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Miguel Ángel Hernández reflexiona en su última novela 'Anoxia' (Anagrama) sobre el poder de las imágenes para «mitigar el dolor», lidiar con el duelo y guardar la imagen de los que se han ido, en una obra que recupera la tradición popular en el siglo XIX y principios del XX de la fotografía 'post mortem'. Profesor de historia del arte en la Universidad de Murcia, donde nació en 1977, hablará de este libro, del resto de su bibliografía –en la que además de 'Intento de escapada', 'Instante de peligro' o 'El dolor de los demás' se incluyen un buen número de ensayos– y de la escritura en general en los Martes Literarios que organiza la UIMP junto a El Diario Montañés.
–Ha definido 'Anoxia' como una teoría de la memoria. ¿A qué se refiere?
–Es un libro que habla, entre otras cosas, de la manera en que recordamos a los que ya no están a través de la fotografía y de las imágenes en general y de cómo nos sirven para dar una especie de segunda vida a los que se han ido.
–¿Por qué estamos tan poco preparados para aceptar la muerte?
–Es muy difícil aceptar lo que no tiene sentido. A lo largo de la historia, el arte y la religión han servido muchas veces para dar sentido o intentar explicar qué pasa cuando dejamos de estar aquí, pero sigue siendo difícil aceptarlo en una sociedad como la nuestra que está planteada para quitar a la muerte de en medio y hacer como que no existiera. Hemos expulsado la muerte incluso de la manera de ver la vida.
–En la novela rescata la práctica de la fotografía 'post mortem'. ¿Qué le llamó la atención de ella?
–Es una práctica que me interesa desde que vi la película 'Los otros' de Amenábar, aunque por la manera en la que se han transmitido la idea de fotografiar a los muertos se vea como algo macabro o morboso. Con esta novela he querido mostrar que se trataba de una práctica bastante cotidiana que se inició con el comienzo de la fotografía, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, y que se ha ido perdiendo casi a la vez que ha ido cambiando nuestra relación con la imagen, y también con la muerte e incluso con el tiempo y la memoria.
–¿Por qué se perdió?
–Durante un tiempo fue común y no consistía únicamente en hacer fotos de muertos sino también a los seres queridos. Eran imágenes que funcionaban en un círculo muy íntimo para el doliente y que eran curativas pues servían como ayuda para aliviar el duelo. Muchas veces eran las únicas imágenes que se tenían de esa persona porque la fotografía no estaba democratizada como en la actualidad. Hoy en día tenemos tantas imágenes que no les concedemos la misma importancia.
–Ahora parece que le damos más importancia a hacer fotos de los platos que nos sirven en un restaurante.
–Sí, porque se ha banalizado la importancia de la imagen. Ha dejado de estar vinculada con la memoria para estarlo con el presente o la actualidad y la prueba está en esas imágenes que se suben a Instagram y se borran automáticamente. Las fotos ya no son un vehículo de memoria. El sentido de la fotografía ha cambiado ya no se hacen para guardar sino por una necesidad de compartir el presente. Son imágenes de consumo rápido y que, por saturación, dejan de significar.
–¿Cuándo dejó de sentirse profesor de Historia del Arte y darse cuenta de que era un escritor?
–No puedo decir que haya dejado de ser profesor porque es lo que me da de comer y lo que sigo haciendo profesionalmente. Además todas mis novelas están muy cercanas a la historia del arte. Así que más que abandonar este ámbito creo que se ha modulado hacia la literatura que me produce más placer. 'Intento de escapada' fue el primer paso para considerarme, si no un escritor, sí alguien que escribe y para el que la literatura es importante sin dejar de ser profesor.
–Una constante en su obra es la pérdida. ¿Qué le inspira?
–Es cierto que, por la forma personal de experimentarla, la pérdida es como la marca de la casa y ha estado muy presente en mi obra desde los primeros cuentos. Pero también creo que uno no elige sus temas, sino que los temas lo eligen a él. Pero más que de lo que es la muerte, de lo que van mis libros es del duelo y cómo se sigue viviendo después de la muerte de alguien querido porque creo que el duelo no va sobre la muerte, va sobre la vida y también que mis libros abordan más bien las segundas oportunidades y hablan más de la vida que de la muerte.
–Escribir es un acto solidario. ¿Cómo lleva los encuentros con los lectores?
–Para mí son momentos bastante gozosos y fundamentales. Los escritores no tenemos directos como los músicos o los actores de teatro. Leer también es un acto solitario así que para mí esos momentos me hacen pensar en la novela, comunicarla y conocer como se recibe porque en el momento en el que sale de ti, pertenece al lector. El libro no se acaba con el punto final y creo que debe acompañarse y estar pendiente de cómo va creciendo.
–Entre el ensayo y la novela, ¿con qué genero se queda?
–Depende. A veces la experiencia de alguien conduce un tema. Yo no he sabido escribir un ensayo sobre la fotografía 'post mortem'.
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