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«Vengo como cuando iba a misa de doce en Palencia. Endomingado, para parecer ligeramente mejor», afirmó, y tirando de esa guasa que según explicó « ... es propia de mi familia», Álvaro Pombo protagonizó ayer una nueva sesión de los Martes Literarios de la UIMP en la que aprovechó para hablar de su última novela 'Santander, 1936', de su familia, protagonista de esta historia ambientada en los años de la preguerra civil y, sobre todo, del oficio de la escritura. «He llegado a los 84 años, medio cojo y cada vez más sordo, pero de buen humor. Lo estoy pasando muy bien», afirmó el autor de 'La cuadratura del círculo'.
Acompañado por el poeta Regino Mateo, presentador y conductor de esta tribuna que patrocina El Diario Montañés, y del escritor e historiador Mario Crespo, Pombo hizo gala de ese buen humor, ante un público que llenó el Paraninfo de La Magdalena para escucharle. «Para un escritor es difícil presentar novelas, algo que no pasa con la poesía que es más fácil porque siempre hay alguien que te las recita y si eres cantautor puedes entonar algo, pero yo no puedo leer este libro ni cantarlo», indicó. Por eso se ayudó de Mario Crespo quien hizo un recorrido por esta historia basada en las vivencias de Cayo y Álvaro Pombo (Alvarito), abuelo y tío del autor que recoge 'Santander, 1936'.
Lo que el protagonista de la velada quiso dejar claro es que un escritor de novelas «no puede prescindir de la realidad porque si no se queda en nada» y en este juego entre la realidad y la escritura, según insistió, «escribir tiene un aspecto de invocación de la realidad. Escribimos para que esta no se nos deshaga y porque nos vemos deformados en los espejos de nuestra propia conciencia», afirmó.
En ese sentido reconoció que «el escritor está solo y ve cosas que no son verdad y por eso para nosotros escribir es la salvación. Es una invocación y como decía Kafka: es rezar. La novela también es como una mala mujer, que se te despega una vez que la has escrito y va por su cuenta. No sé si son mejores o peores que nosotros y por eso una vez que están publicadas acostumbro a pedir a mis amigos que me las cuenten».
Álvaro Pombo reconoció que en sus últimos libros «me salvo de la subjetividad de mí mismo a través de una objetividad histórica porque no me gusta el yo, que me resulta algo pringoso porque se interpone entre uno mismo y los proyectos». Por eso, en esa huida de ese yo pringoso, hay una parte de reconstrucción de su propia historia familiar. «La vida de mi abuelo Cayo me llegó distorsionada por la interpretación de mi abuela Anita. Ella decía que era un cenizo, pero no lo era. Y la figura del tío Álvaro estaba en los retratos de la casa, como un gran deportista, fue un compañero remoto para mí. La familiaridad es para mí importante». En cuanto a su propia trayectoria reconoció que «los escritores somos criaturas antiguas, pedigüeños y un poco vendedores que tenemos un oficio que no suele salir bien».
.«La vida se divide entre los viajeros y los sedentarios y yo pertenezco a los últimos», dijo por la mañana en un encuentro con los periodistas, pero eso no quiere decir que se recree en la nostalgia «no tengo esa enfermedad del regreso, pero sí muchos recuerdos que se acumulan en un vaivén del pasado y lo que estoy viviendo ahora». En ese sentido y para concluir dijo: «Estoy a punto de presentar suelas y me pregunto por qué me habré ido yo de Santander».
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