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«Mamá, no hace falta que vayas a todas las manifestaciones, a algunas puedes faltar», Antonio Ontañón Peredo (Santander, 1963) doctor en Historia del Arte y profesor de historia y teoría del arte y el diseño contemporáneos en la Escola Massana de Barcelona cuenta que ... cuesta convencer a su madre, Marta Peredo, histórica feminista cántabra y de la lucha antifranquista, de que a sus 88 años no acuda a todas aquellas reivindicaciones que ve justas, últimamente las protestas contra el genocidio en Gaza y el auge de la extrema derecha en Europa. Su padre, Antonio Ontañón Toca, de 90, es otro luchador que ha dedicado parte de su vida a investigar los nombres de los desaparecidos en las fosas de Cantabria e impulsor del monumento en honor de los fusilados de Ciriego. A ellos, Antonio Ontañón Pereda dedica sus 'Cuentos militantes' (editorial La Vorágine), un libro que presentará el próximo viernes día 13, a las 19.30 horas, en La Vorágine y en el que rememora un buen número de vivencias infantiles.
'Cuentos militantes' es un homenaje a sus padres, pero también a todos aquellas personas anónimas que lucharon contra el franquismo, «en una época en la que aún vivía Franco, con todo lo que ello significaba y las consecuencias que les acarreó». Esas repercusiones les llevó a ser detenidos en varias ocasiones y pasar días detenidos en la comisarías de policías «por protestar por cosas como la pena de muerte» . Pero, no eran los únicos, afirma, hubo un buen número de personas que desde movimientos vecinales, católicos o algunas escuelas se enfrentaron a la dictadura. Él ha decidido contar la historia de su familia en 14 cuentos, de los que solo dos son imaginados, basados en la mirada infantil de un niño en una familia que en apariencia era normal, pero que en realidad vivía en lo extraordinario. «Es curioso, por lo que veía en casa y la gente que venía a visitarnos, yo de pequeño estaba convencido de que en Santander no había nadie de derechas. No imaginaba otro mundo que el de la izquierda», afirma.
Antonio Ontañón Peredo siempre tuvo claro que esa historia, que de alguna forma es la de las luchas por las libertades en una ciudad pequeña, Santander, en los años setenta, la quería contar de forma literaria, con otro poso menos formal que un ensayo -y eso que él ha escrito muchos pues es autor también de libros y artículos sobre la relación del arte con la memoria y la ciudad contemporánea- porque eso le iba a proporcionar una mayor libertad a la hora de escribir y le permitía alterar algunos nombres o situaciones. Finalmente optó por los cuentos y no por otro tipo de ficción por que así, según explica, le parece una maravilla de género en el que se mezcla lo poético con lo narrativo y le permite podía contar distintas historias de forma independiente e incluso cambiar el narrador a primera o tercera persona según el relato. Donde tuvo más dudas fue en el título, aunque al final tuvo claro que, escribiendo del tema que escribía, tenía que aparecer la palabra militancia. «Creo que refleja la militancia de mis padres y la de una parte de su generación que, en los años 70, tuvo una gran implicación en la ciudad y logró un montón de cosas. Una militancia que más allá de la política tuvo repercusiones sociales y pedagógicas como la creación de las asociaciones de padres en escuelas e institutos mientras que en los barrios su lucha desencadenó en el nacimiento de las asociaciones vecinales. Era una especie de multimilitancia que creo que ha sido muy poco reconocida», explica. Y además «son cuentos militantes porque tienen la voluntad de rememorar un momento casi poético de las luchas de este grupo de rojos que luego con la Transición quedaron olvidadas».
Aunque reconoce que no se elige donde nacemos, porque es algo que te viene dado, siente que ha tenido una fortuna con la familia que le ha tocado y también de su origen santanderino. De esos padres militantes, tanto él como sus hermanos, -uno de ellos Roberto Ontañón, director del Mupac- han heredado una visión ética de lo social. «Y creo que esto es muy importante. La militancia política de aquella generación, y desde luego la de mis padres, tenía un gran componente ético mucho más que político. Nunca tuvieron cargos ni se presentaron en ninguna lista como concejales. La de ellos era una militancia poco partidista y muy social que creo hemos heredado junto al sentimiento de justicia social, para las clases trabajadoras y para el orden internacional en cuestiones como las que están pasando ahora en Palestina».
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