![Matos: «Aportar respuestas a la historia a través de la excavación nos apasiona»](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2023/08/08/martes-U1901065947705KrB-U200964680138ewF-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
![Matos: «Aportar respuestas a la historia a través de la excavación nos apasiona»](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2023/08/08/martes-U1901065947705KrB-U200964680138ewF-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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«En esta tierra de Menéndez Pelayo, donde no utilizamos de forma barata el término sabio, él lo es», dijo el poeta Regino Mateo para presentar a Eduardo Matos Moctezuma en la sesión de los Martes Literarios. «¿Quien soy yo para contradecirle?», respondió con humor ... el arqueólogo, investigador y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022, que a sus 82 años derrocha lucidez y energía pivotando en torno a las cuestiones de estudio a las que ha dedicado su vida. El Templo Mayor, su principal proyecto, la muerte en el México Prehispánico y la historia de la arqueología son los tres temas preferentes de Matos.
Máscaras, vasijas, animales… En el mundo de la muerte, tan ligado al de los vivos en la cultura azteca, las ofrendas tenían un sentido y significado que implicaba mensajes en su contenido y su colocación. «Lo que más nos sorprendió es ese bestiario imponente; la cantidad y variedad de animales que encontramos». Lobos, tortugas, felinos, dientes de tiburón o peces incluso, a pesar de estar a más de 400 kilómetros de la costa, para acompañar a los difuntos. A estos encuentros dedicó Matos Moctezuma su último libro, centrado en el Templo Mayor de Tenochtitlán, el proyecto al que lleva dedicados más de cuarenta años, uniendo esos tres temas preferentes.
El Templo Mayor «era el centro del universo, el edificio de mayor sacralidad». Ahí, en la madrugada del 21 de febrero de 1978, un grupo de obreros, «pegaron» con una piedra que les impidió continuar. En lugar de romperla, detuvieron su trabajo al ver que tenía grabados en su parte superior. Avisaron a la Escuela Nacional de Antropología, que envió a dos profesionales a estudiar el hallazgo. «La Ley permite que el trabajo se detenga y la arqueología tiene primacía», explicó Matos. Un mes después, él mismo comenzó a trabajar en el proyecto y en esas sigue aún a día de hoy, convertido en referente internacional de la materia.
Desde el público mayoritario al especializado, el mexicano destaca constantemente la importancia de publicar, de dar a conocer lo que se va descubriendo a través de todos los medios posibles. El Templo Mayor, al lado de la Catedral metropolitana y del Palacio Nacional, está en el centro de la ciudad y también del interés de buena parte de la sociedad. «Siempre tuvo una relevancia enorme». Excavar en un medio urbano no es fácil, pero la difusión se ha logrado «a grado tal que el museo ha sido visitado por más de veinte millones de personas». Más de 1.300 trabajos entre tesis, guías, catálogos y libros, se han publicado en torno al enclave, todo ello con un necesario apoyo tanto gubernamental como privado.
Según expuso el especialista, que ilustró su charla con imágenes y palabras en lengua nahuatl, propia de los aztecas y que pervive hoy en día, hay una fuerte raigambre en relación al mundo prehispánico en la sociedad mexicana. «La gente se identifica mucho». Así, cuando se abrió el museo adyacente a las excavaciones, su lugar de trabajo diario entre mitología y pistas del pasado, Matos caminaba por el entorno para ver el impacto que tenía en los ciudadanos. Encontró una familia parada frente a la figura del Guerrero Águila. El padre contaba a sus hijos con entusiasmo que había visto el momento en que apareció la escultura. Una visión que tan solo pudo llegarle a través de los medios, pero que celebraba como si lo hubiera presenciado en persona. «Me dio mucho gusto». «Hay un orgullo muy fuerte de las etnias indígenas».
Lejos de las imágenes de aventura cinematográfica, «cuando estamos excavando es como un quirófano». Del trabajo, al resultado. «A los arqueólogos en general, nos apasiona ver que nuestras hipótesis se puedan confirmar con el trabajo de campo», señaló. Todas las excavaciones hechas en el centro de la capital mexicana han aportado cosas «y eso te llena y te satisface porque se están dando respuestas a la historia a través de la excavación». Pero la arqueología es a día de hoy una multidisciplina, con diversos especialistas. Biólogos que analizan muestras de polen, geólogos que identifican el tipo de roca, estadísticos… «Hay que apoyarse en toda una gama de especialistas que amplían el conocimiento».
Con presencia de Reinosa o Nuevo Laredo en el país azteca, «México y España están unidos por lazos indisolubles. Nuestra historia se une en 1521 para dar algo nuevo». No sin dolor y lucha, desde hace 500 años «marchamos paralelamente». Pero «hay que agrandar más esa relación para conocernos más a fondo».
Los méxicas consideraban que había cuatro esencias en el corazón que trasladaban al difunto al otro mundo. «A diferencia del catolicismo que entra en el siglo XVI y plantea que al morir predomina un aspecto moral que si pecaste te lleva al infierno y si no al cielo, en el mundo prehispánico la manera en que se moría determinaba a dónde ibas a ir». Los guerreros que fallecían en el desarrollo de sus labores combativas eran privilegiados. También quienes eran sacrificados para los dioses, que irían a parar al Tonatiuhichán. Las mujeres que morían en su primer parto, considerado un combate, eran vistas también como guerreras, fallecidas en el trance de la lucha. Todos ellos moraban en ese espacio siempre soleado de donde regresarían convertidos en aves o mariposas. Los que morían en alguna situación relacionada con el agua, iban con el dios de la lluvia Tlaloc, que habitaba un paraíso verde y tropical. Quienes morían de cualquier otra manera, accidental o natural, iban al Mictlán, 'el lugar de los muertos'. El cuarto lugar era para los bebés, el Chichihuacuauhco, donde un árbol nodriza de cuyas hojas manaba leche, les alimentaba hasta que los dioses dispusieran que volvieran a nacer. Los niños pequeños iban a los jardines del Cincalco para permanecer jugando.
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