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En la obra de Gustavo Martín Garzo, «quedan entrelazados literatura y cine. Algo que forma parte del su ADN aún más cinéfilo que lector cuando ... era adolescente», indicó Guillermo Balbona, periodista de El Diario Montañés, en la sesión de los Martes Literarios de la UIMP que este martes tuvo como protagonista al escritor vallisoletano. «Siempre he dicho que si soy novelista es porque soy un cineasta frustrado», reconoció. Nunca soñó con ser escritor, simplemente se encontró haciéndolo y publicó su primera novela tardía con 38 años. Ahora. dice que no sabría que hacer sin escribir y se ha convertido en un escritor prolífico. «Por eso pido perdón a mis lectores por tantos libros», bromeó. Quizá por ese peso cinéfilo, el autor dijo no sentirse molesto con los spoiler de las películas, deseoso de conocer otros puntos de vista sobre su propia valoración e invitó a los asistentes a adentrarse en su última novela, 'El último atardecer' con algunas pinceladas propias.
«Quiero que os imaginéis una escena», dijo abriendo el juego. En esa escena, una chica de 14 años ha ido a ver una película con su padre. Se queda absolutamente trastornada por lo que ve. Un film que habla «de ese amor que nos arrastra no se sabe hacia dónde y al que no podemos resistirnos». La protagonista del libro ha elegido ser médico de familia porque su padre lo era. La relación entre ambos es fundamental en la novela. La novela es una carta al padre, una especie de diario en el que habla con su padre muerto. «Como novelista –explicó Martín Garzo– cuando te enfrentas a una historia tienes que tener un punto de arranque, una historia que contar aunque no la conozcas por completo». En su caso, se va enterando según la va escribiendo. Así, consideró, «El escritor es el lector de un libro que todavía no existe». De hecho, 'El último atardecer' toma su título de un western «que vino a mí, no es que yo fuera a buscarlo, y lo incorporé».
Martín Garzo no se planteó hacer una novela en la que lo cinematográfico tuviera un papel especial, pero sí se dio cuenta de que citaba películas a lo largo del proceso de escritura. Formaron parte de la vida de la protagonista, igual que de la suya propia. «Yo no sé cómo habría sido mi vida sin el cine; –dijo– le ha dado color y aventuras». Las salas de cine propiciaban entrar en el mundo del ensueño en el que escritor y personaje han habitado.
En el fondo, simplificó, el libro trata de responder a esa pregunta de qué es la experiencia amorosa. Por qué nos obsesiona como lo hace, hasta el punto de que la vida sin esa búsqueda no tendría sentido. De hecho, se cuentan muchas historias de amor paralelas. «Nunca hacemos más el tonto ni aspiramos a más imposibles que cuando estamos enamorados. siempre aspiramos a transformar nuestra vida en una ficción».
Todo autor, en algún momento ha tenido que asustarse respecto a lo que está escribiendo, avanzó. A él le ha pasado muchas veces. Preguntarse si debía plasmar la duda o no. «En esos casos siempre elijo seguir adelante: hay una auto censura que no debería existir, porque el mundo de la creación es el de la libertad». Así, «la literatura debe tener el poder de trastornar al lector, no darle la razón». Debe hacerle pensar que las razones que tiene no son suficientes para entender el mundo. No es escandalizar, sino que cuando hay una obra de arte verdadera, siembra la inquietud «porque cuestiona nuestras ideas acerca de la realidad y amplía el mundo. Lo hace más rico, más diverso», afirmó. Cada obra que merece la pena abre la puerta a un mundo diferente. Por eso, «un libro de verdad deberíamos abrirlo con miedo, porque no sabemos lo que nos puede pasar al leerlo».
Criado con cinco hermanos, en un mundo de varones, su madre era un ser muy poderoso «que me marcó profundamente», confesó, y siguió reconociendo que cuando leyó 'En busca del tiempo perdido', de Proust, donde el protagonista niño esperaba la llegada de su madre para darle el último beso del día, era algo que él mismo hacía, intentando no dormirse hasta que ella llegaba, porque sin ese beso «no estaba en paz para afrontar ese viaje a los sueños». Cree que su afición al cine procede de ese pequeño momento. «El cine es el arte capaz de contarnos lo que es el rostro humano mejor que cualquier otro arte». Tal vez en todos los personajes femeninos de su obra hay una pregunta: «¿Quién era mi madre de verdad?», reflexionó. Y es la que se hace ante cualquier protagonista con la aspiración de explicar qué hay en ellas. «Vivimos esperando que lo maravilloso irrumpa en nuestras vidas, quedarnos perplejos sin saber qué pasa». «Contar una historia es querer transformar en un niño a la persona que te está escuchando y si no lo consigues, es que no está funcionando».
El verso que abre 'El último atardecer' habla de la noche como un lugar bienvenido, donde encontrar la felicidad, pero también peligroso, «porque no sabemos lo que puede suceder». El amor también se convierte en lugar de incertidumbre «donde abrirnos a lo que desconocemos». Un poeta también vallisoletano, Francisco Pino, dijo: «El que me conoce no me ama». «Y es verdad», afirmó Martín Garzo. Tras la primera chispa, «no sabemos qué está pasando» y la primera pregunta es «¿quién eres tú que tienes ese poder sobre mí y todo lo pones patas arriba?». La experiencia amorosa es una experiencia de riesgo porque supone conocer el mundo y lo que de verdad somos. De ahí su esencialidad que «alimenta todo el mundo del arte» a través de esa pregunta. El amor se enfrenta a lo inefable y lo humano al mundo del lenguaje. No siempre hemos vivido en este mundo, «no siempre hemos sido lenguaje». El ser humano tarda mucho tiempo en aprender a hablar. Cuando sentimos pasión por alguien, cuando soñamos, cuando anhelamos, «volvemos al mundo del silencio», en el que nos enfrentamos a sensaciones que no se pueden explicar. «Los poetas, los niños y los que se aman consiguen recuperar la lengua perdida que nos permite hablar con las cosas», sentenció.
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