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José Manuel Ciria (Manchester, 1960) tiene un mensaje para los creyentes. «Dado que afirman que Jesucristo es el hijo de Dios, tendrán que permitirme decir que ha venido dos veces: en la figura de Cristo y en la figura de Diego Velázquez», expone sin ambages. « ... Como ha pintado este hijo de puta es imposible pintar; es el mejor pintor de todos los tiempos; no existe nadie como Velázquez», enfatiza.
Paseando entre sus propias obras, que habitan los muros de las Naves de Gamazo, sede santanderina de la Fundación Enaire, observa y concluye que «no hay espacios de estas características». Unos rasgos arquitectónicos que le conquistaron hasta el punto de crear una serie específica de cuadros para el edificio que se asoma a la bahía. Frente a un mar en calma, de puertas hacia dentro explota el color, los trazos y la fuerza abstracta de un creador sin normas, pero metódico.
«Esa pared está montada para sujetar esta», afirma desde el centro de la sala, señalando a uno y otro lado. «Claro que también hay que tener los cojones de decir: voy a hacer un políptico con piezas de dos por dos». Y así fue.
Cuando murió su padre, a causa de un tumor cerebral, Ciria perdió al que era su mejor amigo. Hizo una exposición en Santiago de Chile y de allí viajó a la Isla de Pascua. Se queda en silencio y amplifica la impresión con sus manos. «Qué alucinante....« Con los moais y la enfermedad en mente, comenzó a pintar cabezas. Lo había hecho antes, pero nunca con facciones. Uno de esos cuadros descansaba, sin pretensiones, bajo un ventilador. Cuando el galerista Stefan Stux, acudió a cenar a su casa neoyorkino y lo vio, sintió un flechazo como el del propio Ciria con Gamazo yle propuso crear una serie específica con ese motivo, con todos los medios a su disposición. El resultado fue 'Cabezas de Rorschach'.
El crítico de arte Fernando Huici, amigo del poeta Marcos Ricardo Barnatán, escribió sobre una exposición de Ciria en la galería Almirante y le animó a visitarla. Corría el año 93. Mes de enero. Desde entonces se han sucedido encuentros, cenas y charlas. Hasta que Barnatán le propuso comisariar una exposición suya en Santander. Conocedor, a base de adentrarse en él, de la metamorfosis cultural a gran escala que está experimentando Santander, Ciria, viajado, poco impresionable y con los pies en el suelo, salvo para pintar, valora el ecosistema de la ciudad y cree que se «está haciendo un circuito internacional con el que no se equivocan; es alucinante y chic» y ahí se encuentran las Naves de Gamazo que Ciria visitó cuando se podía ver la exposición 'Volar'. Ató cabos, al ver que la gestión corría a cargo de Aena, ahora Enaire, con quien tiene una relación de décadas y que cuenta con obra suya entre sus fondos permanentes. «Antes de salir por la puerta ya tenía fecha». Vini, vidi, vinci.
En aquella época, Ciria había dejado un Madrid opresivo donde le pedían «siempre la misma obra». Cuadros de los que ha vendido «toneladas», pero ya no le proporcionaban emoción. Se marcha a Nueva York y ese salto vital, le retrotrae al dibujo como técnica. «Fui a transformame yo», rememora. No conocía a nadie salvo a un pintor. En aquel momento, el mercado estaba en auge. Le viene a la cabeza el frío. Y las ideas guardadas en la recámara que aún no habían visto la luz. Entre ellas, lo que llama la etapa post-suprematista del ucraniano Kazimir Malévich. Aquellos campesinos torturados de los que se siente uno más y hace una lectura de sus figuras hieráticas. Pero Malévich no es un pintor dotado, sino un ideólogo de la pintura. «Hice un homenaje a eso para entretenerme». Unas cincuenta piezas. Regresó sin querer al esquema, a la estructura. Y de ahí salió su primera serie americana pura; 'La Guardia Place', bautizada con el nombre de la calle donde vivía, haciendo esquina con The Bitter End, el local donde a mediados de los 70 nació el Rolling Thunder Revue de Bob Dylan.
La investigación es una labor que desarrolla de forma concienzuda. Se compara con un forense. «Cojo el cuerpo muerto de la pintura y con el bisturí voy abriendo capas de tendones, músculos, venas... para observar de qué está compuesta». Después lo traslada a su lenguaje. Se acerca a uno de los cuadros, pasa la mano por la superficie e invita a hacer lo propio acariciando las diferentes texturas. «Esto es un collage», señala. Madera sobre la que grapa materiales para crear un relato.
«No me gusta nada que me vean trabajar», reconoce y, sin embargo, al inicio de la muestra, una videoinstalación permite verle en su estudio, subido a una escalera, brocha en ristre o metiendo directamente la mano en la pintura. Se zambulle. «Cuando tienes una cámara delante o alguien que no es de tu entorno, siempre quieres epatar. Cuando estás solo, escuchas al cuadro para intentar conectar y ver lo que está diciendo». Esa escenografía construida, refleja algo real. Un espacio ordenado. Limpio. Enseña sus manos.
A día de hoy, no encuentra una corriente artística definida de forma mayoritaria. «Cada uno va a su bola», resume. «Estamos en un momento de pensamiento, no blando, inexistente». No hay crisis del arte, sino del texto, dice el autor que compara la pintura con la caligrafía; «yo puedo imitar tu letra, pero no es mía», argumenta. «Cuando te dan un pincel, cuando llevas diez cuadros, empieza a haber algo tuyo». Vuelve a tocar sus obras. La resina sobre el barniz. «La inteligencia artificial nunca podrá hacer esto».
«Los artistas deberíamos llevar una chapa o un brazalete identificativo con la siguiente leyenda: 'Artista plástico. Compórtense apropiadamente'. No se si así la gente nos comprendería mejor, o empezarían a exterminarnos», escribió Ciria en un texto de 2014. A día de hoy, cuando algunos de los nombres se usan como reclamo sin profundizar en la dimensión o significado de sus obras, pone el foco en los responsables de esa evolución. «La gente que está metida en la cultura muchas veces no tiene ni idea de nada, solo están en un cargo y en lugar de dedicar tiempo a investigar, se dedican a defender el puesto». De nuevo, la investigación, centrada en otro campo vital. Lamenta la mercantilización de los nombres artísticos, y como legado espera dejar el título de «gran investigador de la cultura abstracta». «Yo no soy un virtuoso; hay una base muy conceptual en mi trabajo que une esas dos posturas antitéticas, las tensiones, la dicotomía».
Ese investigador, mientras tanto, sigue en el camino.
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