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M. MARTÍNEZ
Lunes, 15 de julio 2024, 02:00
Lejos de vivir en una torre de marfil, Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) ha decidido llevar su conocimiento y su magisterio en radios y periódicos, en su cátedra en la Universidad de Zaragoza, en las redes sociales o en las aulas de la UIMP, donde ... la pasada semana impartió 'Cinco lecciones sobre el siglo XX europeo', un curso magistral con decenas de alumnos. Experto y reconocido por sus investigaciones sobre la Guerra Civil española, autor de decenas de publicaciones y con una larga lista de estancias académicas en el extranjero a sus espaldas -del Queen Mary College de Londres a la Harvad University-, Casanova se propuso recorrer el pasado siglo en cinco jornadas, de las monarquías y los imperios a las repúblicas; de los fascismos a la larga lista de genocidios cometidos hace décadas, sin olvidar diálogos y testimonios.
En un breve receso entre clase y clase, Casanova compartió con El Diario Montañés un puñado de reflexiones sobre legados y prejuicios, sobre maneras empáticas de mirar al pasado, sobre «usos y abusos» de la historia, sobre estatuas -«la estatua dice tanto del tiempo en el que vivió el protagonista como del tiempo en el que alguien decidió construirla»-, o sobre el oficio del historiador, alguien que, como diría su compañero Eric Hobsbawm, «es la persona que saca las partes que los demás quieren olvidar. El oficio de historiador es el oficio de alguien que recuerda lo que la gente quiere olvidar».
Además, este oficio tiene que ver con «una construcción acumulativa»: uno no acaba la carrera y deja el campus con todos los galones, sino que, a partir de ahí, ha de ir incorporando conocimientos, bien en el laboratorio, bien en el archivo, bien gracias a los testimonios. «La base es mirar hacia atrás, y la gente puede decir: bien, todos sabemos mirar hacia atrás -empieza explicando Casanova-, pero no es necesariamente así, porque mirar hacia atrás es sumergirte de forma empática y comprender cómo vivían [en el pasado] los ciudadanos y las ciudadanas, cómo actuaban, sus grupos sociales... tratando de que te contaminen lo menos posible tus creencias, tus ideas, tu religión o las opiniones políticas del presente».
Casi parafraseando el título de uno de los libros donde ha colaborado, la historia, dice Casanova, es un combate, una pelea que exige independencia -que no objetividad pura- al historiador, que tiene que «dejar de lado las creencias y los prejuicios», algo que solo se consigue a través del conocimiento»; y que, en ese proceso de construcción, ha de tener en cuenta los legados de quienes le precedieron en la tarea de contar el pasado, «a los que tienes que reconocer, hacer justicia, a los que no puedes simplificar, a los que no puedes mal leer o malinterpretar», defiende Julián Casanova.
No obstante, el combate por la historia se libra contra asuntos como la propaganda o el revisionismo histórico. Porque una cosa es la revisión de los hechos, que «es un eje fundamental del oficio del historiador», y otra el revisionismo. En el combate por la historia, hay que contraponer el conocimiento a las «mentiras y la propaganda».
«Se trata de ser un historiador libre, sin temores a las partes más oscuras del pasado, sin aferrarse a creencias o prejuicios. Hay gente que no lo entiende, porque equipara la opinión al conocimiento sólido derivado de la investigación. Insistiré: las meras opiniones no iluminan», escribió el catedrático de Historia Contemporánea en su perfil de X el pasado 5 de julio. Solo en esa red social cuenta con casi 54.000 seguidores, con quienes interacciona si no «insultan» o «desprecian» el conocimiento. Casanova insistió en Santander sobre el valor del conocimiento. «La gente piensa, ha llegado a pensar, lo cual es una negación del conocimiento, que todo es opinión, que todo es una construcción personal, que hay tantas historias como historiadores». Y ante la negación del conocimiento, un historiador tiene dos opciones: o bien recluirse en la torre de marfil o convencerse de que «esto es un proceso, de que la era digital lo ha cambiado todo, también este oficio, también la forma de enseñar y escribir, y pensar: yo voy a entrar en este proceso».
Casanova está dentro y difunde su método. «La historia es una herramienta de búsqueda. ¿Y cómo buscas cosas en la historia? Con lecturas críticas, Tienes que enseñar a la persona que estudia a leer críticamente. Es un proceso de pensamiento analítico que no se respeta hoy», lamenta, no sin lanzar una nueva reflexión rápidamente: «Somos personas ajenas al mundo si no comunicamos con precisión. Y esto vale para la enseñanza, para los medios de comunicación, pero, sobre todo, para la escritura de la historia».
No obstante, hoy «hay demasiado uso político y abuso político de la historia», lamenta Julián Casanova. «En el presente, al político le interesa qué parte de la historia puede conmemorar», dice. Se rememoran periodos como el de los Reyes Católicos o la Guerra de la Independencia y, en general, «a la gente le interesa verlo como una parte heroica o la construcción contra lo que fue la leyenda negra. Y todas estas cosas entran dentro de lo normal», apunta Casanova, que no obstante introduce la «paradoja» de España y de otros países: cuando se trata de «sacar de las cunetas a gente», entonces la respuesta de mucha gente es «déjalo estar, estás removiendo el pasado».
¿Y qué hecho ha marcado este primer cuarto del siglo XXI? «Posiblemente la crisis del 2008, que frustró expectativas profundas en muchos sectores, sectores importantes de la población, del mundo» y además dio paso a «proyectos autoritarios, populistas, que creíamos que estaban desaparecidos de la historia».
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