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Desde hace dos años, Elvira Dyangani Ose (Córdoba, 1974) dirige el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba). Tras su paso por Canarias, Nueva York o Londres, la comisaria asumió el reto de reconvertir la institución. Esta semana, en la UIMP, dentro del 'X Encuentro de Arte y Coleccionismo', expuso algunas de las líneas de su visión del arte y la gestión museística. Lo hizo en la mesa redonda 'Transmitir el mensaje: la sociedad en el centro', junto con Eloísa Pérez Santos, profesora de la Universidad Complutense de Madrid, y Paz Guadalix, directora del Centro de Arte de Alcobendas, dejando patentes dos realidades: la presencia permeable de mujeres en el sector del arte y el papel fundamental que tienen el público y el entorno en que se enmarcan los museos para la directora del centro catalán.
–¿Escuchar otras voces es parte importante de su trabajo?
–Absolutamente. Tanto de profesionales del sector, como, a lo mejor, de estudiantes que acuden a los cursos para saber, con inquietudes que tú no te planteas como pregunta. Y sobre todo de las comunidades que rodean al museo, tanto las que son profesionales, como la artística; proveedores, coleccionistas, galeristas, como el público al que queremos que el museo se dirija y el que no se siente interpelado por él. Somos un servicio público y como tal debemos ofrecer eso a todos. Nuestra responsabilidad es que sientan que son destinatarios de nuestro trabajo.
–El director general de Bellas Artes, Isaac Sastre, afirma que las instituciones culturales tienen que actualizarse y revitalizarse constantemente para no terminar siendo seres inertes. ¿Comparte esa necesidad de cambio constante?
–Sí, creo que hay una cuestión muy importante. Las instituciones culturales tienen que ser relevantes o no serán. El significado de lo que la relevancia supone es cuestión de una definición constante. Nada relativo al museo es ya evidente. Su tarea como institución cultural es reinventarse. No es una cosa nueva. Empezó como un espacio en que el objeto es lo central, a uno en que lo es la idea de la experiencia. Desde el museo de la contemplación, de lo exclusivo, jerárquico, hasta la formulación, el museo laboratorio, inclusivo, democrático, que atiende y siente que forma parte de un contexto mayor con múltiples agentes.
–Como agente, en 2021 afirmaba que tenían que hacer un Macba como si el mundo que queremos ya existiera. Dos años después, ¿ha avanzado hacia ese mundo al que quería volar?
–Sí, hay una cuestión importante que es que esa opción de trabajar así, invocando a la necesidad del museo de ser un espacio para generar imaginarios sociales posibles. Siempre estamos de camino a ese museo que vendrá. Incluso el que yo trataba de definir en esas entrevistas ha acabado por modificarse y el que vendrá está por escribirse. Lo más interesante es que el museo cuenta con un equipo profesional, la mayoría mujeres, que determinan una cierta dramaturgia, un cierto recorrido de tareas, pero el museo en que queremos vivir, tiene que ver con esa capacidad de adecuarse al tiempo en el que vive, e incluso, anticiparse. Para eso tenemos a los artistas que son los que nos ayudan a imaginarlo antes, con esos gestos instituyentes.
–La mayoría son mujeres, como dice, pero a usted se la sigue presentando como la primera mujer en dirigir el Macba.
–Desde las primeras entrevistas hice notar que los museos tienen, como en el cine, un director, un productor y mucha gente que forma parte de la arquitectura que hace posible que esa película se lleve a cabo. Incluyendo al espectador. Nunca se habla del poder dinamizador que existe en el equipo que tienes detrás. El museo no es solo el resultado de la versión imaginaria de un señor, en muchos de los casos, que piensa que tiene que responder a ese ejercicio agente, sino que es la suma de la propia institución, de las cosas que dejó de contar, porque se contaron otras. Y toda esa realidad forma parte de lo que constituye. El Macba de hoy responde también a lo que mis compañeras llevan haciendo muchos años y a labores que muchas veces han sido también invisibilizadas, no por los directores sino por la narrativa en la que se enmarcan las cosas. Por ejemplo, que yo sea la primera directora no significa que no haya habido mujeres que hayan liderado proyectos.
–Ha trabajado con conceptos de visibilidad y representatividad. En el arte, como en otros aspectos de la sociedad, ¿lo que no se nombra no existe?
–No solo no existe, sino que a veces adolece de que no se puede ver. Más que en el momento de la palabra estamos en el momento de la visión y más que nunca el espacio tiene que ser un espacio de aprendizaje mutuo. No solamente el que trae una serie de personajes a la representación, el que habla de cosas que no se han hablado antes, sino que genera redes en torno a ciertos episodios o individuos que no se presentaban en una narración, hace que se muestren los elementos de ausencia que la hicieron posible en primer lugar. Para mí es muy importante ese ejercicio. Comisariar una exposición es decidir unos contenidos. El lenguaje puede ser determinante. Dar un lugar a la representación supone asumir un momento en que fue negada y asumir los mecanismos para alterarlos y que no se repitan.
–¿A veces se puede confundir el uso del museo para dirigirse a un público de carácter turístico sin alimentar a la sociedad en la que se asienta?
–Sí, ese es un riesgo que existe, pero creo que los museos hemos aprendido mucho de la pandemia. Hubo un descenso de la actividad como capital turística y en ese caso, como nos pasó a nosotros y a muchos otros, se revirtió la balanza de la gente que venía al museo y las comunidades locales y no hubo ninguna pérdida. Yo no quiero solo que se visite el museo, sino que la gente vuelva, porque esa es la que crea un sentido de identidad y de apropiación. Es importante cuidar a ese público porque también estarás cuidando al resto.
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