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'Cuando las aguas del temporal remitieron'. Este es el epígrafe elegido por el pintor santanderino Sergio Sanz en su regreso a la galería Siboney. Tras sus comparecencias en los últimos años en el Faro Cabo Mayor y en la galería Marlborough -con la que ha dejado de colaborar- Sanz vuelve a Santander con una renovada iconografía, siempre fiel a una poderosa y refinada propuesta expresiva, plástica y visual, entre figuras y paisajes. En Siboney además inició su carrera, y en ella realizó tres muestras individuales desde 1990 hasta 2003, año en el que empezó a trabajar con la citada Marlborough, y con la que se presentó por primera vez en las ferias internacionales.
Su primera individual en Siboney, de la que se cumplen 25 años, vino acompañada de un texto del profesor y ensayista Javier Díaz López en el que contextualizaba el trabajo del artista y su relación con la música afroamericana improvisada, y con la cultura del siglo XX, y que cerraba con un párrafo sobre el trabajo creativo del pintor que nunca caduca: «Estoy contento, Sergio Sanz es el primer pintor que conozco que no hace pintura interesante, y además, qué riqueza de lujo, valga la paráfrasis cinematográfica, es más realista que Aníbal Lecter. Por eso estoy aquí, porque alguna de las estrellas que nos guían son las mismas».
Considerado uno de los creadores de mayor personalidad creativa de la plástica cántabra y con una gran proyección Sanz (Santander, 1964) ha desarrollado una intensa trayectoria, muy celebrada por la crítica y los coleccionistas. El hijo de los también pintores Eduardo Sanz e Isabel Villar, reunió el pasado año en Madrid más de una treintena de obras, entre pinturas y dibujos, en las que el artista exploraba un camino distinto, en el que, a diferencia del contenido y sustancia esencial de sus anteriores obras, la figura humana está prácticamente desaparecida.
Sus pinturas más reconocibles e identitarias de su creación están pobladas de personajes inquietantes, «habitantes de un universo oscuro en actitudes enigmáticas».
Pero en su última etapa presenta esos paisajes que, en palabras de la escritora y poeta Menchu Gutiérrez, revelan a un Sergio Sanz que «saca las raíces al aire y con ellas nos muestra un verdadero catálogo temporal: la vida que se desarrolló en la oscuridad emerge a la superficie para comunicar innumerables partos, bifurcaciones y encrucijadas de una materia que nos interpela».
En esa mirada atrás de Siboney, en 1996 presentó su muestra 'Las tristezas del bombero', para cuyo catálogo escribió un Francisco Calvo Serraller, y en el año 2000 presentó una nueva individual bajo el título de 'Miradas profundas' y un texto de Tommaso Landolfi. Ahora el artista ha preparado para la sala de Santa Lucía nueve pinturas sobre lienzo y una serie de dibujos que dan continuidad al trabajo presentado el pasado otoño en Marlborough Madrid, con un buen catálogo, mejorado sin duda por un atractivo texto de Menchu Gutiérrez titulado 'Entre la gravedad y el vuelo'.
Siempre que se piensa y se escribe sobre Sergio Sanz, lo primero que se piensa o se subraya, es un artista complejo de clasificar, mientras que sus pinturas de personajes son más narrativas y sus visiones reflejan algo intransferible y personal, como una forma de mirar la realidad, lo que le da un sabor intemporal, -y en ocasiones intempestivo-; sus paisajes siguen una senda más onírica, casi espiritual alejada inicialmente de este camino.
Sobre su obra reciente -su enigmática obra reciente-, se diría que destaca el color, un color trabajado y matizado, un color saturado y en ocasiones cegador es casi como si de una declaración de intenciones del artista se tratase; Es una pintura anticolorista, o lo que se entiende por ella. Hace años que abandonó su característica paleta compuesta de colores terrosos, grises y rojizos.
Como dice Menchu Gutiérrez, «... la pintura de Sergio Sanz lo es tanto de la oscuridad como de la luz, y esa luz que tanto le costó encontrar bajo tierra, se convierte también en su aliada. Sólo era cuestión de tiempo, parece decir el artista. El tiempo, gran desenterrador, ordena también al mar que se retire y deje ante nuestra vista terrones de tierra y raíces en un estado de desnudez tal que casi suscitan un sentimiento de pudor, como si se vieran sorprendidas, casi violadas en su más profunda intimidad por la mirada. Raíces desorientadas, que se comportan como seres atrapados en una red de sentimientos humanos...».
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