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El filósofo Markus Gabriel, la pasada semana, en el comedor de gala de La Magdalena, donde impartió su curso magistral. Roberto Ruiz
«La crítica tiene una meta: la cooperación, no la destrucción del otro»

Markus Gabriel

Filósofo
«La crítica tiene una meta: la cooperación, no la destrucción del otro»

Artífice de la corriente del nuevo realismo filosófico y catedrático de la Universidad de Bonn, impartió un curso magistral en la UIMP la pasada semana. «La gran amenaza es la IA, incluso mayor que el cambio climático», aseguró en Santander

Mada Martínez

Santander

Lunes, 19 de agosto 2024, 09:46

Markus Gabriel (Remagen, Alemania, 1980) habla español desde hace años -«ya hablaba portugués y tuve una novia española hace unos doce años, y eso siempre ayuda», evoca-, pero solo empezó a dominarlo cuando descubrió sus detalles, sus sutilezas. Conocer ese «grano fino lingüístico», como lo denomina el filósofo alemán, catedrático de Epistemología, Filosofía Moderna y Contemporánea en la Universidad de Bonn y uno de los intelectuales más célebres de su país, le permite entender la diferencia, esencial en español, entre ser y estar; o captar esos detalles, aparentemente menores, como la diferencia entre 'pez' y 'pescado', que en alemán se expresan con la misma palabra.

Ese dominio de la lengua le ha permitido explicar su filosofía en español desde hace años. Volvió a hacerlo la semana pasada, en la UIMP, donde dirigió el curso 'Por qué el mundo no existe. Ontología, epistemología y ética del Nuevo Realismo', una corriente filosófica que define como «optimista» y esperanzadora, que cofundó hace algo más de una década y que en España ha encontrado asiento en figuras como Ernesto de Castro -«que se doctoró con una tesis sobre el nuevo realismo, el 'realismo poscontinental', como lo llama él en su libro»- y también «en una representante de la nueva Ilustración», Marina Garcés, «que publicó un libro bellísimo: 'Nueva ilustración radical'», comenta Gabriel al término de una de las jornadas académicas que ha dirigido en Santander.

El filósofo ha estado cinco días mano a mano con sus alumnos en una ciudad que, más allá de un paso fugaz por el aeropuerto, visitaba por vez primera. Además de con el paisaje, Gabriel se queda con su buen pescado.

-¿Le condiciona el idioma a la hora de hacer o hablar de filosofía? ¿De qué manera?

-A veces sí, sobre todo en los ejemplos. La terminología filosófica de los últimos decenios es más o menos homogénea a nivel global, pero los ejemplos y los detalles no tanto. En el curso hemos estado discutiendo la diferencia en español entre «pez» y «pescado», que no existe en alemán ni en inglés. Cuando comencé a estudiar español e iba a un restaurante, y lo que quería comer era un buen pescado, mi diccionario decía que «fisch», en alemán, es pescado. Pero años después, en una playa con amigos españoles, dije que en el mar había mucho pescado, y ellos se rieron de mí: «Hay poco pescado, pero peces hay». Con ese tipo de gran fino lingüístico y, por ejemplo, la famosa diferencia en español entre «ser» y «estar», comienzan los problemas de traducción. Por eso mi manera de pensar en alemán y en español se modifica un poco. En el seminario estamos hablando de filósofos alemanes como Heidegger, que es prácticamente imposible de traducir al español. Esta cuestión del pensar en otros idiomas es un tema recurrente en mi trabajo filosófico

–A los 28 años, junto con Maurizio Ferraris, impulsó el nuevo realismo filosófico. ¿Qué hizo clic en su cabeza para querer reinterpretar la realidad?

–De hecho a los seis años tenía un problema que me ocupaba ya como un niño. El problema es el siguiente: antes de esta entrevista nosotros estábamos en otro momento, en otra situación, y ahora estamos en esta situación, pero ¿cómo explicamos la transición entre estos dos momentos? ¿Existe algo en común entre estos dos fragmentos de tiempo y de vida? Una posible respuesta sería la memoria, pero el momento anterior no existía en la memoria. ¿Qué es entonces lo que unifica la realidad? ¿Qué es el mundo, qué es la realidad?

Alrededor de 2003, empecé a pensar que a lo mejor los fenómenos, las situaciones no tienen nada que los una, que a lo mejor todo tiene lugar en ningún lugar, en una gran nada. Años más tarde, un gran filósofo de la Universidad de Bonn, Wolfram Hogrebe, me obligó a abrir el año académico, invitado por el rector de la Universidad como nuevo catedrático de Filosofía, con una charla titulada «¿Por qué el mundo no existe?». Casi me deprimí seis meses, durante los que no pude trabajar. Antes yo era idealista, lo contrario del realista: pensaba que la única manera de unificar la realidad es en el pensamiento; la realidad no es una, pero en el pensamiento sí, me parece una aunque no lo sea. El nuevo realismo dice que realmente no es una; ese es el gran giro, y asimilarlo me costó sangre, sudor y lágrimas. Pero ahora estoy contento sin mundo.

–Menciona la universidad. ¿Es un espacio para el crecimiento intelectual, está demasiado ligada al mercado?

–Mi visión de una universidad futura (espero que no demasiado futura) sería precisamente unificar esa idea. Estoy tratando este tema en el contexto de una teoría del capitalismo ético, donde la idea sería estudiar las disciplinas de una manera pura, en un espacio completamente libre del mercado, del capitalismo, de la producción de plusvalor; pero con la meta de crear un nuevo tipo de trabajador, una persona capaz de identificar hechos morales todavía ocultos para mejorar el espacio del trabajo. Sabemos que trabajar todavía tiene dimensiones demasiado opresivas, pero queremos vivir en democracias liberales. Sin embargo, los mercados todavía no son un espacio de liberación, y esa era la promesa del capitalismo moderno: la liberación del feudalismo. Pero ahora vivimos en una época de neofeudalismo, cuyo origen es la teoría y práctica del neoliberalismo. Y para que la economía sea un espacio de liberación que nos da recursos para vivir bien, tenemos que reformar el capitalismo para que sea un sistema de producción de productos que emancipan a la humanidad, productos realmente éticos y no una farsa ética. Eso presupone una reestructuración del mercado de trabajo: nuevos derechos para los trabajadores, más formas de justicia social... Y los impulsos intelectuales para esta reforma radical, que no revolución, pueden tener un origen académico.

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La pura libertad de la universidad puede ser la mejor manera de formar los trabajadores del futuro; pero eso requiere una nueva forma de cooperación entre política, industria y universidad, donde esos sectores se respeten. Vivimos en una época de lucha entre ellos, pero deberíamos llegar a un punto en que cooperen.

–Ha dicho en la UIMP que «llegar a lo positivo sería el acto más radical del ser humano» y que para ello es preciso que la sociedad colabore».

–Vivimos en una situación cuya forma moderna es la crítica y la lucha. La emancipación primera de la modernidad tenía que ver con la crítica de la aristocracia, con la emancipación de la burguesía, con los movimientos socialistas que, en mayor o menor medida, emanciparon a los trabajadores, con la democracia social como compromiso. En las mejores condiciones, la crítica tiene una meta: la cooperación, no la destrucción del otro. Pero la forma social que predomina hoy en el espacio público es la lucha, casi una guerra, y a veces es una guerra. La irrupción de guerras, la amenaza de guerras civiles, etc. es el resultado de luchas; pero las luchas deben ser para algo positivo, para el bien, no para lo negativo. Y una de las funciones del saber académico sería precisamente la de identificar ese bien junto a los otros sectores que mencioné antes. No es un acto puro del saber sino una combinación del activismo social y el saber de la industria, del saber de las empresas de cómo producir, vender, etc., que no está dentro del saber académico. Esa es la visión: cooperación en lugar de competición.

–¿Cuál es la mayor amenaza de la democracia? ¿Está dentro del propio sistema, es externa?

–Es una combinación, pero en todo caso la mayor amenaza es el negacionismo, la negación de la realidad, la producción de ilusiones, la propaganda, la manipulación especialmente en la época de la digitalización. La gran amenaza es la inteligencia artificial (IA), que para mí es una amenaza incluso mayor que el cambio climático, al que la IA contribuye. Y sin democracia liberal no podemos resolver el problema del cambio climático. Las dictaduras no resuelven el problema; en un cierto momento en Europa teníamos la fantasía de que quizá China podría resolver el problema del cambio climático, pero no lo resuelve en absoluto. La mejor adaptación al cambio climático sigue siendo la libertad humana. La democracia liberal es simplemente la mejor manera, en condiciones finitas, de gobernar a los seres humanos.

Es el argumento clásico de Winston Churchill: la democracia liberal es la mejor manera de no gobernar de la mejor manera. Y hoy en día la IA destruye necesariamente esas condiciones, y por eso tenemos que estudiar mucho mejor qué tipo de inteligencia artificial queremos, cómo influye especialmente en nuestra manera de pensar. Porque la IA está cambiando la forma de pensar, y eso supone una nueva amenaza que antes no existía: antes los seres humanos manipulaban a los seres humanos, pero ahora las máquinas manipulan a los seres humanos de formas que los seres humanos ni siquiera entienden.

–Es uno de los filósofos más célebres de Alemania, de Europa; no rehúye las conferencias, los debates. ¿El intelectual ha de salir de las torres de marfil?

–Completamente de acuerdo, y para mí ese es un verdadero acto democrático. Mi sueldo y mi visita a Santander están pagados con impuestos, gracias al trabajo de mis compañeros, de la gente en las fábricas, en los restaurantes, etc. La gente con la que vivo trabaja para que yo tenga la posibilidad de hacer filosofía. Por eso yo le debo a la gente la libertad de hacer lo que hago. Hay muchos filósofos y académicos que no tienen la capacidad de expresarse con claridad, que tienen miedo del espacio público, y son perfiles psicológicos legítimos, pero los que tienen la capacidad de expresarse con claridad tienen el deber de hacerlo. Esa es una visión ilustrada del papel de la filosofía en la sociedad, y es una convicción democrática. No es un acto político directo: la función del intelectual público no es la de manipular a la luz de sus convicciones privadas, políticas. Yo también tengo esas convicciones y opiniones, porque también soy ciudadano, pero la función de mis conceptos es la de abrir más espacio para que haya más democracia liberal. Esa es, para mí, una función importante de la filosofía; y, en todo caso, esa es mi interpretación de mi papel.

–¿Percibe muchas diferencias en la relación que España tiene con la filosofía respecto a la que se da en Alemania? ¿Hay quizá mayor distancia con sus intelectuales?

–Sí, la filosofía en Alemania tiene un papel importante. Y en el espacio público en España hay mucho espacio para la filosofía, pero también tiene una dimensión extremadamente antiintelectual. La Ilustración fue un fenómeno histórico en varios países europeos, pero la historia de España fue la de la reacción; y esa dimensión antiilustrada todavía existe en España.

–Usted defiende una nueva Ilustración para este tiempo.

–Sí, exacto. Y la diferencia con la vieja Ilustración es que la nueva Ilustración es realmente para todos. No es una mera continuación de la Ilustración alemana, que es diferente de la francesa, la inglesa, etc. Es una nueva Ilustración que ya es un movimiento mundial.

–¿El nuevo realismo es una filosofía para la esperanza?

–Exactamente, es una visión del futuro posible de la humanidad, la continuación del tema del progreso moral, una nueva visión del bien. Y necesitamos eso en la política, porque parece que ya no hay esperanza en la política: el cambio climático, la situación geopolítica, la IA, un posible regreso de Donald Trump... nada de eso genera mucho optimismo. El concepto de optimismo, que inventó el filósofo G. W. Leibniz, es uno de los conceptos clave de la Ilustración. Y el nuevo realismo es una filosofía optimista como lo fue la Ilustración, una filosofía que cree en la fuerza del bien, de la luz y del progreso moral.

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