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El curso 'Alergias alimentarias: un nuevo reto para el siglo XXI' es un escaparate para las nuevas terapias y vías de investigación, y una forma de «visibilizar» este tipo de patologías. Pero, a la vez, el encuentro que se celebra estos días en La ... Magdalena funciona como una bengala de emergencia para alertar sobre el «crecimiento exponencial» de estas enfermedades, que afectan ya al 8% de la población pediátrica europea -menores de 18 años- y al 3% de los grupos de edad adultos. Las cifras en España son similares.
De este modo, se necesitan mejores diagnósticos, pero también «evitar que su número siga creciendo, porque esto va a repercutir socioeconómicamente y en el sistema público sanitario de forma muy intensa en los próximos años», según alertó ayer Daniel Lozano, del Hospital Monte Sinaí (Nueva York), uno de los tres los expertos reunidos estos días en la UIMP que compareció junto con Elena Molina, del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación, y con Javier Molina, del Hospital Universitario de Cáceres.
Tanto en población infantil como adulta, la prevalencia de las alergias alimentarias es alta. En el caso de los menores, el porcentaje ha pasado de un 2% en 2013 al 8% actual. Se trata de un cambio «muy marcado» que, a priori, no deja dudas sobre el aumento constante de este tipo de patologías.
Ayuda a entender la situación global el caso de la esofagitis eosinofílica, cuyo comportamiento es paradigmático. «Es una enfermedad que no existía hace 30 años», explicó ayer el doctor Molina, experto en una enfermedad cuyos primeros pacientes en España se describieron hace 18 años. «Y de una enfermedad absolutamente inexistente hemos pasado a una que afecta a 1 de cada 800 pacientes en España y en solo quince años», agregó Molina para subrayar ese aumento exponencial de las alergias alimentarias.
La leche de vaca, el trigo y los huevos están detrás de la esofagitis eosinofílica, tres alimentos bastante comunes en cualquier dieta y «que, además, no están implicados habitualmente en las alergias alimentarias comunes que conocíamos» -donde el protagonismo suelen llevárselo el marisco, el pescado, los frutos secos o las legumbres-. Además, afecta a gente joven, provoca dificultades para tragar -también «atragantamientos frecuentes»- y, además, está asociada a otras enfermedades alérgicas, como el asma, la rinitis y la dermatitis atópica. «Y es un cambio de paradigma absoluto», incidió Molina.
Huevos, leche y trigo son alimentos que se consumen «desde el Neolítico», continuó el doctor, y esa es una de las razones que lleva a los investigadores a detenerse en el cambio que han experimentado las proteínas. «La composición de las proteínas ha cambiado en algún momento», y además, «evidentemente, la manera que nosotros tenemos de reaccionar a las proteínas es distinta», indicó. A ello se une también la forma de cultivar y procesar los alimentos que supone que se haya «acelerado la cadena hasta llegar a las mesas». Pero en el alto número de casos identificados influye también la propia mejora de los diagnósticos, como en el caso de la celiaquía, apoyó Lozano.
En resumidas cuentas, las causas de las alergias alimentarias son «multifactoriales», incidieron los investigadores. Y el hecho de no conocer su razón exacta hace que sea «terriblemente complejo» trabajar en su prevención. ¿Consecuencias? Entre ellas está esas incidencia y prevalencia disparadas, y eso es lo que hay que frenar «no solo desde el punto de vista de la investigación clínica o básica, sino también desde la parte gubernamental», reclamó Lozano.
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