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Hay un embrujo en La Magdalena, una especie de leyenda urbana, por la que cada vez que un autor anuncia en la Península santanderina que se retira, pasa justo lo contrario. El numeroso público que acudió este martes a los Martes Literarios, confió en ... que esa anécdota expuesta por el periodista Guillermo Balbona, se produzca de nuevo con el protagonista de la sesión, José María Guelbenzu (Madrid, 1944). Y es que decía el autor en una entrevista con este medio que ya no tiene más que contar. Editor, crítico y escritor, publicará en los próximos meses ese trabajo que se antoja una despedida. O no, si la magia actúa.
A pesar de considerar que a escribir no se puede enseñar, una de las lecciones que Guelbenzu siempre ha explicado a sus alumnos de escritura creativa es que «si hay dos cosas que no se confunden nunca son la vida y la literatura», pero la segunda necesita siempre de la primera. «Un lenguaje lo constituyen las palabras y otro, las experiencias, común a todos nosotros –señaló– Ese doble lenguaje nos permite contar historias».
Enseñar a leer sí que se puede, consideró. De todos sus alumnos, la mayor coincidencia entre ellos ha sido siempre encontrarse con gente que no iba a ser escritor, pero le agradecían que les hubiera enseñado a leer en profundidad. «Si consigues aprender a entrar en el fondo de las novelas, levantar las capas y llegar al corazón, eso es de una utilidad enorme para siempre». Máxime en tiempos donde prima lo audiovisual y «concentrarse en un libro no parece algo a lo que mucha gente esté dispuesta»
En su caso, decidió hacerse escritor «cuando descubrí que sabía mentir y colaba lo que decía». Invención sí, pero no impostura. Aunque tenga que esconder zonas de la historia para atrapar el lector, «no entra en juego la impostación de la narración».
En unos primeros momentos, la escritura es más florida, más abierta, más entusiasta y barroca, «sobre todo en España, donde el barroquismo gusta un horror». A medida que vas evolucionando, «te vas dando cuenta de que te diriges hacia una decantación donde la precisión narrativa y del lenguaje es fundamental».
La ambición ocupa su propio lugar. «Es un acto de soberbia satánica sin límites, creer que eres mejor que todos los demás, pero no es un pecado sino un acicate para llegar a alguna parte». Combinando sus dos facetas, el crítico Guelbenzu le dice al escritor Guelbenzu «que se esmere y lo haga lo mejor posible».
Unas de las herramientas clave para el madrileño es imaginar, «un vicio estupendo del que vivimos todos. El que no trabaje la imaginación es una persona que está perdida». Va de la mano de la pasión, sin la cual es imposible escribir. «¿Cómo vas a aguantar rellenar cuatrocientos folios en blanco?». Es la búsqueda del conocimiento lo que te empuja a hacerlo. En su caso, iba imaginando historias que encajaban con asuntos que le interesaban hasta que cogían cierta corporeidad. «Cuando tomaban ese cuerpo es cuando sabía que tenía que sentarme a escribir».
No sabe José María Guelbenzu qué es una buena historia, pero sí que debe tener el deseo «de atrapar a un lector». Encerrarse a escribir una novela requiere una dedicación tremenda. «Nunca ha sido, como dicen muchos, un sufrimiento en el que se me ha ido la vida». Reconoce, eso sí, que ya no se le ocurre contar algo que crea que le va a satisfacer lo suficiente como para meterse en ello. El horizonte es el que es, explicó; «¡A ver si voy a empezar algo y me muero en tres años!».
Lector de novela policiaca de entreguerra, aquella de los años 20 o 30, le gusta el juego en que el autor se dirige al público invitándole a convertirse en detective. «El juego requería que el conjunto humano fuese reducido», con cierto entorno costumbrista y familias que se mataban entre sí. La novela negra que crearía Dashiel Hammet en esa época, sacó el crimen y su investigación a la calle. «Una novela ruda, fuerte y maravillosa». Sobre lo que ellos marcaron solo hay repeticiones «con poca gracia». Ello «unido a que la novela negra se ha vuelto muy sangrienta, llena de psicópatas», le parece «una broma» en comparación con la construcción de un modelo clásico. Ahora «se ha vuelto demasiado facilona».
Abordando otra de sus facetas, Guelbenzu afirmó que «Un crítico es capaz de crear un sistema interpretativo de la literatura», pero «en este país no se ejerce la crítica; quienes lo hacemos somos reseñistas o comentaristas».
Como editor, por otra parte, uno termina leyendo gran cantidad de libros y debe hablar con sus autores, lo que obliga a desarrollar ese criterio que permite opinar. Ser a la vez autor genera una relación «esquizofrénica y exigente». Los verdaderos buenos escritores «son gente inteligente y muy sensible». Muchos con mala fama, como Juan Benet, el que para él es «el mejor escritor del siglo XX, que perdurará», y al que muchos no han sido capaces de entender.
En la que dice será su última novela, la historia de un misántropo con referencias geográficas inspiradas en Cantabria, con un tipo de escritura «muy exigente, más cerca del estilo noble que de la experimentación del lenguaje», no aparece ninguno de sus personajes previos. Y hasta ahí llegaron las pistas, para alguien que afirma escribir para ordenar su experiencia. El resto de la trama, próximamente.
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