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¿Cuándo terminará esta obligación antinatural de no poder tocarnos?

¿Cuándo terminará esta obligación antinatural de no poder tocarnos?

CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 34 ·

Sábado, 18 de abril 2020, 07:48

El cielo, en este trigésimo cuarto día de confinamiento, está espectacular. El sol va y viene dando luz a las cosas. Las nubes avanzan como si fueran trasatlánticos. Pasan muy cerca de mí, más cerca de lo habitual. Parece que llegasen a puerto y yo, desde la orilla, las saludase al verlas pasar. Como no me ve nadie, alzo incluso la mano a modo de bienvenida, o para despedirme de ellas. Siento que me puedo quedar todo el día mirándolas.

El viento sur ha despejado la atmósfera y todo se ve más nítido. O tal vez es que he limpiado los cristales de las gafas y ahora todo es más transparente. O quizás es que, nada más despertarme, me he hidratado los ojos con unas lágrimas artificiales, porque me cuesta producir las de verdad. Humedecerme los ojos es como quitar la suciedad a un parabrisas, siento que limpio mi mirada por dentro, como el que baldea un patio con un caldero de agua.

En estos días en casa, mirar es una de las actividades a las que más tiempo dedico. Cuando digo mirar me refiero a detenerme a ver. Me pregunto a qué velocidad circulan esas nubes que pasan sobre mí. Me tumbo en el suelo para verlas. Me pregunto de dónde vienen, a dónde van, a qué altura tendría yo que ascender para fundirme con ellas. Me pregunto en qué lugar descargarán la lluvia que guardan dentro, qué crecerá con el agua que desde allí se precipite, quiénes la beberán y qué harán esas personas cuando calmen su sed.

Miro estas cosas que tengo a mi alcance y siento que son grandiosas. Las miro y siento que empequeñezco. Las miro porque es más fácil mirar al cielo, que es más antiguo que nosotros, que al horror de las noticias. Lo peor de todo es que al horror, si uno no está atento, es posible acostumbrarse. Cuanto menos leo cuánta gente muere cada día, más pavor siento cada vez que me asomo a lo que está pasando. No sé explicar por qué. 34 días confinados. Más de un mes sin abrazar o besar a los padres o sin que los padres vean a los nietos. Lo peor no son las semanas que ya han pasado sino la incertidumbre del tiempo que nos queda. ¿Cuándo terminará esta obligación antinatural de no poder tocarnos? Una amiga que pasa estas semanas de aislamiento en la más estricta soledad, me cuenta que salió a comprar a la farmacia y que allí se encontró, sin esperarlo, con su padre, al que llevaba más de un mes sin ver. Me dice que se reconocieron, pese a las mascarillas, y que bajo esas mascarillas se sonrieron. Guardaron la distancia de seguridad. Lograron no correr el uno hacia el otro. Pudieron no abrazarse. Pero no sabe cómo.

Lea la serie completa pinchando aquí.

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