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Maximiliano Bello (Santiago de Chile, 1974) es experto en política pública oceánica. Eso significa que el mar, que cubre el 70% de la superficie del planeta, es su campo de acción y de denuncia. A Bello los medios lo llaman el 'guardián del océano' porque aprovecha cada ocasión, cada entrevista para subrayar algo que, aunque resulte evidente, no siempre tiene reflejo en las agendas de los estados: «La vida en el planeta existe gracias al océano y a la vida que existe en el océano», remarca en La Magdalena, donde la semana pasada fue una de las voces más destacadas del curso 'Desafíos y oportunidades de la economía azul', organizado por la UIMP y la Asociación Plaza Porticada. Sin embargo, esa naturaleza no ha puesto al océano en el centro de las discusiones y de las políticas climáticas. «El océano es el mayor generador de oxígeno, el mayor capturador de carbono..., pero ha pasado como un segundo plano y creo que muchos hemos querido volver a ponerlo en la mesa, como una prioridad de discusión. Por eso hago política pública del océano», continúa Bello en un receso.
Y por eso su definición de 'economía azul' es más amplia que las que acuñan las grandes corporaciones o países como Noruega, con una visión «más extractivista respecto de lo que produce [el océano] en términos monetarios o de PIB». La definición de Bello, también asesor ejecutivo de la organizaciones Mission Blue o de Island Conservation, pone en el centro «las actividades que protegen al océano». En definitiva, él propone un nuevo paradigma en el que la protección sea «parte integral» de cualquier estrategia socioeconómica, y lo argumenta con una razón de peso: «Porque el modelo extractivista es el que nos ha llevado finalmente a la crisis en la cual estamos».
Si Bello es partidario de ensanchar la definición de la economía azul y de que esta no quede únicamente en manos de las multinacionales o de las grandes instituciones, al mismo tiempo rechaza que esa ductilidad ayude a lavar su imagen pública. «Siempre hay que estar cuestionándose cómo hacemos las cosas y es importante definir que esa economía no sea solamente un 'rebranding', un 'remarketing' de las actividades; que no sea una continuidad del status quo, de cómo hemos venido tratando al océano», advierte.
Parece que este experto no se casa con nada ni con nadie a excepción del mar, en el que se sumerge cada vez que tiene ocasión, también en el Cantábrico. Santiaguino, de pequeño el océano representaba para él una incógnita, un «misterio», pero, una vez se zambulló, quedó «enamorado» de la belleza del ambiente marino. Ahora habla con entusiasmo de las especies que habitan el océano y de que solo en sus profundidades, en aquellas zonas donde ya no penetra la luz solar, hay más de las que se cuentan sobre la tierra. También señala con horror la pérdida de ecosistemas marinos, arrecifes de coral arrasados cuya desaparición ha podido constatar en sus viajes por el mundo. «La humanidad tiene que darse cuenta de la importancia del océano. Y para eso tenemos que entender que, de alguna forma, también somos océano».
En la comparecencia pública que protagonizó la pasada semana en la UIMP junto con representantes de clústeres, fundaciones y otras modalidades asociativas, Bello se centró en la «triple crisis» que soporta el océano: la pérdida de biodiversidad, los efectos del cambio climático y la contaminación por plástico, por herbicidas y demás. Por eso, la acuicultura, los molinos marinos, la innovación biotecnológica, todo lo que orbite en torno a la llamada economía azul debe responder «a las necesidades de las crisis en las que nos encontramos hoy día», y, por tanto, debe «también responder a la protección y al cuidado de los elementos que existen en el océano». Y eso atañe al niño y al adulto, a la pyme y a la gran corporación, al ciudadano y a su gobierno: «El cuidado en que las actividades que desarrollamos impacten menos en el océano, de eso nos podemos hacer cargo todos».
¿Y cómo se comporta España en relación a la protección del océano? España, un país con cerca de 8.000 kilómetros de costa, potentes industrias pesquera y turística, y una profunda relación con el mar. Pues parece que necesita mejorar. «España, probablemente, tiene una de las huellas ecológicas y ambientales, digamos oceánicas, más grandes del planeta», anuncia Bello, y razón de peso en ello son sus extracciones pesqueras. «En este momento, mientras conversamos, está operando en el Pacífico Sur, alrededor de la Antártica, está operando en prácticamente en toda África, en el Índico. Está operando también en Europa. Está operando en todo el mundo». Por eso, anima a España a ampliar sus áreas marítimas protegidas y a proteger verdaderamente las ya delimitadas, porque en la mayoría se sigue pescando.
Para que este tipo de decisiones las impulsan los gobiernos y las asuma la ciudadanía, o viceversa, Bello defiende un cambio de mentalidad y de creencias. Un cambio que se traduce en asuntos macro y micro: desde cuestionar las prácticas pesqueras abusivas a empezar a pensar en el salmón como en un artículo de lujo. Si según la FAO, el 30% de las pesquerías están «colapsadas» y un 60% está «en sobreexplotación», lo ideal es «repensar nuestros gustos y nuestras acciones», tercia Bello, y con ello se refiere a repensar ese modelo pesquero industrial, «que tiene muy poco contacto, incluso, con el mar», que está «altamente» subsidiado y que de hecho puede llegar a empobrecer a las pequeñas comunidades de pescadores.
Repensar, por ejemplo, también significa no entender la acuicultura como algo inocuo. Bello habla en positivo de esta técnica en el caso de algunas algas o de peces forrajeros, pero advierte de que criar salmones «tiene una huella ecológica gigantesca». Ejemplo de ello es que Noruega tiene que irse a pescar kril a la Antártida para alimentar al salmón. «La mayor parte del planeta está consumiendo un artículo de lujo que no es necesario. Tenemos que repensar de nuevo nuestras necesidades».
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