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Como un turista más, el historiador Orlando Figes (Londres, 1959), entró en el Hall Real y se dirigió, en primer lugar, al retrato de Alfonso ... XIII, preguntando por el protagonista y atendiendo a los detalles que le ofreció la vicerrectora Matilde Carlón. En esa misma sala, Figes, algo más de una hora después, sería investido Doctor Honoris Causa y recibiría la Medalla de la UIMP, haciendo de su curiosidad y un sutil sentido de la ironía, estandartes de su exposición en «uno de los discursos más importantes que he dado», señaló al comenzar.
«Me siento en casa aquí –dijo– en parte por la pedagogía que se imparte y en parte por el cálido recibimiento». En la sala, además del alumnado que estos días acude a su curso magistral, estaba el cuerpo rectoral de la UIMP, así como su esposa y su editora. Precisamente, por discrepar por la pedagogía imperante en otras universidades, Figes decidió retirarse de la docencia. «Empecé a dudar de los principios con los que trabajábamos en la universidad los que vamos de azul claro», señaló haciendo un guiño a la muceta azul de los catedráticos de Humanidades. El papel de los educadores debería ser, según defendió, «ayudar a las personas a pensar por sí mismas, facilitar su inteligencia y curiosidad». Porque el verdadero conocimiento tiene que ver con hacer preguntas, no con la información obtenida. «Sin embargo, estábamos reforzando ideas preconcebidas, sin ayudar a cuestionarse lo aprendido», lamentó. Con estos mimbres, Figes dijo adiós a la docencia, pero no a la meta de educar para alcanzar la autonomía intelectual, en su caso, a través de los libros que le han convertido en uno de los escritores de historia más leídos del mundo.
En ese mundo, la universidad, como los propios individuos, afronta una serie de retos, que van desde la crisis climática a la migratoria o los desafíos de la inteligencia artificial. Tiempos que exigen «más rigor», para saber «cómo se crean los argumentos, conocer toda la complejidad de la idea original y por qué los historiadores llegan a sus conclusiones».
Entre sus propias conclusiones, una muy clara: «Nos hemos equivocado con Rusia durante mucho tiempo y yo soy tan culpable como cualquier otro erudito». En primer lugar, porque la mirada rusiocéntrica a la Unión Soviética, impidió prestar suficiente atención a la periferia de un país inmenso. También por las consecuencias de un problema intelectual: «Creímos que Rusia se parecería más a nosotros» y en lugar de realizar un acercamiento historiográfico, solo se aplicó la historia, materia susceptible de ser manipulada por los políticos, que «hacen una lectura de conveniencia para reforzar lo que piensan ellos del mundo. Somos responsables colectivamente de elegirlos».
Figes deseó lo mejor a la universidad para afrontar esa cruzada de enseñar a su alumnado «a ser intelectualmente capaces de producir cuestionamientos», un guante que recogió el rector de la UIMP, Carlos Andradas, que calificó al historiador como un «autor imprescindible para conocer y entender lo que es el nacimiento de la cultura europea y con ello, nuestra identidad». Destacó, además, su rigor científico «absolutamente documentado» para relatar los hechos y «una inmensa capacidad narrativa para meternos en las situaciones concretas y sus personajes».
En su elocuente y detallada laudatio, la catedrática María Jesús González trazó el legado del nuevo miembro del claustro de la UIMP, a través de cada uno de sus libros, con los que ha logrado «trascender la historia» con una obra «profunda, pedagógica, atrevida y comprometida».
Para Orlando Figes, la muerte de Prigozhin era la conclusión lógica de la situación en la que se encuentran Rusia y Ucrania. Nos queda mucho por saber, pero «asumimos que ha sido un asesinato ordenado porque Putin necesitaba demostrar que solo hay un poder en Rusia», señaló. El especialista en historia de Rusia consideró que «solo va a haber perdedores en esta guerra en la que la palabra de Putin no vale nada». Figes no es optimista respecto a la resolución de un conflicto «que se enquistará» con un régimen fortalecido tras el motín que tuvo lugar en junio.El británico planteó: «¿Cuántas vidas puede permitirse perder Ucrania, cuantas ciudades arrasadas, cuantas infraestructuras perdidas si la guerra continua?». Es, a su juicio, una tragedia que occidente no puede resolver, de hecho, «no tiene disposición de hacerlo» indicó. «No es uno de sus principales problemas; Ucrania significa más para Rusia y por eso empezó esta guerra». Por ello, «necesitamos replantearnos de forma radical cómo afrontamos el problema uso».
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