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«Cómo disfrutar del trabajo científico aunque seas mujer» es el título de la ponencia que trajo a La Magdalena a María Teresa Paramio, doctora en Veterinaria, catedrática de Producción Animal de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) –con docencia en la Facultad de Veterinaria– y especialista en reproducción animal. Pero sobre, todo, esta investigadora es una mujer apasionada con su trabajo, con muchas tablas a la hora de dirigirse a un grupo de alumnos y alumnas, en este caso, a los ochenta recién titulados universitarios con los mejores expedientes académicos que participaron en el VIII Aula de Verano Blas Cabrera. Paramio, quien además es presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnológicas (AMIT), llegó a la UIMP cargada de consejos, vivencias, datos y realidades, y expuso sin ambages un panorama –el que conoce y vive cada día– que no deja de ser desolador: «El papel de las mujeres en la ciencia ha sido igual que en otras facetas: invisibilizado», comenzó explicando durante su intervención.
Con un buen número de porcentajes y datos facilitados por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades o la Unesco, que apoyaban sus palabras, la ponente subrayó que «haber expulsado a las mujeres de las carreras conlleva unas consecuencias tremendas, además de la propia injusticia, como el derroche de inversiones públicas y de talento». Según fue desgranando, el número de mujeres que inician los grados universitarios es bastante superior al de los hombres, salvo en el caso de las ingenierías, y no se corresponde con las cifras que finalmente alcanzan puestos importantes en este campo. «Hay muy pocas mujeres que ocupen el cargo de investigadora principal. Sin embargo sí abundan las ayudantes de los investigadores principales. Así ha sido históricamente y romper este tabú ha sido terrible», aseguró. Lo mismo ocurre en la universidad o en los organismos relacionados con la investigación: «Hay muchas mujeres 'vice': vicerrectoras o vicedecanas, pero raramente una mujer alcanza el puesto de rectora o decana», afirmó. Al tiempo, recalcó que a la mayoría de esas 'vices' se encargan de áreas como estudiantes, cultura o relaciones institucionales, y nunca otras como investigación, ordenación académica o las relacionadas con la economía.
Es cierto, según señaló, que en los últimos años, y en lo que respecta al campo de la ciencia, la UE se ha puesto las pilas y ha dictaminado que para el año 2039 tiene que haber una paridad de 50% de hombres y otro 50% de mujeres en todos los órganos científicos, lo que supone una esperanza para tantas y tantas científicas. «La Unión Europea lo tiene clarísimo, pero creo que le prima más el egoísmo social que el interés por las mujeres», dijo.
Paramio aseguró también la importancia de incorporar la denominación de género y «aportar otra forma de ver la ciencia», porque, como se ha venido denunciando, las investigaciones destacan las enfermedades masculinas por encima de las femeninas. «En parte, porque se investiga con ratones machos, con una constitución bien diferente a la de las hembras. Así que finalmente hay más mujeres con enfermedades autoinmunes que hombres». Y a todo esto se suman las consecuencias económicas que conlleva, «porque hay medicamentos que finalmente no sirven para las patologías femeninas, por lo que el dinero invertido no ha servido para nada».
Para intentar denunciar todas estas situaciones y, sobre todo, defender los intereses y la igualdad de las científicas, en diciembre de 2001, un grupo de mujeres provenientes de disciplinas diferentes y diversos ámbitos como la universidad, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la industria «creímos que era necesario fundar la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas. Desde entonces, hemos avanzado hacia esa igualdad, pero todavía está lejos de conseguirse», reconoció, al tiempo que indicó que AMIT apoya, promueve e impulsa las prácticas necesarias para alcanzarla y denuncia las que persiguen el objetivo contrario.
Una de las cuestiones que promueve este colectivo es la participación de mujeres en los premios. «Porque tampoco se nos conceden premios, una tónica que ha hecho que apenas nos presentemos a ellos. Yo misma les suelo advertir a mis becarias que no pierdan el tiempo en ello porque los premios suelen recaer en los hombres y, los pocos que nos conceden, tienen una menor dotación económica», aseguró.
Sin embargo, si hay algo que realmente la ofende es ese tópico de que las mujeres, en este caso las relacionadas con la ciencia, aunque su reflexión se extrapolaría a todos los campos, no quieren optar a puestos de responsabilidad porque les prima su vida familiar. «Y no es cierto, las mujeres no abandonan la investigación porque quieran tener hijos y dedicarse a su cuidado. A lo mejor hace 40 años podría ser, pero ahora ya no. Lo que verdaderamente nos lleva a la renuncia es el ambiente laboral. En nuestra actividad hay una gran competitividad por ver quién es el primero en descubrir o hallar aquello que está investigando. Jornadas maratonianas de 24 horas que no estamos dispuestas a cumplir, y es eso, y no la posibilidad de cuidar a los hijos, lo que nos echa para atrás».
La realidad «Hay muy pocas investigadoras principales, pero sí abundan las ayudantes»
Otro mito que se debe romper es el de que los salarios son iguales para todos. «En las universidades, en principio, cobramos todos lo mismo y sí, la tabla salarial es idéntica, pero, y aquí viene lo gordo, a ese sueldo se suma nuestras participaciones en congresos, los artículos que publicamos, premios, menciones... unos pluses a los que nunca accedemos porque nos invitan».
Aún así, María Teresa Paramio reconoció que «el éxito de mi generación es que cada vez haya nuevos investigadores hombres y mujeres, y que cada vez sean más competentes porque nuestra lucha sigue siendo que cada generación mejore», algo que, según dijo, tiene mucho que ver con la pasión, «que es lo más importante en un trabajo que nunca es aburrido y que, a medida que avanzas, te va apasionando más», concluyó.
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Ana del Castillo
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