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El escritor Ignacio Martínez de Pisón inaugura esta semana los Martes Literarios que, como cada verano, organiza El Diario en colaboración con la UIMP. La cita con sus lectores será el día 25, a partir de las 19:30 horas, en el Paraninfo de la Magdalena.
Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) es uno de los narradores más reconocidos de las últimas décadas. Distinguido con el Nacional de Narrativa en 2015, el premio de la Crítica en 2011 o el Ciudad de Barcelona en 2012, su literatura explora los conflictos del siglo XX desde la perspectiva del ciudadano común, con un enfoque realista. Sus novelas 'Carreteras secundarias' y 'El día de mañana' han sido adaptadas al cine y la televisión, y también ha firmado los guiones de 'Chico y Rita' y 'Las trece rosas'.
Su último libro, 'Castillos de fuego', es una novela coral que nos sumerge en el clima violento y tenebroso de la posguerra española entre 1939 y 1945, durante la Segunda Guerra Mundial.
-Su última novela resultó, en cierto modo, una sorpresa, porque abandonaba su territorio natural, la Transición, para centrarse en la primera posguerra. ¿Por qué rescatar aquella época?
-Para entender lo que fue la Transición hay que tratar de entender lo que fue el franquismo. Y para entender lo que fue el franquismo no podemos ignorar los primeros años, en los que Franco instituyó un régimen de exterminio. En línea con lo que en ese momento estaba ocurriendo en Europa, el régimen recién salido de la Guerra Civil buscó en parte mimetizarse con el fascismo italiano y el nazismo alemán, incluida la obligatoriedad del saludo fascista, cosa que mucha gente desconoce.
-Todavía no está muy claro: ¿España ganó o perdió la Segunda Guerra Mundial?
-España la perdió porque perdió la oportunidad de incorporarse a la historia común europea. Si los norteamericanos hubieran liberado España como liberaron Italia, nuestra democracia habría tenido treinta años más de antigüedad. En vez de eso tuvimos treinta años más de franquismo. Franco, a su manera, venció en la Segunda Guerra Mundial. Habría vencido plenamente si hubieran ganado los suyos y, aunque esto no ocurrió y ganaron los aliados, las nuevas circunstancias internacionales le permitieron sobrevivir, por lo que tampoco se puede decir que acabara derrotado. Desaparecido Hitler, el nuevo rival era el comunismo. El anticomunismo de Franco estaba sobradamente acreditado. Sus simpatías por las fuerzas del Eje le fueron rápidamente perdonadas gracias a ese viejo anticomunismo suyo.
-¿Se puede llamar tiempo de paz a un lustro en el que un gobierno ejecuta a cincuenta mil ciudadanos?
-No fueron tiempos de paz sino de represión, fusilamientos, delaciones, batallones de trabajadores, hacinamiento en las cárceles… Oficialmente, las responsabilidades penales contraídas durante la Guerra Civil prescribieron en 1969. Pero la paz ni siquiera llegó ese año. La paz, realmente, no llegó hasta la muerte del dictador, porque hasta entonces España siguió siendo un botín ganado por la fuerza de las armas.
-En apenas un par de años se diría que hemos pasado del desinterés por la posguerra a convertirla en un tema de primer orden para novelistas y ensayistas…
-Es normal que una sociedad sienta curiosidad por su pasado. Si no tratamos de saber cómo fue ese pasado seremos incapaces de interpretar correctamente el presente. Y, de todas las etapas del pasado común, las que más tenemos que esforzarnos por entender son precisamente las más trágicas, las más traumáticas.
-Ahora que se ha arrojado más luz sobre esa época, ¿sigue siendo tan oscura?
-La Guerra Civil había acaparado en gran medida el esfuerzo de los historiadores. El interés por esos años de la posguerra ha sido bastante reciente. Es una etapa que la sociedad española, en buena medida, trató de olvidar. ¿Qué sociedad querría recordar los peores años de su pasado, los del hambre, los del enfrentamiento cainita entre españoles, los del miedo a decir según qué cosas? Pero es deber de los historiadores, y también de los novelistas, que esa etapa no quede relegada al olvido.
-En la novela, como en casi toda su obra, sus personajes son gente corriente, a veces incluso anodina, pero que sin embargo sufre las consecuencias de los grandes acontecimientos sociales y políticos. ¿Cuál es la verdadera historia, entonces, la que se escribe con mayúscula o con minúscula?
-Yo me he acercado a la Historia desde la literatura, del mismo modo que algunos historiadores se han acercado a la literatura desde la Historia. Pienso, por ejemplo, en el italiano Carlo Ginzburg, hijo de la gran Natalia Ginzburg. Sus estudios históricos son también textos de enorme calidad literaria. Y tanto en sus libros como en los míos, los verdaderos protagonistas son ciudadanos de a pie, gente sin especial relevancia histórica.
-Parece increíble, pero después de casi un siglo, lo ocurrido en los años treinta y cuarenta todavía enciende las pasiones y solivianta los ánimos. ¿Tanto detestamos nuestra propia historia?
-Con aquellos años turbulentos ocurre que la sociedad española aún no ha llegado a un consenso definitivo. Y sería relativamente fácil: las cosas que ocurrieron están perfectamente documentadas por los historiadores, con fechas, cifras, nombres, datos precisos, así que no veo por qué tendríamos que seguir echándonos unos a otros los muertos a la cara. Ningún historiador, por muy de izquierdas que sea, negará nunca la persecución de los religiosos durante la Guerra Civil o la existencia de las chekas o las matanzas de Paracuellos… Del mismo modo, sería de agradecer que la ultraderecha dejara de intentar de modificar el pasado con intoxicaciones, como la que hace unos años sacaron sobre las Trece Rosas.
-La demolición de la Pirámide de los Italianos es un debate todavía candente; ¿qué habría que hacer con los símbolos del fascismo?
-Desde el principio de la controversia me declaré favorable a su conservación. Esa pirámide es una de las pruebas incontestables de cómo un país como Italia, firmante del Tratado de no Intervención, burló sus propios compromisos internacionales. Mussolini envió a cerca de ochenta mil soldados a luchar en el bando de Franco. Ese monumento no debe servir para homenajear a nadie sino para recordar cómo fueron las cosas.
-Resurgen los extremismos y la retórica política se vuelve cada vez más agresiva. ¿Es preocupante?
-Vivimos en un mundo en el que, como si fuera Las Vegas, lo que ocurre en las redes se queda en las redes. Por suerte la exaltación guerracivilista que a veces se percibe no tiene traslación ninguna a la vida real.
-Imaginamos que ya está trabajando en un libro nuevo, pero ¿qué hace un escritor cuando no escribe?
-En septiembre sacaré un libro sobre mi infancia, mi juventud y mis primeros pasos como escritor. Lo entregué a principios de año. A estas alturas ya tendría que estar trabajando en otro libro, pero lo cierto es que aún no sé qué será lo siguiente. En los cuarenta años que llevo publicando libros no me recuerdo a mí mismo sin ningún proyecto entre las manos.
-Luis Landero ha recomendado vivamente 'Castillos de fuego'. Debe ser excepcional, porque no es muy habitual que un escritor español recomiende a otro autor vivo…
-Algunas virtudes de la literatura de Landero se parecen mucho a ciertas virtudes suyas personales: la bonhomía, la generosidad. Si él no fuera como es, tampoco sus libros serían como son, y probablemente no nos gustarían tanto.
-Dicen las malas lenguas que eligió esta fecha para venir a Santander por si coincidía con un Racing-Zaragoza en la fase de ascenso…
-Ya he aprendido que no hay que hacer pronósticos a principios de temporada. El Zaragoza empezó ganando los primeros cinco partidos y al final corrió el riesgo de bajar a Segunda B. Me gustaría pensar que dentro de un año el Racing y el Zaragoza estarán celebrando el ascenso a Primera, pero eso queda tan lejos…
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