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A un lado del aula se sitúa Juan Meseguer. En el otro extremo toma posición Eva Rufo. Miran sus textos, apoyados en sendos atriles, luego ... miran al frente y con voces poderosas y gesto contenido se adentran en el recital. Durante más de media hora, repasan textos líricos y dramáticos vinculados a La Barraca, la compañía teatral creada por un grupo de universitarios en 1931, y cuyos primeros directores fueron Eduardo Ugarte y Federico García Lorca. De hecho, Meseguer y Rufo terminan el acto con versos de 'Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías', del poeta granadino: «Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,/ un andaluz tan claro, tan rico de aventura./ Yo canto su elegancia con palabras que gimen/ y recuerdo una brisa triste por los olivos».
Lorca escribió esta obra en Santander, donde recaló con La Barraca para representar a los clásicos en los veranos de 1933 a 1935. Ochenta y nueve años después de aquella primera estancia, y coincidiendo con el 90 aniversario de la UIMP, a la compañía se le ha dedicado en La Magdalena un curso de tres jornadas titulado 'La Barraca en Santander: teatro, cultura y universidad'. El aplaudido recital que acaban de protagonizar los actores Eva Rufo y Juan Meseguer es parte de la programación académica y es, sobre todo, una manera íntima y emocionante de asomarse a un universo barraquiano que sigue vivo.
¿Qué significó la compañía en el proyecto cultural de la República? ¿Cómo y por qué nació? ¿Qué llevó a Lorca a echarse a la carretera con un grupo de actores amateurs? «La Barraca es un proyecto que surge de la base», dice Javier Huerta Calvo, catedrático de Literatura de la Complutense, fundador del Instituto del Teatro de Madrid y director del curso. Esa base la componían estudiantes de la Universidad de Madrid, en su mayoría de Filosofía y de Arquitectura, quienes, inspirados por una conferencia dictada en 1930 por Pedro Salinas, acordaron constituirse al año siguiente en una compañía ambulante y popular. Nacía así, con idea de llevar el teatro a pueblos y aldeas de toda España, uno de los hitos culturales de la IIRepública.
Javier Huerta
Catedrático de Literatura de la UCM
Alfonso Guerra
Exvicepreidente del Gobierno
Al principio dominaban en el grupo «ideas muy peregrinas» sobre los conceptos que debían sustanciar La Barraca, dice Huerta. Sin embargo, a su llegada, García Lorca imprimió al proyecto una mirada personal y transgresora. «Porque él piensa que los clásicos han estado mal interpretados», señala Huerta. El propio Lorca resume bien ese sentir en el discurso que dirige a los habitantes de Almazán en 1932, justo al iniciar su primera gira estival: allí se pregunta que cómo «teniendo los españoles el teatro más rico y hondo de toda Europa, esté para todos oculto». Huerta apoya la idea: «Había títulos que no se montaban desde el siglo XVII, por ejemplo, 'El caballero de Olmedo'. Y 'Fuenteovejuna' era una obra desconocida... Lorca es un enamorado de los clásicos y piensa que tienen que ser ellos –los 'esnobs', los 'istas'– quienes los rescaten de manos de los eruditos. Es una idea muy bonita».
Con su arrolladora personalidad artística, García Lorca da forma a La Barraca. Y a la recuperación de los clásicos suma una renovación plástica y musical. Porque a diferencia del otro teatro que subvenciona la República, el Teatro del Pueblo que dirige el dramaturgo Alejandro Casona –integrado este en las misiones pedagógicas–, La Barraca de Lorca despliega un planteamiento «más elitista». El poeta busca nuevas formas de representación. Se sirve, por un lado, de intérpretes que «no están contaminados por esa escuela declamatoria tan enfática y solemne», y, por otro, acude a pintores «jóvenes y emergentes», como Benjamín Palencia, José Caballero, Santiago Ontañón, Ramón Gaya, Alfonso Ponce de León..., «y a cada uno le encomienda una escenografía. Son todas maravillosas», dice Huerta. El teatro, piensa Lorca, va un poco más allá de la palabra. «Él introduce la plástica, la música, se va al espectáculo total. Fue decisivo para la nueva manera de ver los clásicos».
La Barraca actuará fundamentalmente en verano. Los intérpretes son estudiantes con obligaciones académicas, así que ensayan durante el curso y, más allá de obras puntuales, dedican el largo verano, de junio a septiembre, a girar por España a bordo de un par de furgonetas cargadas con escenarios portátiles; todos vestidos con los característicos monos azules de la compañía. Actuaron en casi todas las regiones del país, sobre todo, en Santander.
«Era aquí donde siempre tenían su mayor éxito», dice Huerta. ¿Por qué?En la entonces recién fundada Universidad de Verano de Santander se encontraban con «un público muy entendido y selecto de estudiantes y profesores. En Santander es donde La Barraca alcanzó su mayor proyección, incluso, internacional», un alcance que tiene que ver con la presencia de alumnos e hispanistas alemanes, italianos, estadounidenses o franceses.
La primera actuación en la ciudad data del verano de 1933. En esa visita «hicieron una especie de muestra completa de las representaciones del año anterior y de las que ese año tenían en el programa. Fue un éxito grande», revela Huerta. El grupo volvió en 1934 y en 1935, y aquí «acabaron con la ultima obra que le dio tiempo a montar a García Lorca –antes del golpe de estado, la búsqueda de refugio en su Granada natal y su posterior asesinato–: 'El caballero de Olmedo', de Lope de Vega». Las primeras fueron el auto sacramental 'La vida es sueño', de Calderón, y los 'Entremeses', de Cervantes.
¿Cómo se forjó ese idilio con la ciudad? Huerta apunta a que el papel de Pedro Salinas, primer secretario general de la UIMP e inspirador de aquellos estudiantes que montaron la compañía, motivó esa relación tan estrecha. Salinas era «el 'alma mater'» de la Universidad, y Huerta entiende que actuó como valedor de la unión de los dos proyectos estrella de la República: la UIMP y La Barraca, que «no podían vivir de espaldas».
De hecho, será en la ciudad donde el grupo represente todo su repertorio. Muy vinculado a La Magdalena, también hará incursiones en otros puntos de la capital, como el Barrio Pesquero o Puertochico, explica Huerta, donde representa la popular 'Fuenteovejuna'. Y viaja también a Ampuero, donde pone en escena varios entremeses cervantinos. En Tudanca, Lorca entrega a José María de Cossío un certificado, firmado por todos los miembros de la compañía, que lo acredita como 'Barraquito de honor'. El documento se conserva aún en la Casona.
En el curso dirigido por Huerta y Julio Vélez, actual responsable del Instituto del Teatro de Madrid, se ha analizado además el contexto histórico en el que se desenvolvió La Barraca. Y la República fue, en esencia, un proyecto cultural, aseguró el exvicepresidente Alfonso Guerra en su ponencia. «Existe un aspecto que ha resistido los juicios de la historia de forma incontestable: la política cultural emprendida por algunos de sus gobiernos», aseguró.
Guerra también dijo que La Barraca cambió el rumbo del teatro español. Como poco, Huerta cree que hubo un «nexo total» entre la compañía y el teatro posterior a la guerra. Más allá del hondo tajo sociocultural que infligieron el conflicto y la dictadura, «el teatro siguió, y siguió con el primer actor de La Barraca: Modesto Higueras», nombrado director del TEU (Teatro Español Universitario), continúa Huerta. Higueras montó de nuevo a los clásicos –y «añadió autores modernos»– inspirado por el método y las ideas de Lorca, con quien había trabajado apenas unos años antes.
«Del TEU surge todo el teatro español», sigue Huerta. Actores como María Jesús Valdés, José Luis López Vázquez, Paco Valladares o Alfredo Landa, directores como José Tamayo, Juan Antonio Hormigón o José Sanchis Sinisterra... todos salen del TEU, que «es un poco La Barraca, pero en otro tiempo». De hecho, Juan Meseguer, que esta mañana de agosto ha interpretado un buen puñado de textos líricos y dramáticos ante los alumnos del curso, fue miembro del TEU de Murcia.
«La Barraca es un proyecto que todavía está vivo», dice Huerta, y destaca aquí al papel que juega el Instituto del Teatro de Madrid. Las obras representadas la pasada semana en la UIMP –'Cielo Calderón. La vida es sueño según Lorca', en el Paraninfo de Las Llamas, entre ellas–, también dan cuenta de la vitalidad del proyecto.
Huerta está dispuesto a volver el verano que viene a Santander para celebrar, con otro curso, el 90 aniversario de la primera representación de La Barraca en la ciudad. En el encuentro de este año, Meseguer y Rufo cierran el recital de clausura con el 'Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías', unos versos que bien podrían valer para describir al propio García Lorca. «Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,/ un andaluz tan claro, tan rico de aventura».
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