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«A veces, tres palabras se clavan con la misma puntería que una ilustración»
Sara Morante. Ilustradora y escritora

«A veces, tres palabras se clavan con la misma puntería que una ilustración»

La artista, autora de la portada del Anuario de Cantabria, que confiesa tener su segunda novela en cuarentena, dice que en su caso «el libro es el fin y la fuente de todo»

Guillermo Balbona

Santander

Domingo, 12 de abril 2020, 07:40

–Este baño de perplejidad en el que estamos sumidos, ¿cómo se ilustra?

-Llevo un mes y pico dibujando jaulas, ventanas, barras verticales, invernaderos. Me he dado cuenta hace unos días de que el confinamiento se ha colado en mis ilustraciones.

–¿Una imagen vale lo mismo que mil palabras, o viceversa, para explicar la extrañeza?

-A veces, tres palabras bien escogidas se clavan con la misma puntería y rapidez que una ilustración bien dirigida. La extrañeza se explica mejor desde la sinceridad, ya sea con palabras o con imágenes.

–¿Cree que cambiará la literatura, la manera de contar las cosas, nuestra visión del mundo?

-La literatura cambia, es plástica. Debe cambiar, y lo hace.

–Su trabajo se cuece en la intimidad y en la soledad. ¿Cómo vive el confinamiento?

-Es cierto que pasar semanas en casa, sin salir apenas, es mi día a día, pero echo en falta las caminatas kilométricas, que forman parte de mi proceso creativo. Estar en casa sin refrescar los sentidos se me está haciendo duro pero, como dice mi abuela, «Ojalá todos los problemas vinieran por ahí».

–Su creación más reciente ha ido destinada a ilustrar el Anuario de Cantabria. ¿Qué hay detrás de esa millennial montañesa que preside la ilustración?

-Esa millennial representa Cantabria. En la mezcla de los patrones textiles (rayas marineras y pañoleta portuguesa), y también en los elementos del folklore, la Cultura y la Historia, pero con una mirada desde el presente: es una joven que lleva encima los elementos del traje regional a su manera: se salta el canon. Hay otra lectura: los elementos del traje regional forman parte de su día a día, me interesa la evolución también en lo tradicional. Partimos de la base de que esa ilustración ha tenido una modelo real, que la he hecho en plena pandemia y que los elementos que aparecen son míos y los uso: ese pañuelo, esos corales. Soy una «folky»: me gusta el folklore cántabro: la música, la cultura, y me interesan los trajes regionales de toda la cornisa Cantábrica. Y me interesa la idea de una Cantabria joven en la que se camina hacia adelante sin dejarse nada de nuestra identidad atrás, y que una región la forman su paisaje y sus recursos, pero, sobre todo, su gente. Además, soy una orgullosa portuguesa de Torrelavega, así que esa pañoleta no es baladí.

–¿Cómo es el proceso, la cocina, de su creación? ¿Hay un orden en el desorden, un juego combinatario entre los factores que la integran?

-Soy una persona más o menos organizada, pero mi proceso creativo es caótico. Hace años descubrí que no se puede domar, que las ideas llegan después de una digestión, que se toman sus tiempos y éstos no se pueden acelerar. No hago bocetos porque siento que me atan a una primera idea y bloquean un proceso que puede ser muy rico. Escribo lo que veo, lo que quiero transmitir. Las mejores ideas llegan al final, cuando ya casi no me queda plazo. Lo acepto y me dejo llevar. Sé que siempre llegarán y sé que siempre llegaré.

–¿Qué transmiten el rojo y el negro, sus preferidos?

-Son mis colores primarios. Cuanto más personal e íntimo es el mensaje, menos colores utilizo. Por eso están en mis dibujos, en algunas ilustraciones, y vuelvo a ellos siempre que puedo. El negro es la línea narrativa y el rojo es la vida: lo carnal, lo emocional; la sangre, lo humano, el dolor. Es el color más polisémico que existe.

–¿Da la sensación de que vivimos un cierto boom de la ilustración?

-Se habla del boom de la ilustración desde que empecé, hace diez años. Creo que ya se ha asentado. Varias editoriales mantienen bien surtidas sus colecciones de libro ilustrado, se encuentran en todas las librerías y los lectores son fieles.

–Ya escribió una novela. ¿Acabará venciendo la narradora que lleva dentro a la ilustradora?

-No lo creo. Son dos formas de narrar tan diferentes para mí, que conviven muy bien y no interfieren, todo lo contrario: la una me ayuda a distanciarme de la otra. Acabo de cerrar mi segunda novela; está en cuarentena, que es el plazo que le doy antes de volver a abrirla. Si lo hiciera antes de este plazo, la borraría entera. Mientras tanto, ilustro y leo.

–¿En qué se fundamenta su querencia por el período de entreguerras?

-Es un período de calma antes de la tempestad, y de contrastes: se generaron multitud de cambios sociales, pero todavía se arrastraba algo del «fin de siècle». Tras la Primera Guerra Mundial llegó el sufragio femenino y la entrada de la mujer en el mercado laboral, fue un cocedero de artistas; nació el Expresionismo que rompió con todo. Tecnológicamente, tras la Primera Guerra, hubo un impulso interesante. Literariamente nos ha dado grandes novelas, muchas testimoniales, que son las que más me interesan por cómo tratan la violencia y la resiliencia. Y mientras todo esto sucedía, se fraguaba el nazismo y la Segunda Guerra Mundial.

–La he escuchado decir que le apasiona Irène Némirovsky porque no desprende halo femenino. Pero,  ¿cual es la textura de las palabras?

-Cuando hice esa afirmación el 90% de mis lecturas habían sido libros escritos por hombres. Todavía no había descubierto a las implacables e impactantes Agota Kristof, Unica Zürn, Jelinek, Jaeggy, o, en nuestra lengua, a Fernanda Trías y María Fernanda Ampuero. De mi frase percibo ese prejuicio de quien todavía no conoce. Achacaba la compasión y la empatía como valores más reseñables de la «literatura femenina», término infame, cuando también hay de eso en los libros firmados por escritores. Ahora no creo en el género en literatura, sino en la mirada y en la voz. Con Kristof comencé a tirar del hilo de la literatura escrita por mujeres, terreno en el que me siento muy cómoda como lectora, y no he dejado de tirar de ese hilo. También tuve ese prejuicio antes de ilustrar Cumbres borrascosas. «Otra novela romántica del XIX», pensé, y cuál fue mi sorpresa al descubrir esa voz sin concesiones ni autocensura de Emily Brönte, esa historia salvaje de rencor que la Historia ha tratado como «romántica» (que no romanticista), tal vez por haberla escrito una mujer.

–Y, sin embargo, la mujer es el epicentro de su identidad creativa...

-En 2012 pensé que la figura femenina predominaba demasiado en mi obra. «Demasiado». Bueno, ¿y por qué no? Es mi mirada, mi experiencia; no tengo por qué fingir otra, me dije. Ahora dibujo hombres cuando ilustro, pero la figura de la mujer es la que mejor representa mi forma de ver la vida, con la que me identifico y con la que proyecto todo ello en mis dibujos. Cuánto más satisfactorio es crear desde la libertad, sin autocensura.

–¿El libro es el eslabón entre la Sara Morante que ilustra y la que ve la vida desde las historias?

-El libro es el soporte, el fin y la fuente de todo ello. Y el olor de la tinta offset es el premio.

–¿No siente la tentación de otras expresiones artísticas?

-Siempre intento aprender otras disciplinas, de forma diletante: asistir a talleres y cursos, por alejados de mi oficio que estén, porque siento que me abren nuevas ventanas. No llegaré a ser fotógrafa ni litógrafa ni haré animación, pero tantear estas expresiones me saca de un compartimento que se podría volver estanco.

–¿Cómo se ilustra una metáfora?

-Depende de cómo me sienta. A veces con otra metáfora. Otras veces de una manera más prosaica, aunque la forma poética es uno de mis recursos preferidos, también cuando ilustro narrativa; es una manera de abrir muchas interpretaciones con dos o tres elementos gráficos.

–La lectura de una ilustradora, ¿consiste en buscar imágenes o en interpertar las palabras?

-La lectura es la parte más importante de mi trabajo. Una lectura atenta. Pero cuando ilustro, intento olvidar al escritor y me centro en el texto: no me interesa saber qué ha querido decir la persona, ya sea narrativa o poesía, sino qué me ha hecho sentir el texto. Mi lema es que los escritores son dueños de lo que escriben, pero no de lo que entendemos los lectores, y la ilustración es una forma de narrar con tu propia voz y, sobre todo, con tu propio imaginario. Siempre hay un hueco para narrar tu historia dentro de esa historia. Así lo hice en Me moriré en París, el poemario de César Vallejo. En mis ilustraciones hay una respuesta a sus poemas; como una conversación entre los dos en la que él saca un tema y yo aporto algo desde mi experiencia personal. No le ilustro; converso con él.

–Rayuela, Ulises..., ¿todo libro tiene una ilustración?

-Siempre y cuando atrape la parte de lector que tiene todo ilustrador, sí. No habría nada más difícil para mí que ilustrar un libro que me ha dejado fría como lectora.

–¿A qué llama evolución?

-Yo lo llamo, medio en broma, I+D+I (investigación, desarrollo e innovación), y le dedico varias semanas al año, para no aburrirme a mí misma y no detenerme en una técnica o perspectiva. A veces lo siento como ir un poco más allá, ser más valiente, probar otras cosas.

–¿Y el estilo se aprehende o es la suma de muchos aprendizajes?

-El estilo se alimenta, pero no creo que se pueda aprehender. No sería genuino. Yo diría que es la suma de aprendizajes, pero no todos relacionados con la pintura o el dibujo. Una vez, mientras ilustraba Cumbres borrascosas, hice un descanso para ver una película de Berlanga, «Tamaño natural». Esa noche se me ocurrió el nexo de unión de todas las ilustraciones que había hecho, caóticas hasta ese momento. Y puedo asegurar que en mi trabajo no sale ni un dentista ni una muñeca hinchable, pero hubo algo en esa película que pulsó alguna tecla, y di con la idea que me hizo cambiar todo el planteamiento del libro.

–A veces solemos decir engañándonos que nos faltan palabras... ¿a usted le faltan colores?

-A mí me sobran colores. Con dos o tres (y sus tonalidades), me arreglo. Sucede lo mismo con las palabras, no nos engañemos...

–Cuando la gente salga habrá que ilustrar las calles...

-Cuando salga voy a callejear como un afilador. Sólo entonces podré ilustrar las calles. Mientras tanto, leo libros callejeros o de cielo abierto. Menos mal que esta pandemia me ha pillado con una buena pila de lecturas pendientes.

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