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Menos de dos minutos fueron suficientes para que el Paraninfo de la Magdalena rompiera en aplausos. Bastó mencionar el nombre de Almudena Grandes para que la sala, rebosante, estallara manifestando el cariño y reconocimiento hacia la escritora homenajeada en la primera sesión de los Martes ... Literarios. Un homenaje «merecidísimo para alguien que aportó mucho con su obra a la literatura y a la sociedad», afirmó para comenzar el rector de la UIMP, Carlos Andradas.
Sobre el escenario, el escritor, poeta y viudo de Grandes, Luis García Montero, su editor en Tusquets, Juan Cerezo y el periodista Guillermo Balbona que miró cuarenta años atrás, al inicio de los Martes Literarios de la mano de Carlos Galán, precursor de estas citas que marcan el verano cultural. Citas con las que estuvo muy ligada Almudena Grandes desde mediados de los años 90. El periodista citó una jornada concreta, «un caso excepcional» que se celebró en el Hall Real, y que supuso «una experiencia increíble», por su cercanía humana y su especial conexión «escritor lector». Fue una lectora apasionada, coincidió García Montero, que decía que si le hubieran pagado por leer, no habría empezado a escribir nunca. «Desde muy joven se sintió comprometida con la ficción y el recuerdo de la vida a través de las palabras», indicó.
Tras el éxito radical de 'Las edades de Lulú', se planteó qué quería ser: ¿escritora o famosa? «Una pregunta que entonces era pertinente, pero ahora muchísimo más», en un universo plagado de influencers. La balanza se inclinó hacia lo natural y supuso el primer cambio en su itinerario. Escribió 'Te llamaré Viernes', quizá su novela más complicada, para «alejarse del éxito fácil», asumiendo un riesgo definitorio.
«Más que datos históricos, creo que es posible comunicar a la gente las escenas, creando personajes literarios muy importantes», dijo García Montero. Con el paso del tiempo, quizá esos personajes se apaguen y quede su fondo histórico, porque el mensaje cala en los lectores. «Conseguir efectos que te permiten vivir el dolor o el amor del otro formando parte de un nosotros, creando comunidad. Ese es el papel de la literatura y Almudena creaba comunidad», sentenció.
Humana, vehemente, idealista, leal con su familia, con sus amigos, que la recuerdan siendo el núcleo de la pandilla, cocinera que sabía el plato que prefería Joaquín Sabina o Ángeles Aguilera, reunía a los suyos en torno a los fogones y la mesa, entendida como un templo de celebración de la vida, una trinchera para la alegría cotidiana.
En su faceta profesional, Cerezo la dibujó como una mujer ordenada, cumplidora, casi estajanovista con los plazos. Durante una feria en Londres, le comunicó de que había, no una, sino seis nuevas novelas. «Había tomado una decisión y cuando se proponía algo, sabía que iba a conseguirlo». Cada libro planificado tenía ya título, subtítulo y año de publicación. «No dudamos, porque si había una autora que si tenía un plan, sabíamos que se haría realidad, era ella».
Desde sus primeras novelas, Grandes manifiesta el propósito de contar las cosas importantes, siempre desde el punto de vista de los más humildes. «Se sentía atraída por lo que le pasa a la gente normal». Por eso siempre hablaba de Galdós, «que era un grandísimo maestro de esto», dijo el editor. Una de las cosas que Cerezo aprendió con ella es que las novelas tienen una estructura que no necesita ser muy visible. «Decía que tienen ser que ser simétricas y armónicas en cómo se distribuye la historia». Un ritmo interno y un reparto de los pesos que el lector agradece «y que para ella era casi obsesivo».
Almudena evitó el enfrentamiento entre historiadores y novelistas. Apoyándose en los datos pero sin ocultar ni inventar injusticias. «La apuesta de la ficción va por un sitio que tiene poco que ver con la mentira; tiene que ver con la imaginación ética». Ella se documentaba mucho. No solo leyendo libros. «La familia hemos tenido que aguantar películas y películas sobre la posguerra española», bromeó García Montero. La literatura es, a su juicio un ajuste de cuentas de la realidad, buscar una interpretación humana de las cosas. Y en esa mirada hacia la realidad, «se involucró su voluntad literaria para ir marcando los caminos, viendo etapas cumplidas para no repetirse», siempre exigente. «Orgullosa, pero no soberbia», matizó.
En abril de 2020 empezó a tomar notas en sus cuadernos. Recogían posibles títulos de los que se quedó con 'Todo va a mejorar', la obra póstuma que lucía firme sobre la mesa del Paraninfo. Escribió la novela con algunos parones marcados por la enfermedad, pero «mantuvo el trabajo».
«La apuesta de la ficción va por un sitio que tiene poco que ver con la mentira y mucho con la imaginación ética»
«Se sentía atraída por lo que le pasa a la gente normal, por eso siempre tuvo como referencia a Pérez Galdós, que era un maestro de esto»
«Este es un merecidísimo homenaje para alguien que aportó mucho con su obra a la literatura y a la sociedad»
Con el golpe de la pandemia sintió la necesidad de, igual que utilizó el conocimiento del pasado para entender el presente, imaginar un futuro posible, con sus contradicciones, para ayudarnos a comprender «el invierno democrático, el autoritarismo, el descrédito de la política, la manipulación a través de las redes sociales». En sus giros se juntaban «su voluntad de indagar en la literatura y reflexionar sobre la historia».
García Montero encaró una labor «muy difícil» con la escritura de 'Un año y tres meses', dedicado a su mujer fallecida. Sin embargo, al contar la enfermedad, «reconocer que si algo duele mucho al perderlo es por la fortuna de haber tenido algo muy valioso», muchos lectores compartieron sus propios duelos y cómo con el libro encontraron una lógica al diálogo con el amor, con la vida, con la muerte, «al que estamos obligados los seres humanos». Más importante que cualquier cifra de ventas (va por la quinta edición), «es que una persona se acerque a contarte algo así», porque como decía Almudena, «el mayor premio de un escritor son sus lectores». Lectores que aplaudieron, con una emoción tangible, la lectura de uno de los poemas que el granadino escribió al perder al amor de su vida, en ese diálogo que no tiene final.
Pepa Bueno y Jesús Maraña recordaron la faceta periodística de la autora
Entre la sucesión de vorágines electorales, «pararse a pensar en Almudena Grandes» es una alegría para un periodista. Pensar en ella, además, como «una persona comprometida con España». Pepa Bueno, directora de El País inició así su intervención en la segunda sesión del seminario 'El corazón y el compromiso: Jornadas sobre Almudena Grandes y su obra' que durante toda la semana programa la UIMP.
Bueno estuvo acompañada por Jesús Maraña, también periodista y director de Infolibre, y autor, como destacó el coordinador de seminario, Juan Cerezo, de la mejor monografía publicada sobre la autora tras su muerte. Ambos fueron los responsables de dibujar el perfil de la escritora desde su vertiente periodística y sus colaboraciones en los medios.
Pepa Bueno le propuso a Grandes colaborar como «columnista sonora» en la radio, allá a comienzos de los 90. Un soporte que «se adaptaba a su manera de entender la comunicación». Lo hizo como una lectora «deslumbrada» por su obra desde su primer libro a cuyo regate la escritora respondió inmediatamente con un sí y «asumió la tarea con el entusiasmo y dedicación que tenía hacia cualquier compromiso». Un compromiso que se traslucía en su mirada siempre atenta, pero que tenía un regusto especial para Bueno en la columna con la que cada verano, Almudena se despedía de sus oyentes. «Esa mirada panorámica e incluyente, que no se olvidaba de la tarea que se auto impuso en la radio; ser un altavoz de los que no tienen espacio, hizo que cada vez que se emitía su columna, fuera un aldabonazo para quienes no tienen posibilidad de defender sus intereses».
Bueno leyó la primera columna que publicó Grandes en la contra de El País, en 2008, sustituyendo a Manuel Vázquez Montalbán y cuya vigencia sería extrapolable a la actualidad. «Da la medida de que era una observadora implacable de la realidad y da un poco de fatiga histórica, porque estamos siempre en las mismas batallas».
Para Jesús Maraña, el enunciado de este curso, que lleva la palabra compromiso, «está muy bien traído» porque una de las cosas que había que admirar era «su permanente entrega a causas justas». Lo hacía, destacó, con una vehemencia absoluta. Quien discutía con ella sabía que era «un ejercicio de riesgo, porque te vencía argumentalmente».
«Identificaba bien las señales» y creía que no había charco que no mereciera ser pisado, recordó Maraña. Había que dar la pelea, hablar claro y pasarlo bien con los amigos, porque «todo esto formaba parte de una sobremesa en tono festivo y de compromiso con la vida, sabiendo que estar juntos también era remar a favor de las causas; era el poder de la risa».
Irritada por la equidistancia, ella, que tenía una postura clara ante todas las cosas, tomada tras contrastar todas las opciones posibles, Grandes consideraba que el feminismo fue, por su transversalidad, la única revolución que triunfó. «Muere Almudena y muchos seguimos pensando qué escribiría ella», confesó Maraña.
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