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Un pequeño pueblo ubicado en un punto desconocido de España, un niño que conoce la violencia más extrema en sus padres. Muchos años después, una mujer llega a aquel lugar indagando sobre su pasado y se encuentra con un anciano que fue aquel niño, con ... toda una vida de recuerdos llenos de dolor a sus espaldas. La escritora Edurne Portela (Santurtzi, 1974) plantea en su última novela 'Los ojos cerrados', un relato sobre la violencia, la guerra y la construcción de la verdad histórica. La narradora y ensayista, licenciada en Historia por la Universidad de Navarra y doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Carolina del Norte, protagonizó ayer la nueva convocatoria de los Martes Literarios de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), donde fue presentada por el periodista Guillermo Balbona, con quien conversó y analizó temas como el lenguaje inclusivo, la polarización social o la nueva realidad de la política en España.
-¿Qué ha planteado y qué busca transmitir en su última novela, 'Los ojos cerrados'?
-Cuando escribo no pienso en qué pretendo transmitir, ese es un proceso que viene después de la escritura y que tiene que ver más con la interpretación de los lectores. Cuestiones como la de la memoria, la violencia y cómo podemos indagar en ellas a través de la ficción son realidades que siempre me han interesado, y creo que esta novela vuelve a esas obsesiones. En este caso está centrada en esa historia que parece que a algunos les interesa ubicar estrictamente en el pasado, pero que es una realidad que nos sigue marcando mucho, como fue la violencia de la guerra del 36 y lo que supuso más tarde la posguerra y la dictadura.
-¿Cómo es el retrato que plantea tanto de las heridas en sí como de la forma en que luego han -o no- cicatrizado?
-Lo hago a través de una historia íntima, sobre todo de la historia de Pedro, uno de los protagonistas, y de la comunidad en la que vive. Retrato a Pedro como víctima de esa violencia que entra en su pueblo cuando es un niño, y cómo esa violencia brutal que afecta a sus padres va a marcar toda su existencia y también la convivencia en ese lugar. La novela recorre esos años de historia en contraste con el presente, en el que la principal protagonista es Ariadna, una mujer que llega al pueblo buscando indagar sobre su pasado familiar, y eso le hace entrar en relación con Pedro y con ese pasado doloroso.
-¿Qué impacto o consecuencias tiene esa violencia en el ser humano, tanto en su infancia como a lo largo de su existencia?
-Son violencias que causan un trauma muy profundo, y que la persona que es víctima de esa violencia sigue experimentando durante toda la vida a través de la concepción de su propio ser y de su relación con los demás. Y sobre todo en un contexto social en el que se niega esa violencia y en el que se da esa imposición del silencio, en el que se niega el desarrollo de una memoria que podemos calificar como sana, que es la memoria cuando es compartida y encuentra un interlocutor. En el caso de la novela, y creo que en el caso de nuestra historia, lo que ha pasado es que las víctimas de esa violencia nunca encontraron interlocutores que entendieran su dolor y quisieran de alguna forma reparar el daño causado. Eso a largo plazo crea personas muy afectadas, muy ancladas en ese trauma, y sociedades que no aceptan el reto de intentar reparar esas vidas rotas.
-Aunque retrata un pequeño pueblo, su planteamiento se puede extrapolar a la sociedad española, cada vez más polarizada.
-Sí, claro, tiene esa interpretación en un plano más general sobre nuestro pasado y nuestro presente. Creo que si hay polarización es porque hay un resurgimiento de esa violencia que intentó amedrentar y silenciar a esas víctimas que llevan reclamando cierta forma de justicia que tiene que ver con saber la verdad, saber el cómo, el cuándo y el dónde fueron asesinados y cómo desaparecieron sus seres queridos. Si hay polarización o controversia se debe a que hay personas que siguen reclamando ciertos derechos que son fundamentales en una sociedad democrática, y porque hay personas que se los niegan. Lo que impide avanzar en un conocimiento y en un asentamiento de la historia y de cierto pasar página es que hay muchas cosas sin resolver que tienen que ver con eso, con que no se han cerrado heridas que siguen abiertas desde entonces. Ese discurso de «Oh, la izquierda...» o contra las asociaciones de memoria histórica es falso, porque las heridas siguen abiertas. Lo que pasa es que algunos las cerraron hace 80 años.
-¿Cómo es una sociedad en la que se dan el tipo de actitudes que usted describe?
-Es una sociedad que necesita hacer ese trabajo de memoria democrática, y que creo que una buena parte de la sociedad ya ha hecho. El problema es que algunos no, y gritan mucho y son muy violentos. Donde hay que poner el foco es en esas actitudes, que son no ya inmovilistas, sino reaccionarias, y que creo que van en contra de derechos fundamentales, de la parte de esa sociedad que reclama su derecho a saber dónde están enterrados sus muertos. Hablo de las fosas comunes porque es lo más tangible entre las cosas que quedan por hacer, pero también hay otras injusticias que todavía hay que reparar. Estamos hablando de un país que todavía tiene más de 100.000 desaparecidos, que es algo absolutamente desproporcionado para una sociedad como la española, que supuestamente lleva 40 años de democracia.
-¿Qué papel puede o debe jugar la literatura para abordar y plantear situaciones tan complejas?
-La ficción en el sentido histórico siempre hay que tomarla como lo que es, aunque esté muy basada en conocimiento histórico, antropológico o etnográfico. Con mi novela no pretendía explicar ni plantear una tesis sobre el pasado. Era más una exploración. Creo que la literatura permite eso, explorar a partir de ese conocimiento, de la imaginación, de tus propios afectos y de tu forma de ver el mundo. Es un complemento a ese conocimiento pero no puede sustituir al conocimiento histórico, más ensayístico y reflexivo. Ayuda a intentar imaginar qué supuso en un pueblo pequeño que ha sido víctima de una violencia brutal por parte de algunos de sus habitantes sobre los otros, y cómo en esa comunidad se puede sobrevivir siendo víctima de una represión que no acaba con la violencia de la guerra, sino que se perpetúa a través de otras violencias durante el resto de la vida de los personajes.
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