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Esta imagen es fantástica para entender cómo vería el mundo una persona daltónica cuyos fotorreceptores para detectar la longitud de onda del verde no funcionan correctamente», escribe la neurocientífica Conchi Lillo en uno de sus últimos tuits. Acompaña el comentario con una imagen del encuentro sobre divulgación científica en el que participó la pasada semana en Santander y en la que los colores se muestran tal y como los percibiría una persona con daltonismo.
Lillo (Riotinto, Huelva, 1973) difunde ciencia en las redes sociales con entusiasmo y estilo reconocibles. Se declara más tuitera que otra cosa. «Las redes tienen dos caras», revela en un receso del curso. Hay una que se mueve por la inquina, pero también hay una cara «buena», que permite que la información «llegue a mucha más gente que, de otra forma, no tendría acceso a ella». Así que Lillo ha aprendido a arrinconar a «quien comenta barbaridades» para centrarse en quien aprende de sus hilos científicos o en quien disfruta de sus 'imágenes de buenos días', que muestran los ojos a gran escala -«ojazos», les dice Lillo- de decenas de animales. «Mucha gente me escribe comentando que ha leído un hilo interesante, o me da las gracias por descubrir algo que no sabía. Y cuando alguien te muestra su agradecimiento es una satisfacción personal y profesional. Has conseguido transmitir algo que tú sabes. Y por eso ya todo merece la pena».
La conversación transcurre en los jardines de Caballerizas a media mañana. Lillo habla de alianzas científicas: entre ciencias y humanidades, entre ciencia básica y aplicada, entre disciplinas... En unos minutos, tiene que subirse al estrado del Paraninfo para hablar sobre las locuras del cerebro. Es una de las ponentes más esperadas del curso 'La aventura de divulgar ciencia en español con éxito', que ha organizado en La Magdalena el medio científico The Conversation.
¿Pero se puede hablar ya de una divulgación científica exitosa en España? A medias, concede Lillo. «La ciencia española necesita un empujón a la hora de difundir casos de éxito, aunque lo estamos consiguiendo. Los científicos españoles nos hemos dado cuenta de que divulgar nuestros trabajos y desarrollos no es solo beneficioso para la sociedad -informando siempre con veracidad y con rigor-, sino que al final es un beneficio para nosotros mismos y para la propia ciencia», entiende la también profesora de la Facultad de Biología en la Universidad de Salamanca (USAL).
El hecho de que la ciudadanía «ponga en valor» la ciencia que se hace en su país, que conozca los detalles de las investigaciones en marcha y que ponga cara a los científicos -«que somos un reflejo de la sociedad»- contribuye al éxito colectivo. Si algo se conoce, se aprecia... y se financia. «Para poder reclamar que se invierta en ciencia necesitamos a toda la sociedad detrás. El progreso de un país está basado en la ciencia y en los avances tecnológicos, y en eso, en España, estamos todavía lejos, pero a la vez un poco más cerca. Necesitamos este éxito en la divulgación», dice Lillo con convencimiento.
¿Y el hecho de divulgar se incentive en España? «Estamos en ello», concede de nuevo Lillo. La nueva ley nacional que regula la ciencia va a evaluar tres aspectos en los proyectos científicos: cómo se investiga, cómo se forma y cómo se trasladan los resultados a la sociedad. Poner en el centro de un proyecto la difusión del mismo está bien, continúa la neurocientífica, aunque «siempre y cuando [esta acción] se apoye desde las instituciones».
Hasta la fecha, Conchi Lillo siente que en la vocación divulgadora pesa mucho -o todo- la iniciativa personal, las ganas. «Son iniciativas que salen de nosotros. A mí la divulgación me motiva, pero no es algo que realmente esté incentivado, y ya no económicamente, sino que se reconozca de forma estructural», apunta la investigadora, y con eso se refiere a los sexenios y quinquenios que, además de investigación y docencia, pueden reconocer la transferencia de conocimiento.
Además de su tarea docente, Conchi Lillo dirige el Servicio de Microscopía Electrónica de la USAL y es investigadora del Instituto de Neurociencias de Castilla y León. Junto con su equipo, realiza investigación básica cuyo objetivo «es buscar la raíz de los problemas que desembocan algunos tipos de cegueras que son irreversibles», entre ellas, la degeneración macular y la retinosis pigmentaria.
La degeneración macular asociada a la edad es una patología «que, a día de hoy, no tiene cura», y la retinosis pigmentaria «es una enfermedad rara que afecta a un numero reducido de personas, y en la que hay poco interés económico», describe Lillo. Como científica, su meta «es investigar la raíz u origen de estas enfermedades a nivel básico para comprenderlas mejor y tratar de trasladar ese conocimiento a algún tipo de terapia o ensayo».
Dado que cuentan con más financiación, Lillo y su equipo andan ahora más centrados en las investigaciones sobre la degeneración macular. Su estudio parte de las células que enferman en primer lugar. «Ese inicio es difícil de diagnosticar porque son cambios [celulares] muy sutiles», explica Lillo, que persiste en trasladar ese escenario a las placas de cultivo para poder realizar ahí todos los ensayos posibles. La idea última es «comprender cómo es el inicio de la degeneración de esas células y poner un remedio antes de que comience la degeneración más severa», expone.
Rebobinando, Lillo ha dicho que en su laboratorio se hace ciencia básica. ¿Está suficientemente reconocida o se peca en la actualidad de un exceso de ciencia aplicada? «Distinguir ciencia básica y aplicada es un error que cometemos continuamente. Existe la ciencia y la aplicación de la ciencia», responde. Ejemplo de ello es Crispr, una herramienta de edición genética que nació de la investigación básica del microbiólogo Francis Mojica, adscrito a la Universidad de Alicante. Mojica sentó las bases de esta tecnología tan revolucionaria trabajando con arqueas, que son unos microorganismos procariotas. «Investigación microbiológica pura y dura», recuerda Lillo, que añade: «No hay que menospreciar nunca ningún tipo de investigación».
Tampoco hay que subestimar la unión entre ciencias y humanidades. Lillo pone otro ejemplo. El Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal quería ser pintor, algo que acabó logrando «dibujando lo que veía a través del microscopio. Y es que dibujaba maravillosamente bien». Este y otros ejemplos que menciona Lillo en la conversación están recogidos en su libro de divulgación 'Abre los ojos' (Next Door Publishers), donde la neurocientífica escribe sobre curiosidades asociadas a la visión.
Además, el libro también plantea un ejercicio de empatía. «Hay cosas que damos por hecho, pensamos que el mundo es tal y como lo vemos, pero el título ya te lo dice: abre los ojos, el mundo va más allá de lo que percibes», indica su autora, que propone al lector ponerse en los ojos de otras personas -de Monet, por ejemplo, que pintó hermosos y nebulosos paisajes a causa de sus cataratas- y también en los ojos de los animales, que ven el mundo de otra manera. Además, el librode Lillo echa por tierra un montón de ideas preconcebidas, de bulos y de terapias pseudocientíficas. Lo primero, insiste, es el rigor.
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