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«Yo no soy novelista. No sé de fotografía ni de naturaleza», adelanta Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977). Y sin embargo, en ambas materias se ... ha metido con su último trabajo, 'Anoxia', que presentó este martes en los Martes Literarios, que coorganizan la UIMP y El Diario Montañés, en la que fue su primera visita a Santander. «Teníamos mucho interés en que estuviera aquí», indicó el periodista Guillermo Balbona, refiriéndose a Hernández como «una especie de camaleón que se mueve entre la literatura y la imagen». «Casi todo lo que he escrito vira entre lo textual y las imágenes», confirmó el murciano, cuyas historias están atravesadas por la memoria.
Mientras hacía su tesis doctoral, un joven Hernández iba escribiendo su primer libro de cuentos. Según avanzaba la carrera académica, también crecía esa forma de sentir la literatura «de otra manera». «El arte es la mochila que siempre llevo y mi manera de ver el mundo», explicó, reconociéndose «enfermo de teoría», que le hace interpretar todo lo que ve. Un mundo poblado por redes sociales e inteligencias artificiales, donde «estamos rodeados de imágenes que no tienen significado». La historia del arte se convierte en esencial en su modo de aproximación. «Cuando me quito el gorro de escritor, la mente es mucho más analítica y con ella, lo afectivo y las emociones entran en mi manera de acercarme a la realidad». Confesó sentirse mucho más a gusto en ese espacio, gorra mediante.
En su libro, 'El dolor de los demás', la fotografía tiene un sentido de «efecto realidad». El lector puede leerlo como ficción, pero en el momento en que aparece un fotograma concreto, se genera un corte que parece mirarle y confirmar que el relato ocurrió de verdad. «Me interesa la foto como algo que no solo ilustra, sino que dice algo que no pueden explicar las palabras». 'Anoxia', una novela entera en torno a imágenes, no tiene ninguna. Cada foto que hace Dolores, su protagonista, es distinta para cada uno de los lectores. «Cada historia requiere un tipo de aproximación respecto a la palabra y las imágenes», detalló. El duelo, tan presente en su obra, nos habla de algo que se ha perdido y no se puede recuperar jamás, «pero la imagen y la palabra permiten dar una especie de segunda vida a los que ya no están». Cuando llegan esos fogonazos, «duelen», pero con el tiempo terminan generando una especie de sonrisa. «Amarga, pero que ya no te rompe». Por eso, «el arte nos ayuda a seguir caminando tras la pérdida». A pesar de todo, «la idea del luto es algo que no queremos al lado; tenemos que ser felices casi por obligación». La novela conciencia de algo que debe enfrentarse.
Curiosamente, Hernández ha dicho que este cuarto libro es su primera novela. Lo afirma porque es «la primera que empecé a escribir», porque las novelas «no llegan cuando uno quiere, sino cuando uno puede». Cuando vio 'Los Otros', de Amenábar y los libros de muertos que contemplaba Nicole Kidman, se obsesionó con esa práctica, procedente del siglo XIX. «Era una costumbre que tenía que ver con un acto de amor». Un recuerdo de que la persona fotografiada estuvo viva. Inicialmente empezó a escribir un ensayo. No funcionó. Los bocetos de la novela inicial, no avanzaron, pero escribió 'Intento de escapada'. Regresó a la anterior. No hubo avances. Surgió 'El instante de peligro'. Volvió al principio. «No me salió». Llegó en tercer lugar 'El dolor de los demás', «como si fuera quitándome cosas del medio», capítulos sucesivos de su vida, «traumas que llevaba muy dentro y que tuve que superar» antes de poder escribir la historia inicial.
El novelista relata la historia de Dolores, viuda, de 60 años, que comienza a vivir de nuevo al empezar a hacer fotos de los demás. «Fue el momento en que me vi en el personaje cuando la novela empezó a crecer». Un libro que Miguel Ángel Hernández escribió gracias a la pandemia, de la que casi «fui paciente cero en Murcia». El virus le sirvió también para darse cuenta de que esas imágenes de muertos, actualizadas, aún importaban, e incluso ayudaron a sobrellevar el duelo de quienes no podían despedirse de los suyos. «Pude escribir un ensayo y pensar esta novela; ahí me la creí», algo importante para un novelista: «Pensar que lo que escribe tiene un sentido». La suya es una novela que se enmarca en una corriente en la que han surgido títulos que han obligado a cuestionarse la propia fragilidad, la nueva normalidad.
La normalidad es, según sus palabras, una construcción que se ha ido transformando con las épocas. «Tiene que ver con la idea de preservar un espacio a través de la definición de quiénes somos nosotros y quiénes son los otros». Los artistas «han minado esa normalidad en la moral, en la estética, en el comportamiento». «La base del arte moderno es la ruptura de lo establecido». Así, la fotografía familiar, entendida como algo solo feliz, empieza a virar.
Hernández pensó que sería difícil meterse en el punto de vista de un personaje que no coincidía con su experiencia ni con su género, pero , dijo con ironía, «conozco a más mujeres que fotógrafos de difuntos». Se ha sentido tan cómodo en el rol, que la protagonista de su próxima novela, también será una mujer. Narrador de mapa y escritura lenta, que mezcla analógico y digital, con manías a la hora de ponerse a la labor, está con las primeras versiones del próximo trabajo, con el que quiere iniciar una etapa diferente. Tras la tetralogía de novelas de muerte, «de llorar», bromeó de nuevo, pergeña una «novela de campus», que sea más divertida.
La tercera declinación del sentido que la fotografía toma en 'Anoxia', tiene que ver con el Mar Menor, arraigado en la memoria del autor. Allí, la imagen detenida y repetida es la de los desastres marinos. Como toda la costa española, la zona se ha llenado de edificios, con el turismo como fuerza gravitatoria y agricultura extensiva. Con las filtraciones de nitrato, las microalgas han ido creciendo, consumiendo oxígeno constantemente y dejando sin él a las aguas profundas. Los peces suben a la superficie y mueren, llegando a la orilla. «Es un proceso bastante difícil de revertir si no se cambia el sistema», lamenta.
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