Manuel Vicent
El autor de 'Tranvía a la Malvarrosa' protagoniza un curso en el que se analiza su carrera literaria y periodística y la segunda sesión de los Martes Literarios
Manuel Vicent (Villavieja, 1936) recuerda que la primera vez que pisó la Universidad Menéndez Pelayo (UIMP), a principios de los años setenta, se encontró con un lugar de libertad en el que se respiraba un «aire fresco» necesario en un tiempo de dictadura. Esta semana regresa a La Magdalena para protagonizar un curso en el que se analizará su trayectoria y que lleva por título: 'Manuel Vicent: literatura y periodismo con los cinco sentidos'. También será el protagonista de la segunda sesión de los Martes Literarios. Llega a Santander en un tiempo «de sueños rotos» en el que impera más que nunca «contar la verdad y no agachar la cabeza». Además tiene en proyecto una nueva novela, «un testimonio literario».
–Han pasado más de seis décadas desde sus primeras columnas y sus primeros libros. ¿Cómo ha cambiado su forma de escribir y de mirar la realidad en este tiempo?
–Sigo buscando la sencillez. Las cosas cuando más desnudas están, más se ven. Al principio, cuando uno escribe, lo quiere decir todo en la primera línea o en las primeras frases. Y creo que el gran ejercicio de conquista estética es darte cuenta de que las palabras desnudas, las cosas explicadas con sencillez, llegan mejor al lector. Si enturbias la superficie con excesivas metáforas o imágenes, esa turbiedad es como el fango de un estanque que no deja ver el fondo. Pero eso, que yo creo que es una conquista estética, se logra con el paso del tiempo.
–Su literatura y su periodismo comparten algo esencial que es el estilo. ¿Dónde traza la frontera entre contar y narrar?
–Un escritor es alguien que ve la vida a través de las palabras escritas y se puede ser un gran escritor sin ser un gran narrador. El narrador es alguien que es capaz de crear un personaje, de darle vida y, sobre todo, si tiene un gran talento, puede inventar un personaje categórico, redondo. Sin embargo, ese mismo autor, puede ser un mal escritor. Baroja no era un gran escritor, por ejemplo. Es más creo que hoy en día hubiera suspendido la PAU. Pero, sin embargo, era un grandísimo narrador.
–¿Qué claves hay que seguir en el oficio de contar historias?
–Ahora el escritor es el que ve la vida a través de las palabras. Yo, por ejemplo, no veo la vida más que a través del artículo. Estoy tan acostumbrado a escribir artículos que según salgo de casa tengo ya mis ojos preparados para ver un artículo detrás de cualquier acontecimiento. La vida para mí se reduce a algo que sirve para ser escrito en un artículo. Por eso, y volviendo a lo que me preguntaba antes sobre el estilo, creo que el estilo es una huella digital. Es cuando logramos que el lector sepa quién es el autor sin necesidad de mirar la firma y eso tiene una ventaja y un inconveniente.
–¿Cuáles?
–La ventaja está en que tu huella digital eres tú. Ahí está tu personalidad, la que el lector o la lectora busca. Sin embargo, tiene también un gran inconveniente porque el estilo no deja de ser una forma de ver el mundo con tus palabras y eso te hace tan reconocible que puede suceder que el lector o la lectora te abandone porque ya sabe lo que vas a decir.
– ¿Dónde se ha sentido más libre escribiendo, en la ficción o en las columnas de opinión?
–Acabo de publicar un volumen, 'Retablo ibérico' que engloba tres novelas: 'Aguirre, el magnífico', sobre Jesús Aguirre; 'El azar de la mujer rubia', inspirado en Carmen Rivera, y 'Desfile de ciervos' sobre el rey emérito. Y todos los protagonistas son personajes reales. Pero a la vez son personajes de ficción. Encontrar un personaje en la vida imaginaria, que sea como el duque de Alba, como Jesús Aguirre, es muy difícil. Sin embargo, si ese personaje existe y tú como autor lo sometes a una atmósfera y lo envuelves en su personalidad, estás creando uno nuevo a partir del real. Y lo mismo sucede con Carmen de Rivera. Para mí, como escritor, es lo más cómodo. Encontrarme con un personaje real que sintetice un tiempo, una época, una forma de ser o una historia de España y reducirlo a literatura.
–¿Qué libro suyo siente hoy en día más cercano o vigente?
–Este último, que engloba tres historias de España, tal vez lo sea desde el punto de vista literario pues permite entender todo lo que ha pasado en el siglo XX, desde la guerra civil hasta nuestros días, bajo la envoltura literaria. Sin embargo, personalmente, tengo en gran estima, porque lo escribí de una forma muy sincera, muy veraz y muy necesaria, mi primer libro, 'Contra Paraíso' porque a través de unas sensaciones primarias, íntimas y personales, transmití y compartí una experiencia con mucha gente. Y no me refiero a mis batallitas personales, sino a unas emociones, unas sensaciones y unos sentidos corporales que no solo me pertenecen a mí, sino a muchísima gente de mi generación.
–Vivimos un momento de crispación política y desconfianza hacia los medios. ¿Qué papel cree que puede o debe jugar la escritura en estos tiempos?
–Este tiempo es el tiempo del periodista, de contar la verdad, contrastada, y sin agachar la cabeza. Hay que contarle a la gente lo que está sucediendo, con claridad. Se trata de ser honesto y decente. Estamos viviendo un momento terrible, un momento de los sueños rotos de la izquierda o del Partido Socialista y de cosas que aún no se saben. En cada telediario puede saltar una bomba. Puede iniciarse la historia. No hay ninguna novela, ni histórica, ni ficción o no ficción que sea más potente que un telediario. En este momento contemplamos dos guerras vivas; un caso de corrupción que es casi fantasioso hasta para la literatura... Es imposible que hoy en día un periodista no se sienta excitado por la realidad y por la actualidad. Lo que sucede es que este es un tiempo para gente decente.
–¿Cree que la cultura sigue teniendo poder real para transformar la sociedad o simplemente ya sirve solo para consolarnos?
–Si hablamos de cultura desde el punto de vista humanista creo que está de baja. Pero la cultura también es la ciencia que se hace en los laboratorios. Creo que hoy, la poesía, la mística, la teología... se hace en los laboratorios. ¿Dónde están los filósofos? ¿Dónde están los teólogos? ¿Dónde están los grandes humanistas? ¿Dónde están los poetas? Están en los laboratorios de la física cuántica, donde se nos demuestra que las cosas son y no son y que fueron creadas y no fueron creadas. Esa es la cultura de hoy. Estamos ante lo que antes llamábamos el Apocalipsis que ahora se podría decir es un terror científico.
–Se dice que los jóvenes ya no leen como antes. ¿Usted es pesimista al respecto o cree que cada generación debe de encontrar su propio modo de contar y de escuchar?
–A lo mejor los jóvenes ya no leen tanto como antes, no lo sé la verdad, pero sí que tienen una cantidad de estímulos enormes a su alrededor. Una cosa es leer con las páginas de un libro y otra cosa es leer la vida o los estímulos que da la vida. Parece que se compran más libros, yo no sé si se lee más o qué pero los jóvenes tienen toda una serie de estímulos a su alcance y para abastecer su cerebro. Lo que pasa es que el cerebro deja entrar mucha basura.
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