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'Lo demás es aire' (Seix Barral) es un libro que sin saberlo, Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) empezó de escribir de niño. En aquellos veranos interminables de la infancia en la que jugaba por las calles de Toñanes, donde sus padres mantenían una segunda ... residencia. Entonces, siempre subido en las bicicletas que heredaba de sus hermanas, se dedicaba a buscar fósiles y a fomentar su pasión por los dinosaurios. Historiador y escritor, el niño de los dinosaurios, como le conocían en Toñanes, cuenta ya con una trayectoria literaria en la que no faltan premios como el Tormenta al mejor autor revelación por su primer libro de cuentos, 'Los que duermen' (2012) o el Ojo Crítico de Narrativa por 'El cielo de Lima'. Con 'Kanada' obtuvo en 2017 el Premio Ciudad de Santander y el Premio Cálamo y con su última publicación, 'Ni siquiera los muertos' (2020) fue finalista del Premio que el Gremio de Libreros de Madrid concede al mejor libro del año. Pero le faltaba una historia que contar, la de Toñanes, y la de aquel niño que buscaba fósiles, una novela en la que, a base de saltos en el tiempo, ha reconstruido su propia biografía emocional.
-Después de viajar con los lectores por México, Hungría y Perú, donde se ambientaban sus anteriores libros, ahora les lleva a un pequeño pueblo de Cantabria, Toñanes, donde pasó una buena parte de su infancia. ¿Recordar la historia es una forma de rebelarse ante el presente?
-Sí. Muchas veces tendemos únicamente a mirar la realidad y centrarnos en los eventos inmediatos y creo que mirar el pasado es una forma de vernos reflejados en lo que fuimos en otros tiempos y que eso es, en realidad, lo que nos ayuda a entender mejor nuestro presente. Es verdad que mis libros siempre han viajado a otros espacios y a otros tiempos y la idea de este no es tanto mostrar la actualidad, que me interesa menos, sino las huellas del presente en los elementos del pasado.
-Siempre ha contado historias muy alejadas de usted, incluso geográficamente, ¿qué le ha llevado ahora a recordar la suya propia?
-Es curioso porque en cierto modo, 'Lo demás es aire' es un proyecto similar a los anteriores. También aquí me remonto en el tiempo y juego con la linealidad cronológica, pero efectivamente sentía que mi propia historia no era tan digna de ser contada o que las investigaciones pequeñas que había hecho sobre Toñanes no tenían mayor interés. Ni siquiera se me había ocurrido que pudiera tenerlo, y de pronto me he dado cuenta de que a veces lo más difícil es resignificar la propia historia y compartir las propias experiencias. Es lo que he intentado hacer con este libro. De nuevo he viajado en el tiempo, pero me ha parecido más interesante porque he conseguido amalgamar lo lejano y lo cercano, como es la historia de Toñanes, y lo que afectivamente significa para mí.
LA HISTORIA
-Es la primera vez que habla de usted mismo en uno de sus libros.
-Sí, la verdad es que no podía haber nada más alejado en mi producción que la autoficción, aunque también es cierto que se podían detectar elementos personales en lo que escribía porque aunque hablaba del México Colonial o el Budapest de la Segunda Guerra Mundial, en realidad siempre había alguna cosa de mi mismo. En esta ocasión estos elementos autoficcionales son todavía más manifiestos. Entre otras muchas historias está la del embarazo de mi madre, justo cuando llegamos a Toñanes, y también la mía propia como ese niño que comienza a amar la historia y aprendió a mirar Toñanes con ojos nuevos.
-En el ejercicio de escribir sobre sus propias vivencias ¿ha aprendido algo de sí mismo?
-Sí. Es algo parecido a lo que pasa cuando sueñas que al despertar recuerdas una serie de imágenes a la que das una interpretación. Cuando se trata de mirar en el pasado de un lugar, como en este caso Toñanes, hay una serie de lagunas que tienes que rellenar porque no te las aporta la documentación. Y las rellenas con tus proyecciones, con tus sueños, con tus miedos, con tus deseos. La escritura me ayuda siempre a ese autoconocimiento de una forma muy profunda y este caso no ha sido una excepción.
-En esta novela está claro que el verdadero protagonista es Toñanes y los personajes que lo han habitado los actores secundarios. ¿El lugar, el espacio, es un resumen de las emociones humanas?
-Sí. Mi proyecto era un poco similar al que adopta dentro de las tendencias historiográficas la microhistoria. Es decir, tomar un espacio muy pequeño, muy local, y utilizarlo como una forma de resumir y de mostrar lo que podía ser la vida cotidiana en el pasado. Es algo en lo que ya llevo trabajando por lo menos desde el libro anterior porque creo que nos concentramos demasiado en la historia oficial, que no es sino la historia de las élites y por lo tanto de lo excepcional. A mí lo que me interesa de la historia es lo cotidiano.
-Se ha documentado mucho para escribir esta historia de historias. ¿De todos los descubrimientos que ha hecho, hay alguno que le haya llamado más la atención?
-Muchos. Aunque este es un espacio pequeño si lo retomas después de un largo tiempo descubres muchísimos elementos que no hubiera creído. Cuando empecé esta investigación no imaginaba que aquí hubiera sucedido algún suceso excepcional que contar, yo era el que quería hacerlo excepcional, y sin embargo en estas pocas calles han sucedido suicidios, asesinatos, alguno incluso del siglo XIX aún sin resolver, violaciones, robos... Puedes encontrar un compendio de lo mejor y de lo peor del ser humano y, en ese sentido, ha sido muy fructífera la mirada.
-Pasa de la prehistoria, al presente, se detiene en los años ochenta, en la Guerra Civil... ¿Para un escritor que dificultades tienen esos saltos en el tiempo a la hora de hilar la narración?
-No lo veo tanto como una dificultad sino como un aliciente. A mí me gusta mucho jugar con los cambios de lenguaje, con los cambios de mirada, con la manera de expresar las emociones. Es cierto que soy historiador y que en mis libros la historia siempre juega un papel fundamental, pero escribir 'Lo demás es aire' me divirtió mucho. Sobre todo pensar como montar esas diferentes épocas, que se presentan desordenadas al lector, para transmitir algún tipo de discurso. Es decir, permitir al lector comprender, conectar y comparar épocas muy lejanas a través de un montaje que es casi cinematográfico, con saltos en el tiempo muy rápidos.
literatura
-¿Qué diferencia hay entre la historia y la memoria?
-La historia juega con todo tipo de testimonios, como los arqueológicos o los documentos oficiales, y a menudo, aunque no tendría por qué, entendemos por historia un acercamiento pretendidamente más objetivo. La memoria juega más con esa relación más vivencial. Tiene más que ver con el tiempo interno y con el tiempo experiencial. A mí me interesa mucho más esa memoria que veo muchas veces ausente o en cierto modo no se hace concurrir o no se mezcla con el trabajo historiográfico. En este libro he intentado amalgamar ambas cosas. Hacer una historia muy basada en esa memoria, en esas experiencias que a veces no son tan fidedignas en términos objetivos, porque creo que la historia al final se manifiesta en los seres humanos que la habitan, que la sufren que la padecen.
-¿Qué ha sido del niño de los dinosaurios y cuando cambió de esa pasión de los fósiles a la de las palabras?
-Fue una transición lenta. En realidad desde niño siempre quise escribir aunque mis primeros textos tenían que ver, claro, con los dinosaurios. Poco a poco el interés por las piedras fue menos y fue creciendo el interés por los seres humanos. Cuando de niño paseaba por este pueblo y buscaba dinosaurios y fósiles por todas las partes, cuando me contaban alguna historia humana, no me interesaba. Me parecía menos excepcional. Con el tiempo me di cuenta que hay algo excepcional en las experiencias humanas que son intransferibles. Difícilmente imaginables. Creo que la literatura frente a la historia tiene esa ventaja. Puedes explorar la historia pero además puede trabajar desde la imaginación y a veces el único modo de comprender el pasado es a través de la imaginación, la mera reconstrucción no nos da nada de lo importante de la vida y la literatura puede llenar esa laguna.
-¿Está escribiendo algo?
-Por primera vez en mucho tiempo, más de diez años, no. Me he vaciado mucho en este libro y ahora, la verdad, me interesaría probar algo diferente. Así que, aunque estoy descansando, creo que ha llegado ese momento en que me tengo que sentar a pensar que es lo que quiero contar ahora. Espero descubrirlo relativamente pronto.
Doscientas ochenta vacas y cien personas viven en los dos kilómetros cuadrados a los que se reduce Toñanes, un pueblo que de tan pequeño algunos confunden con el último barrio de Cóbreces o el primero de Oreño. Es el lugar donde los padres de Juan Gómez Bárcena compraron en 1984 una segunda residencia, justo cuando esperaban su nacimiento, y donde pasó todas sus vacaciones escolares. «Para mí, mi pueblo era el centro del mundo y el de todas mis preguntas». Ha sido precisamente en Toñanes donde el escritor, que también es historiador y licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, ha ambientado su nueva novela 'Lo demás es aire' y el lugar en el que la editorial Seix Barral ha querido darla a conocer a los medios de comunicación. Así que hasta ese lugar, los pasados martes y miércoles, se desplazaron periodistas de distintos puntos del país para conocer algunas de las localizaciones del libro y también para comprobar que, efectivamente, un minuto y cinco segundos, es el tiempo que tarda en atravesarse en coche el pueblo de lado a lado, a una media de ochenta kilómetros por hora.
También confirmaron que es un lugar de gran belleza, una pequeña aldea que solamente tiene treinta y dos casas, una iglesia y ningún bar y que Juan Gómez recorrió durante esas dos jornadas una y otra vez con los redactores que acudieron a la cita, deteniéndose en la iglesia, en el puente, el antiguo molino, en algunas de esas casas y posando decenas de veces, con o sin su libro en la mano, para los fotógrafos.
'Lo demás es aire' traza la biografía sentimental de Juan Gómez Bárcena, pero también la de Toñanes, y lo hace, tal y como destaca Elena Ramírez, la directora de la editorial, con la asombrosa ambición de que esa pequeña aldea sirva de espejo de la evolución del mundo a lo largo de los siglos. Lo hace usando una técnica propia del montaje cinematográfico y buceando en documentos oficiales conservados desde el siglo XVIII, en las vidas minúsculas de centenares de nombres que alguna vez dejaron un rastro, así como de su propia familia y antepasados.
«La novela nació a lo largo de los veranos de mi infancia, mucho antes de que pensara en escribir una sola palabra. Porque por aquel entonces aún no tenía ni idea de que me convertiría en escritor: solo era un niño con ortodoncia que recorría en bicicleta los caminos sin asfaltar del pueblo, buscando hachas paleolíticas y fósiles de dinosaurios en las cunetas», explica. También que: «Mi madre me preparaba un bocata y yo pasaba el día vagando por el pueblo, interrogando a los vecinos y buscando fósiles y otros restos arqueológicos por la mies».
Toñanes era el centro de su mundo y también el de sus personajes. El lugar donde Emilio y Mercedes a punto de volver a ser padres compraron su casa en 1984; o donde en 1633, Juan y Juliana pasaron el duro invierno tras perder a su tercer bebé. El mismo pueblo donde en 1753, Francisca aprende a escribir en secreto y en el que en 1937 todo el pueblo se refugió de los bombardeos de la guerra en la misma cueva. Y es que en las páginas de esta historia de historias, el autor reconstruye y fabula el destino de cientos de personajes marcados por momentos históricos, pero también por rencillas vecinales, pérdidas prematuras, miedos atávicos y deseos terrenales.
En los márgenes del libro escribe distintas fechas para que el lector pueda saber en todo momento en que momento de la época está, rompiendo la linealidad temporal en favor de la superposición, lo hace casi como una de aquellas travesuras del niño veraneante, y como una manera de subrayar la interconexión de los distintos momentos históricos que vuelven, a modo de recuerdo, de repetición o como mero eco del pasado, en tiempos del presente.
El escritor cántabro, al que de pequeño todos conocían como el niño de los dinosaurios -se acababa de estrenar 'Parque Jurásico'- recorre junto a los periodistas las empedradas calles con una especie de orgullo patrio. «Porque no importa lo insignificante que sea el lugar en el que nos detengamos: si lo miramos con la suficiente intensidad, podemos descubrir un resumen de todas las emociones humanas; un retrato de todo cuanto fuimos y cuanto somos», asegura
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