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El ensayista y poeta Ramón Andrés protagonista de los Martes Literarios de la UIMP fue músico antes que escritor aunque en su vida la música ... sigue ocupando un lugar muy importante, hasta para escribir. «No puedo empezar un libro hasta que no oigo un tono. Un diapasón. Una vez que lo tengo entonces ya puedo ponerme», aseguró este martes en el Paraninfo de La Magdalena y, de momento, tal y como confesó también el autor de 'Los árboles que nos quedan' y 'Filosofía y consuelo de la música', con los que fue galardonado con el Premio Nacional de la Crítica en 2020 y el Premio Nacional de Ensayo en 2021, respectivamente, «no he encontrado mi tono. Así que ahora no estoy escribiendo nada».
Sí es verdad que, según expuso, es de los que autores que «sin recurrir a un discurso romántico» escribe pensando en el que le va a leer, «porque si no sería una falta de respeto al lector», señaló en relación a los que afirman que escriben pensando en ellos mismos «No lo creo. Yo cuando escribo hago un viaje interior y tengo muy presente lo que va a ser leído y lo que no, como por ejemplo las notas que apunto en mi libreta», afirmó.
Durante su intervención la tribuna literaria, que patrocina El Diario Montañés y que a modo de diálogo con el invitado dirige el redactor jefe de Cultura del periódico, Guillermo Balbona, Ramón Andrés aprovechó su intervención para hablar de algunos de los temas presentes en sus obras como la realidad, «un eufemismo», en su opinión, «porque es un simulacro de muchas cosas ya que el lenguaje de la razón choca con una deriva caprichosa, la de una realidad impuesta por muchísimas cosas, como la política, los medios de comunicación, la situación económica... Al final, el proyecto ilustrado del siglo XVIII, el de la libertad del individuo, nos ha llevado a proyectar esa imagen del Mito de la Caverna en la que nada es cierto».
El autor de 'Los no llamados por su nombre', su último libro, también indicó que «el mal de nuestro de tiempo es que no nos escuchamos porque estamos asaltados por nosotros mismos. Somos nuestros propios enemigos» y, opinó que «desde el siglo XVIII todo el pensamiento, el nudo de pensar de la sociedad, conduce a un individualismo feroz».
En este sentido apuntó que «hablamos de solidaridad, pero es todo mentira. Es algo impostado porque estamos y vivimos encerrados en nosotros mismos».
En la lucha, si es que existiese, entre la música y la palabra cree que vencería la primera. «Hasta la poesía es música», declaró y también consideró que «no está sujeta a una narración y por tanto es más libre». Precisamente, en relación a la música también consideró que ha tenido y tiene una función muy importante vinculada a la memoria.
«La música es evocación y por lo tanto memoria –también la inmediata– porque genéticamente está en nosotros y genéticamente somos memoria, pero sobre todo herencia».
Sobre el mundo que vivimos, criticó la falta de pausa, algo que cree indispensable porque considera que «la lentitud nos da el poso que necesitamos. El saber es lento. El conocimiento es lento y el mundo está lleno de conocimiento. La prisa es como la comida rápida que puede estar bien, pero solo para un día». Es por ello por lo que cree que las redes sociales, «como todo lo que inventa el ser humano» tiene sus contradicciones. «Inventamos cosas buenas que luego destrozamos y las redes sociales podrían suponer un encuentro, pero este capitalismo feroz que impera y, sobre todo, nuestra manera de ser hacen de ellas algo paradójico porque hablamos mucho de la privacidad, pero luego fotografiamos lo que vamos a comer y lo repartimos por ahí de la misma forma que hacemos públicas las fiestas privadas».
El escritor, que también ha sido traductor y editor «de una forma vocacional», se refirió a las utopías y las distopías. «Las primeras nos han desplazado. Tienen una idea religiosa y nos abocan al nihilismo. Pensar en las utopías, algo que sabemos que no se va a cumplir hace que corramos el riesgo de despreciar el presente» y tampoco está muy a favor de las revoluciones que, según dijo «siempre nos han salido caras. No sabemos hacerlas sin sangre y sin descalificar.
Creo que al final se convierten en venganza y la sociedad finalmente lo acaba pagando». Con respecto a la resistencia afirmó que debe ser sabia «no hay nada más pobre que el resentimiento. No debemos vivir enfadados».
Finalmente reconoció que él se considera un optimista, «porque la esperanza depende de lo que esperemos y si nos reducimos a nuestro acontecer humano no hay porque desesperanzarse», y quedan árboles, dijo metafóricamente en relación al título de su libro, «claro que nos quedan, pero hay que preservarlo, y repoblarlos como a nosotros mismos. Debemos ser capaces de deshacer los laberintos en los que estamos».
Dos de las reflexiones que ha dejado este martes en la UIMP el ensayista y poeta Ramón Andrés apuntan a las humanidades y al mundo de la cultura. De las primeras, que están desapareciendo de los planes de estudios, reconoció que existe un gran desprecio «y un ataque burdo y sibilino. Hay quienes creen que no sirve de nada estudiar a filósofos como Kant o Heidegger, pero también hay otra corriente que ha encerrado a cada uno en su lugar».
Ramón Andrés, asimismo, se refirió a el mundo de la cultura y de los intelectuales del que asegura huye «porque está plagado de egos», «No me puede aburrir más el mundo de los intelectuales y solo reconozco a los maestros de antes y a alguno de los ahora. Con esos me basta», aseguró. Si bien, luego matizó que su crítica va más bien dirigida a ese «espectáculo» que estamos viviendo alrededor de la cultura. «Está claro que la cultura no te hace mejor, pero te da argumentos y sí, insisto en que no me interesa el espectáculo que se hace en torno a ella, pero sí tengo que reconocer que nos ayuda a conocernos mejor». Es por eso por lo que sostiene que «necesitamos más Pasolinis, Italos Calvino y Montanelli».
También recordó a Bach, un compositor al que admira y al que dedicó uno de sus primeros ensayos «porque su grandeza está en que creó mundos infinitos desde la humildad y el respeto al límite y porque su música pone en marcha el infinito y, sobre otro de sus pensadores favoritos, Baruch Spinoza dijo que es el filósofo de «la tolerancia» y «profundamente humano».
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Ana del Castillo
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