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Cree que somos «personajes híbridos, complejos e integrales». El dibujante de historietas para periódicos en los ochenta, caricaturista que abordó la escena política con acidez, es hoy uno de los referentes del arte en el mercado global. En Damián Ortega (México, 1967) comenzaron a vibrar ... las inquietudes creativas y plásticas cuando accede al Taller de los Viernes que existió durante cinco años, de 1987 a 1992, en la casa de Gabriel Orozco (su padre artístico) en Tlalpan, al sur de la Ciudad de México. Era una suerte de escuela autónoma, donde entró en contacto con una comunidad creativa plural y alternativa al muralismo reaccionario dominante en ese tiempo. La ironía, el humor, la mirada crítica recorren como denominador común la llama creativa del Ortega dibujante, del escultor o del artista que, como revela su 'Visión expandida' en el Centro Botín, se interesa por situaciones concretas y objetos cotidianos que altera y transforma para adentrarse en los discursos políticos y económicos, y explora los espacios y lo arquitectónico, tanto física como simbólicamente.
-Instalaciones, objetos, materiales...pero, ¿todo es pintura?
-Bueno, no todo. Sí está presente pero hay que hablar siempre de deconstrucción. En su momento entendí que la pintura también era escultura. Su tridimensionalidad esta ahí: tiene un plano, que está pintado y está dentro de un marco, que termina en un espacio público. La pintura como un lenguaje cultural y cada objeto, como los de la exposición, tienen una realidad física. Sí puede hablarse de deconstruirla como en su momento hubo que replantearse la cultura histórica en relación con la pintura.
EL PRESENTE CREATIVO
-Entre las piezas en suspensión y el suelo o la tierra ¿caben muchos mundos?
-Creo que sí, realmente el infinito. Entre las obras de lo que hemos llamado 'Visión expandida' hay una que puede ser significativa en este sentido: la relación ambigua con la naturaleza aparece en 'Warp Cloud', representando la estructura química de una gota de agua a través de esferas blancas. La pieza refiere la tradición textil oaxaqueña, donde según la mitología del lugar la intersección de hilos verticales y horizontales significa el encuentro del cielo y de la tierra. El hombre en el todo. Y esa conjunción expresa precisamente eso.
-'Visión expandida', como término y como concepto, ¿ya existía antes de la pandemia?
-Existía ya. Como se refleja en lengua inglesa se trata de una visión 'explotada' que, en cierto modo, contenía lo que sucedió después. Pero con expandida quise siempre contemplar y abrir las lecturas y las posibilidades de interpretación y de percepción.
-¿En el Damián Ortega caricaturista qué había de artista, y qué hay ahora en el artista del dibujante de viñetas?
-Espero que siga viva toda esa parte de conciencia y de crítica y sentido del humor de la caricatura. Y, por otro lado, que siga ese proceso inicial del artista y su creación hasta ser reconocido. La gran fortuna no fue tanto reconocer que había esa división, sino que las dos estaban integradas y que tenía que estar luchando por integrarlas, nunca separarlas.
-¿Puede decirse que todo en su obra es un diálogo, una interación entre caos y orden?
- Sí, creo que sí. Creo que son como una clasificación del desorden.
- Lo que se desprende de algunas creaciones suyas puede recordar o imaginar que existe complicidad con algunos cineastas mexicanos. ¿Lo ve así?
-Sí, sí, pero además no solo los contemporáneos -'Gravity' (de Alfonso Cuarón, por ejemplo)- sino a referencias de otras épocas. Películas clave que fueron muy significativas para mí en mi niñez por supuesto. Una de ellas era, por ejemplo, 'Coca Cola en la sangre' (del realizador Rubén Gámez, 1965).
-Damián Ortega ¿se considera artista sin adjetivos ni connotaciones, en un sentido global, o bien asume una identidad especial como artista mexicano?
-Han pasado varias etapas diferentes. En una creo que trataba de ser artista y consideraba que no tendría por qué sumarle adjetivos (latinoamericano, mujer...); y porque siempre hay una forma peyorativa de segregación por lo que mi concepción era la de trabajar como artista en toda su extensión. Ahora simplemente lo que me ha pasado es que al estar tantos años fuera de México, siento como una fascinación por el contexto en el que vivo y, aunque siempre me ha interesado, creo que lo mexicano en mí se ha enfatizado. Y quizás sea simplemente por el gusto por lo cotidiano.
-¿Aún es posible la revolución en el arte?
-Pienso que sí porque no se trata más que una revolución más que privada, individual, o específica. Esa que puede ser al transformar un objeto pequeño en un clic que reinterprete una forma de ver las cosas. Y eso es revolución, transformación y revelación.
-Hay palabras gastadas como militancia y compromiso. ¿Ortega cree en ellas?
- Mi papá me decía una cosa muy querida por él que leyó en Kafka: «Aunque no exista la redención quisiera ser parte de ella».
-¿Asistimos a una dictadura de la tecnología?
-Totalmente, totalmente. Aterradora. Porque se volvió como el amigo de todos. Y ahora, por ejemplo con el celular, cedimos toda nuestra individualidad, nuestra intimidad, intereses y relaciones a un aparato que tiene mucho más control sobre nosotros, que nosotros mismos.
DICTADURA TECNOLÓGICA
-¿Existe un Ortega anterior y otro posterior a la pandemia?
-Sí y, además, se conjugan muchas cosas. Miles de fenómenos personales y cuestionamientos.
-Cómo ha sido la relación, el diálogo con el entorno a la hora del montaje de la exposición?
-Ha sido increíble. Está claro que el centro, el museo invita a ello. Se nota la templanza y la calidez del arquitecto para realmente establecer un diálogo con el contexto, con el color del edificio, la recepción de la luz, las vistas que tiene. Se permite no ser protagonista pero, al tiempo, poder ser un objeto tan focal. En saber no romper el paisaje, está la sabiduría de Piano. Y meter las obras en ese contexto implicaba un diálogo con la luz y los materiales.
-En el presente, ¿hay algo específico que le genere la inquietud por concebir una obra concreta?
-Lo que hablamos de la tecnología me llama la atención. Esa dependencia y ocupación, mental incluso, a un artefacto dominante, caso del celular que se vuelve nuestro radar, reloj, agenda. Creo que es necesario para cuestionar muchas cosas.
-Más allá de lo obvio, las publicaciones, la colección..¿qué es 'Alias', su proyecto editorial?
-Pues fue un buen accidente. Comenzó como una necesidad y por eso ha tenido su vitalidad. No es un capricho ni un invento absurdo, sino el resultado de algo necesario como individuo. Tener un canal para aprender lo que no sabía y para compartirlo. De tal modo que se ha creado un vínculo muy fuerte entre los lectores y la producción. Un proyecto de estudio.
-¿Y es más borgiano o de Octavio Paz?
-Borges ha sido mucho más poético en el sentido de entender el libro como algo abierto, vivo, que puede encerrarse y revivir en cada ocasión. En la recuperación y reedición de cada autor hay una alquimia para revivirlo y recontextualizarlo. Y 'Alias', en este sentido, tiene más que ver con la mitología borgiana.
-¿Cómo entiende la evolución de su trayectoria frente al que mira su obra?
-Es delicado porque siempre está presente ese concepto de lo popular, de lo que le gustaría a la gente para ello. A mí me gusta mantener la autoría de las obras, en el sentido de arriesgarme, de hacer algo diferente a cada paso y ello supone también ser crítico con tu propia condición de espectador.
-¿Construir es destruir?
-Claro. Es una lectura de lo que hacemos. Cualquier hecho de creación es una destrucción de algo, al menos como idea. Y nombrarlo es transformarlo también.
-¿Existe una dependencia excesiva con el perfomance por parte del arte actual?
-Creo que sobre todo existe una tiranía de la practicidad. Y echo de menos precisamente la relación humana, efímera, temporal, excéntrica. Los formatos y lenguajes se pueden uniformar y perder el imaginario es el fin del arte.
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