Ve la luz 'En Venecia', inmersión cultural de Rafael Manrique sobre el viaje y la belleza

Apenas –escribe– «cabe posar la vista en lugar alguno de Venecia que no esté saturado de arte, cultura, historia, anécdotas, diseño urbano, política, sexo, poder, intrigas o dinero». Manrique (Muriedas, 1955), que ejerce la práctica privada de su profesión en Santander, columnista cultural de El Diario, sentencia, advierte, propone y otorga lúcidas reflexiones sobre el 'hecho viajero veneciano': «Visitarla debe ser compatible con preservar su naturaleza. Un uso desmedido de la ciudad la destruirá como lugar maravilloso». El escritor va más allá al señalar que, además de la necesaria regulación de acceso y limitaciones por razones de conservación, «sería bueno que existiera en el viajero una razón, un motivo por el que viajar a Venecia». Al margen del juicio lector, el propio Manrique destaca que «la belleza es el más poderoso fin» que se halla tras la visita a Venecia. Y subraya el factor de la melancolía y la tristeza que adquieren «una fuerza inusitada» en el caso de la ciudad italiana. «Esa complejidad quizá sea la razón por la que nadie puede dar una completa definición ni de belleza ni de Venecia. Es posible que en eso estriba la fascinación de esta ciudad». En su opinión, si la vida está llena de errores, «visitar Venecia sin un fin es uno de ellos». El autor de 'Conyugalidad y extraconyugalidad. Nuevas geografías amorosas', ha publicado anteriormente relatos de viajes como 'La densidad del desierto, Los viajes y las horas', y la novela 'El gran vacío amarillo' junto a Silvia Andrés. Con El Desvelo dirige la colección de Textos Insólitos y ha escrito, asimismo, los ensayos 'Del gen al género, Subversivo', junto a Begoña Cacho, y 'Cásate (o no)'.

Tras la esencia de 'En Venecia' afloraba la intención de escribir «un libro de crítica cultural pero que al tiempo y, por eso mismo, funcionara como una guía de la ciudad. No una guía secreta o alternativa. Sino de las diferentes Venecias: una fantasmal, otra real, otra histórica, otra literaria, otra imaginaria, otra delirante, otra condenada...; tal vez por eso -concluye- es inagotable».