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Mada Martínez
Santander
Lunes, 4 de julio 2022, 09:38
Para acceder a la cubierta de la torre del Palacio de La Magdalena hay que atravesar varios pasillos y subir por una estrecha escalerita de caracol pintada de blanco. La vista merece la pena: desde lo alto se reconocen bien El Puntal, la Isla de ... Mouro y la ciudad, que se extiende hacia el oeste como una construcción de playmobil. Esta tarde de junio llueve en Santander, pero la perspectiva de los jardines y los tejados de pizarra resulta igual de inspiradora. «Estar en el palacio te hace viajar hacia atrás en el tiempo, pero además te proyecta hacia el futuro. Es algo que motiva mucho a los alumnos», celebra Víctor Parro García, reputado microbiólogo, responsable del CAB (Centro español de Astrobiología, CSIC-INTA) y codirector, junto con la investigadora de la NASA Rosaly M. Lopes, de la 'School of Astrobiology' celebrada en la UIMPla pasada semana con expertos y doctorandos europeos y estadounidenses.
Aunque sea más bien una cuestión simbólica, en la torre, el punto más alto del edificio, Parro y sus compañeros están unos metros más cerca de Marte, el planeta al que han dedicado la XVIII edición de una de las escuelas científicas con más solera de la UIMP. No en vano, 2021 fue un «año especial» para el planeta rojo gracias a las misiones 'Hope', impulsada por Emiratos Árabes, la china 'Tianwen-I', o la 'Mars 2020', de la NASA estadounidense, que ha depositado un róver (un vehículo explorador) en la superficie marciana para seguir buscando signos de vida.
¿Vida en Marte? ¿Por qué buscar indicios en un planeta inhóspito, frío y asolado frecuentemente por tormentas de polvo? Bajo las respuestas concretas, subyace una reflexión ontológica. «Hay una pregunta que nos hemos hecho desde la antigüedad: ¿Estamos solos en el universo? En nuestro código genético está ese afán por hacernos preguntas y tratar de responderlas», expone José Antonio Rodríguez Manfredi, doctor ingeniero del Departamento de Instrumentación y Exploración Espacial del CAB. Si hace siglos «nos embarcábamos y salíamos a navegar donde quiera que pudiéramos», ahora esas colosales empresas las encarnan las misiones espaciales, costosas, largas, pero muy reveladoras. «No somos una especie que se limite a quedarse en su casa, en el entorno, sino que somos una especie interplanetaria, estoy convencido. No será mañana, ni el año que viene, ni la próxima década, pero estamos abocados a salir de nuestra área de confort porque buscamos respuestas, nos gusta explorar y Marte es un primer punto de destino». El ser humano aspira a pisarlo en un futuro no muy lejano para así, quizá, llegar incluso más lejos.
Pero vayamos por partes. Marte es un buen lugar al que apuntar en busca de respuestas. Sus circunstancias pasadas y presentes lo propician. «Y tenemos la suerte de que 'está aquí al lado'», dice Rodríguez Manfredi subrayando las comillas con los dedos. Ahora es un territorio árido, hostil, frío y desértico, pero «hace aproximadamente 4.000 millones de años, tuvo unas condiciones en las que pudo haber surgido la vida».
Entonces Marte era algo parecido a la Tierra. Parro esboza un planeta que ciertamente evoca el nuestro. «Lo que sabemos gracias a las misiones es que tuvo agua abundante en el pasado» y pudo alojar una especie de océano de hasta 140 metros de profundidad; que tuvo corrientes, ríos y volcanes: el más grande del Sistema Solar, el Monte Olimpo, con 25 kilómetros de altura, está allí. «¿Y qué ocurrió para que ese vergel derivara en el Marte actual? Por distintas razones, «hubo un gran cambio climático a nivel planetario» que lo fue transformado, expone Rodríguez Manfredi. Por así decirlo, Marte se quedó «'un poco congelado'», por lo que el planeta rojo es un buen espejo en el que mirarse: todo lo que aprendemos de él «es aplicable también a la Tierra. A través de estudios comparativos podemos aprender mucho de nosotros mismos».
«Sin ninguna duda, Marte es un objetivo prioritario para los que nos dedicamos a entender el origen y la evolución de la vida en el Universo», continúa Parro. «Tiene unas condiciones que sabemos que en el pasado fueron muy similares a las de la Tierra, que tuvo unas condiciones de habitabilidad antes, incluso, que nuestro planeta. El objetivo de la astrobiología es entender la vida como una consecuencia de la evolución de la materia y la energía en el Universo, y encontrar vida en otro planeta sería corroborar esa hipótesis general [...]. Marte es clave y por eso estamos ahí. Y las últimas misiones nos ofrecen una gran cantidad de información adicional sobre la posibilidad de encontrar vida».
«No pongamos límites a la imaginación y a la capacidad de exploración del ser humano», alienta Parro García. Lo cierto es que la búsqueda de respuestas en Marte ha sido expresión de esa creatividad, además de «un motor de desarrollo». Desde que en la década de 1960 arrancase la carrera espacial entre EE UU y la por entonces URSS, se han enviado 48 misiones al planeta.
«Ha habido muchos fracasos y de ellos hemos aprendido incluso más que de las misiones exitosas, aunque sea como prueba de cómo no hacer las cosas. Esa perseverancia –'Perseverance' es también el nombre de la última mision de la NASA– es lo que nos ha llevado a Marte y a donde quiera que nos propongamos con tiempo y dinero», confía Rodríguez. Por tanto, el espacio es una oportunidad científica, pero tambiénsocioeconómica que muchas empresas privadas ya intentan rentabilizar. «Es una oportunidad que beneficiará a toda la sociedad».
La motivación de ambos científicos es ensanchar los límites del conocimiento. Si bien parte del agua de Marte se perdió, parte sigue estando ahí. «Vamos buscando el agua y los posibles restos de vida que pudo haber hace miles de millones de años», precisa Parro. ¿Cómo? Una de las vías es la búsqueda de restos químicos, de biomarcadores, «que son moléculas que aquí en la Tierra sabemos que tienen los microrganismos». Hasta ahora no se han detectado evidencias de vida compleja –ni plantas ni animales, por ejemplo–, así que los científicos se centran en signos que quizá escapan al ojo humano. Entre ellas, «vamos buscando bacterias», añade Parro. En la Tierra se encuentran bacterias en sitios recónditos, en el subsuelo profundo, en ambientes extremadamente ácidos, como Riotinto, o decididamente salados y secos, como el desierto de Atacama, así que «podrían estar en Marte y hay que buscarlos», apunta Parro García.
Hasta ahora, la misión 'Curiosity' ha descubierto materia orgánica, es decir, «materia química basada en el carbono. No sabemos si es biológica o no, pensamos que posiblemente no porque Marte también recibió mucha materia orgánica de meteoritos», dice el director del CAB. Para dilucidarlo entra en juego la instrumentación. «Necesitamos más experimentos y una de las cosas que está haciendo ahora 'Perseverance' es, precisamente, tomar muestras de zonas que se consideran relevantes y guardarlas apropiadamente para en unos años, cuando salga otra misión a Marte, traerlas a la Tierra y analizarlas con todo el despliegue de la instrumentación y tecnología que tenemos en los laboratorios».
«La pregunta de si cualquier cosa que podamos hallar en Marte es vida no es para nada trivial», añade Rodríguez Manfredi. Así que la meta es hacer pruebas, «una tras otra, una tras otra» hasta dar una respuesta inequívoca. Quizá así podrá concretarse algo más la respuesta a la pregunta eterna:¿Estamos solos en el universo?
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