Comenzó su andadura en el mundo editorial por la ficción y la novela, y desarrolló también su actividad en el campo de los libros infantiles y en el ámbito periodístico y académico, pero ha sido su ensayo, 'El infinito en un junco' (Ed. Siruela), convertido ... en un auténtico fenómeno editorial, el que ha lanzado a la fama a la filóloga y escritora Irene Vallejo (Zaragoza, 1979). Con más de 100.000 ejemplares vendidos y pendiente de su salto al mercado internacional -se va a editar en 30 países-, este título ha llevado a la autora a recibir la semana pasada el Premio Nacional de Ensayo.
-¿Qué siente tras superar los 100.000 ejemplares vendidos y haber recibido el Premio Nacional de Ensayo?
-Han sido unos días abrumadores, porque la editorial acababa de decirme que habíamos llegado a los 100.000 ejemplares, lo que ya me parecía una noticia desmesurada, y a continuación ha llegado esto, que me ha dejado atónita porque me siento una recién llegada. El Premio Nacional de Ensayo lo han ganado personas a las que considero referentes y maestros y en mi caso creo que es más bien un premio a la esperanza que a la experiencia. Ahora creo que lo que toca es seguir trabajando para merecérmelo.
-El ensayo es un género poco dado a los éxito editoriales, ¿a qué cree que responde el de su obra?
-La verdad es que me gustaría saberlo porque ni yo misma me lo esperaba. Fue la primera sorprendida porque cuando lo escribía pensaba que en el mejor de los casos tendría un público reducido. Creo que la clave puede haber sido el sentimiento de pertenencia de los lectores, porque al final los protagonistas de esta épica aventura milenaria de los libros, la historia de cómo hemos conseguido salvar las palabras y las ideas de la destrucción y del olvido, son, desde los tiempos más remotos, los bibliotecarios, los libreros, los lectores, los copistas... Los que amamos los libros hoy somos el último eslabón de esa cadena.
-Su estilo ameno y cercano, similar al de la narrativa, también ha podido influir, ¿no cree?
-Sí, ya había escrito novela y ficción y también literatura académica, publicando artículos y libros dentro del ámbito universitario. De alguna forma estaba en los dos extremos. Me preguntaba por qué escribíamos de maneras tan distintas en un campo y en otro y mi intención fue precisamente aproximarlos. ¿Por qué no podemos utilizar técnicas de la narrativa para divulgar conocimiento, contar la historia y transmitir saber? Así que decidí intentar hacer un «ensayo de aventura», que es como lo definió Luis Landero, con el objetivo de escribir un ensayo que se leyese con el placer de una novela.
«Soy una recién llegada, creo que es más bien un premio a la esperanza que a la experiencia»
-Más allá de las ventas, ¿cómo ha sido la respuesta de los lectores?
-Ha sido muy bonito porque mucha gente me ha dicho que era el primer ensayo que leían y eso es precioso. Quiere decir que los lectores también están dispuestos a abrir su universo, a probar cosas nuevas, y que confían en mí para conocer géneros que no han leído antes.
-Aunque el editorial es un sector en perpetua crisis, el confinamiento ha relanzado el interés por la lectura, y usted es también parte de esa realidad. ¿Cómo lo valora?
-Creo que este contexto ha ayudado a que me concedieran este premio, que no solo es un reconocimiento al libro sino que también premia lo que el libro homenajea, a todo el sector, al papel que los libros han jugado en estos momento tan difíciles. Cuando estábamos encerrados en casa y el repertorio de cosas que podíamos hacer era tan limitado los libros han sido nuestro mundo exterior. Saturados como estábamos de pantallas, trabajando en el ordenador, relacionándonos con nuestra familia y seres queridos por videoconferencia, los libros nos aportaban serenidad, la posibilidad de descansar, de salir de las espirales del miedo, la obsesión y la angustia.
-¿Esta situación tan compleja ha cambiado la percepción social sobre los libros?
-En mi caso es la primera vez en todos los años que llevo trabajando en literatura que he tenido realmente la sensación de que los libros eran útiles, de que ayudaban a la gente, de que a través de las palabras podíamos hacer una pequeña contribución a su salud, porque la salud también tiene mucho que ver con el bienestar, con el estado de animo y con la esperanza. Los libros han cumplido esa misión de bote salvavidas y de faro, han sido nuestra lejanías y nuestros viajes y nos han ayudado a oxigenar la mente.
«Nos ha enseñado a prestar atención y valorar a quienes se dedican a cuidar a los demás»
-¿Cómo está afrontando usted la pandemia?
-Ha sido un periodo muy difícil, muy duro y muy exigente. Yo confío en que podremos extraer enseñanzas de lo que estamos viviendo, y creo que la mas importante de todas es aprender a valorar los cuidados, que hasta ahora estaban en un lugar bastante periférico, siempre en la penumbra, sin formar parte de la conversación. Ahora nos hemos dado cuenta de que los que nos salvan, los esenciales de verdad, son esas personas a las que hasta ahora no prestábamos la debida atención. No hablo solo del personal médico y sanitario y de todos los que nos han cuidado, sino de las personas que en sus casas y en sus familias se dedican a cuidar a los demás. Tengo la ilusión y la esperanza de que también los que trabajamos con las palabras formamos parte de ese cuidado a los demás.
-En ese sentido, ¿por qué son importantes los libros y las palabras?
-En estos tiempos oscuros y de polarización, de acusaciones cruzadas y de crispación, creo que la esperanza está en las palabras, en que realmente sepamos utilizarlas para entendernos y colaborar. Hay muchísima gente intentándolo y trabajando en ese sentido y debemos poner el foco en esos ejemplos.
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