historias, un comunicador de verdades, alguien que pone un espejo, muchas veces deformante, frente al espectador. Da toques de atención. El teatro debe entretener y divertir; yo he hecho mucho teatro que tan solo tenía esa pretensión y es muy difícil hacerlo y muy necesario, pero también es algo que te remueve y que tiene la obligación de transformarte. Pone frente a ti, como espectador, ese espejo en el que pensar si te reconoces, hacia donde quieres ir o qué quieres vivir. El teatro tiene la obligación de que salgas del patio de butacas de una forma distinta a cómo entraste.
-Se ha mirado, además de en el espejo del teatro, en el televisivo y el del cine. ¿Cambia su propia imagen y función en función de ese medio?
-En cine y televisión dependes de muchas cosas. En el teatro eres más dueño de tu trabajo. Hay un autor detrás, una dirección, pero cuando se levanta el telón, para bien o para mal, eres tú el que está ante las personas que estén ese día, y tienes la obligación y la suerte de poder ser tú quien cuenta la historia desde el principio hasta el final. Y que el público sea parte integrante de esa historia, porque el teatro, sin el público, no existiría, no sería nada. En la tele y el cine sí hay una mirada del director mucho más clara y la necesidad de contar la historia del otro sitio y como actor estás en manos de la técnica, del montaje, de cómo se ruede. Es otra manera de hacer aunque el hecho de crear un personaje pueda ser el mismo, la forma es distinta.
-También desarrolla labores de producción. La última en 'Anfitrión. ¿Qué le aporta ese rol?
-Llevo diez años produciendo. Desde que entré en 'La cena de los idiotas', he producido 'Mitad y mitad', 'El eunuco', 'La comedia de las mentiras'... Y he estado muy vinculado al Festival de Mérida, haciendo tres producciones para ellos y haré una cuarta para esta edición. Producir me da muchas satisfacciones. Muchos quebraderos de cabeza también, porque es arriesgar mi dinero y lo poco que tengo, pero me hace mucha ilusión generar trabajo para los compañeros. Me gusta pensar en qué espectáculo quiero hacer, con quién quiero contar, qué tipo de historia quiero enseñar. Empecé a producir porque me daba la sensación de que nadie iba a ofrecerme nada mejor que lo que yo quisiera para mí. Hasta ahora, en todo he estado como actor. Me falta dar ese paso a producir espectáculos en los que no esté. Creo que será una labor más específica.
-Menciona el riesgo. ¿Ese planteamiento de jugársela de continuo buscando nuevos desafíos genera adicción?
-Claro. El riesgo es fundamental. Es un motor. Te hace ponerte en una situación de salirte de lo cómodo. Es que me puede ir muy mal y lo mismo me tengo que ir a mi casa y no producir nada nunca más. Si pasa, pasará y a otra cosa. En la vida hay que ser valiente y tirar p´alante porque son dos días. ¿Y qué puede pasar? ¿Que me vaya mal y pierda el dinero? Pues ya lo recuperaré por otro lado y me quedaré con la satisfacción de haberlo vivido.
-La historia de 'Ay Carmela' ha vuelto a la actualidad como parte del legado del fallecido Carlos Saura. ¿Hay que esperar siempre una situación irreversible para fijarnos en trabajos previos?
-Creo que no. A Carmela siempre vuelves y siempre está viva. Quizá ahora nos suena un poco más porque, al hacer memoria, ha vuelto a estar en el imaginario colectivo. Pero es una versión. La de Sanchís Sinisterra es muy distinta a la película. Lo que cuentan los personajes y lo que se cuenta en la función, el conflicto, no está en la película y va sola; la sala se llena y el público sigue viniendo. Creo que a Sanchís Sinisterra le salió redonda; está muy bien escrita y todo lo que cuenta te sacude como espectador, en un recorrido vital muy intenso.
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Ana del Castillo
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