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«Este es un lugar al que es difícil decirle que no, porque te sientes parte de un palacio», bromeó Santiago Roncagliolo (Lima, 1975). El ... escritor, que ha venido en otras ocasiones a Santander, donde «siempre lo he pasado bien», fue el encargado de poner el broche a los Martes Literarios, ciclo promovido por la UIMP y El Diario Montañés.
El crítico literario Regino Mateo y el periodista Guillermo Balbona, que se han ido alternando en las labores de moderadores, participaron conjuntamente en esta última sesión. Balbona definió a Roncagliolo como «un escritor total» que mezcla los géneros de manera muy natural. Desde el guión hasta el coqueteo con el periodismo, con la narrativa como vehículo para llegar de unos a otros, jugando al equilibrio entre lo real y lo falso. «Poca gente lo nota –corroboró el autor– Mis personajes no se dan cuenta de que sus historias pueden ser mentiras, vivir imposturas. De hecho, todos vivimos con más mentiras de las que queremos admitir; forman parte de nuestra vida». El autor ironizó exponiendo cómo «muchas veces pedimos la verdad a los políticos, pero después no les votamos».
Cuando era niño, «en una ciudad en guerra, una Lima de los años 80 en la que era muy difícil salir a la calle», sin internet y con una televisión cuestionable, Roncagliolo vivía encerrado en casa.Como confinado. Y los libros le hacían sentir que había una realidad mucho más intensa. «Esto sigue siendo lo que me fascina de escribir historias; que vivas más de lo que tenías planeado». «Escribimos y leemos porque queremos más vida», dijo.
«Como mis personajes, todos vivimos más mentiras de las que queremos admitir; forman parte de nuestra vida»
«Echo en falta que seamos capaces de meternos en los zapatos de otro y eso es lo que ocurre cuando lees una novela. Hace falta»
Roncagliolo pasó de un colegio laico en México a un colegio solo para chicos en Lima. Allí aprendió a fingir, «entre niños testorenizados», a repetir gestos o mostrar expresiones sin saber exactamente lo que significaba el vocabulario. Cuando de pronto explicaron en el aula que 'cachar' significa hacer el amor «entendí la vida». «Las palabras marcan relaciones de poder, saber usarlas te da una fuerza dentro del grupo». Ser escritor tiene que ver con el hecho de que apropiarse de las palabras significa entrar en un lugar y saber cómo funcionan. «Puedes construir un universo con ellas, aunque sea de papel». Su libro, 'La noche de los alfileres', tiene mucho que ver con esa etapa escolar. En ella habla de cuatro compañeros, que no se han reconocido en el retrato, porque «el poder de la negación también es abrumador».
Roncagliolo vino a España en la estela de otros escritores que habían triunfado dentro del llamado boom latinoamericano. «Pero me encontré que solo fueron dos; Vargas Llosa y Bryce Echenique, y ni siquiera tanto». Hubo años en que pensó que ya no se dedicaría a escribir, pero «no sabía hacer nada más» y quería seguir viviendo aquí. «Mi padre nunca se creyó que yo vivía de escribir libros; se murió pensando que me mantenía mi mujer, porque no le parecía un trabajo de verdad».
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El crecimiento de su carrera coincidió con un momento en que en América Latina aumentó el número de lectores generales. Autores que lo había intentado antes «no habían tenido un mercado en español tan fuerte» como el de los últimos años. Los narradores con los que creció tenían una dimensión superlativa que hacía pensar que la literatura, como profesión, no estaba al alcance del ciudadano medio. «Mi actitud ingenua y cínica era lo que me permitió escribir», en un entorno donde parecía que «si no ibas a ser candidato a presidente, no podías ser escritor».
Reconociéndose como «muy trabajador», el peruano consideró que escribir es, a su juicio, «tratar de ponerle nombre a dolores y miedos». Buscar sentido a la propia historia. «La literatura es la terapia de una sociedad, en la que los autores van dándole palabras a las cosas de las que no hablamos, para que podamos hablar de ellas». Al contrario que las historias reales, «las novelas son inofensivas». Representan una válvula de escape para poder contar. Podemos comentar lo que hacen los personajes de Almudena Grandes y así acercarnos a la posguerra sin que nadie se sienta agredido, ejemplificó. No hay ninguna obsesión que sea permanente, porque con cada libro terminas la terapia. «Nunca me faltan miedos nuevos sobre los que hablar; vivo aterrado por todo», si bien en la última etapa, es la paternidad lo que más quebraderos de cabeza le ha causado. Por contra, sus novelas nunca son autobiográficas, pero sus cuentos «bastante». Personalmente, explicó, «tiendo a reírme de las cosas malas sin ponerme demasiado dramático» y en los cuentos vuelca parte de ese humor.
A Roncagliolo, más temeroso que antes, los libros le salvaron la vida. Hoy cree que hacen algo muy importante, porque cada vez nos cuesta más ver el mundo con los ojos de otra persona. «Echo en falta que seamos más capaces de escuchar y ponernos en los zapatos de otro y eso es lo que pasa cuando lees una novela». Sean inquisidores, asesinos o funcionarios. «Sales con una mirada más amplia de la realidad; no es una revolución muy intensa, pero hace falta».
Disparos, cadáveres en las calles, explosiones, directrices sobre qué hacer si estallaba una bomba… Ese tipo de cosas eran parte de la educación de un niño de ocho años, que creció cuestionándose por qué querían matarlos. «¿Por qué podíamos morir?». La violencia se reproducía de muchas maneras a su alrededor. En un colegio de varones, en una familia con sus propios problemas. De ahí su interés por la humanidad de los monstruos. «Vivía rodeado de ellos». La mayoría de exploraciones de las novelas del peruano tienen que ver con esa conversión. «Solemos tener miedo de los que son diferentes y creamos categorías para poder torturarlos y eliminarlos». La novela que publicará en octubre ('El año que nació el demonio') habla sobre el origen de las brujas en nuestra cultura. Una cultura en la que ese concepto estaba diseñado para culpar a las mujeres, incluso de la violencia contra las propias mujeres. «Los que llamamos monstruos pueden ser tan buenos como los que los persiguen», argumentó Roncagliolo.
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