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Somos la sociedad humana más avanzada de la historia, con las mayores capacidades de desarrollo que hemos conocido jamás» y, sin embargo, algo tan básico como poder alimentarse, no está garantizado para toda la población. De hecho, más de 700 millones de personas, una cifra que supera la población de toda Europa, sufre las consecuencias del mal reparto de alimentos.
Sobre esta materia y sus consecuencias catorce expertos debatieron en el curso 'Geografía del hambre en un mundo multi-crisis'. Pudieron, además, sumar a su visión científica, la experiencia de cooperantes que trabajan en el terreno de las emergencias alimentarias y responsables de la Agencia Española de Cooperación (Aecid). La propuesta forma parte de una investigación promovida por la Universidad de Cantabria, con el apoyo de la Fundación BBVA, que dirige Sergio Tezanos. El especialista en este campo, expone una visión general partiendo de que el problema del hambre «hace mucho tiempo que se demostró que no se debe a la escasez». Esto es; no se produce porque no existan alimentos para satisfacer las necesidades de los ocho mil millones de personas que viven en el planeta, sino que «está asociada a otras causas mucho más profundas y estructurales». Causas como la pobreza y la vulnerabilidad de las familias. La subida de los precios hace que no puedan acceder a la cesta de la compra «a pesar de que hay comida en los mercados locales». Así, concluye el investigador, «lo dramático es que hay gente que muere a pesar de que hay comida en el mercado más cercano». Un ejemplo reciente es que se está produciendo como consecuencia de la guerra de Rusia contra Ucrania; «El incremento tan brutal que se ha producido de los precios de los alimentos, rápidamente se ha trasladado a un repunte del hambre».
En el año 2015, Naciones Unidas aprobó la Estrategia de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El segundo de ellos era Hambre Cero, una ambición potente; llegar a 2030 viviendo en un mundo sin prevalencia de la desnutrición. Pero en 2022, fecha del último dato recabado, había ya 735 millones de personas hambrientas. Esto se traduce en 146 millones más que en 2015. «Lejos de estar mejorando, estamos retrocediendo. Las previsiones indican que para cuando llegue ese momento marcado como meta, habrá un mundo con más de 800 millones de hambrientos. «Estamos en una dinámica perversa y muy compleja por los conflictos internacionales que afectan a algunos de los principales productores de grano del planeta».
El hambre es sinónimo de desnutrición: las personas, de manera crónica, adquieren una cantidad insuficiente de alimentos que les permita vivir y tener un desarrollo fisiológico normal. Algo que, como señala Tezanos, «cuando afecta a los niños, las consecuencias duran para toda la vida».
A partir de causas naturales que provocan escasez, como el cambio climático, «el hambre es un problema que se agrava a consecuencia de los propios seres humanos». Si a la escasez se le une la pobreza, «la mala gestión pública de gobiernos corruptos y negligentes, las guerras, la inseguridad»... el resultado es desencadenar las hambrunas, última etapa en el proceso de vulnerabilidad de la inseguridad alimentaria, «que ya es una emergencia humanitaria».
La hambruna sería la última etapa de ese proceso de vulnerabilidad, por el que las familias no tienen suficientes ingresos para adquirir alimentos y «entran en un proceso de deterioro que desencadena la inanición, que puede generar muerte y un incremento de las pandemias». Las personas desnutridas son mucho más susceptibles a la enfermedad.
El avance más importante de los últimos años ha sido la Resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el máximo órgano político a nivel internacional. La Resolución 24/27 prohibe el uso del hambre como arma de guerra. También cuenta con un indicador de alerta temprana con cinco niveles de desnutrición. El nivel 5 corresponde a la hambruna. Todas las regiones de Gaza están entre el 4 y el 5. «Es un ejemplo claro de utilización del hambre como arma de guerra», concluye el investigador cántabro.
Un arma que ha utilizado la humanidad «desde el inicio de los tiempos». En la 'Ilíada' de Homero, Troya era sometida por medio del hambre por sus enemigos griegos. En Siria más recientemente y sin literatura por medio, ese sitio ha durado cinco años.
Las hambrunas son un fenómeno muy localizado en los países del África subsahariana y Oriente Medio, pero sus manifestaciones previas se dejan notar en todo el mundo. En Europa no se producen fenómenos de hambruna desde la segunda Guerra Mundial. España las sufrió en el primer periodo de la Dictadura Franquista. Desde entonces, en las sociedades más avanzadas, se detectan problemas de desnutrición asociados a la pobreza de las familias y los sectores más vulnerables. Aunque pueda resultar contradictorio, esta realidad convive con los problemas de obesidad porque «la comida más barata es hipercalórica y menos sana», explica.
Los participantes en el curso pretenden poner en común sus avances y afinar en la identificación de las causas. «Darle visibilidad al problema». Una de las denuncias claras en las que coinciden los expertos es que el problema del hambre es invisible. «Las hambrunas son un grito de desesperación de los países en desarrollo que nos resulta inaudible», lamenta. Se debe, entre otras cosas, a que apenas ocupan espacio, a pesar de que afecta al 10% de la población global, pero es una población alejada de los núcleos de interés sociopolíticos.
En un problema de estas características, que afecta a miles de personas, tan fácil de reconocer para cualquiera, lo primero, para Sergio Tezanos, lo primero es «sensibilizar a la población de que este problema existe y es un mal público global, como otras amenazas», pero no somos conscientes de ello. «Sin nuestra involucración, no se puede responder».
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